El pasado jueves, 2 de septiembre, Eduardo Galeano, el hermano mayor que la vida me regaló, cometió la indelicada imprudencia de dejarnos para siempre. Viajero permanente, hizo su único viaje sin vuelta.
Y a cada año el día de su cumpleaños es celebrado en nuestra casa. Son toneladas de recuerdos que vuelven a la mesa, y brindamos por cada uno de ellos. Brindamos por Eduardo.
En los últimos dos años, cada 2 de septiembre vuelve con fuerza total la misma pregunta: ¿qué diría Eduardo de lo que pasa en el mundo y, muy especialmente, en Brasil, este país mío que también era de él?
¿Qué diría del derrumbe de todo, absolutamente todo, del medio ambiente a las universidades, de la cultura y las artes a los derechos de los pueblos originarios, del patrimonio público a la economía, del empleo a la lucha por viviendas y comida? ¿Qué diría?
A veces, como hoy, en una especie de consuelo siento –Helena Villagra, Florencia, Claudio y La Pulga me entenderán– que ha sido una suerte de Eduardo haber partido antes de ver el mundo derrumbarse. Antes de la pandemia, antes de Jair Bolsonaro, cómplice en la muerte de centenares de miles de brasileños, y antes de que la derecha retomara el poder en su Uruguay.
Pero cuando eso ocurre, como hoy, siento a la vez un vacío inmenso en el alma. Su palabra se hace más necesaria que nunca.
Por ejemplo: una aberración itinerante que atiende por el nombre de Jair Bolsonaro, presidente de mi pobre nación amenaza con un golpe el martes, siete de septiembre, Día de la Patria.
Convoca a manifestantes, principalmente, en São Paulo y Brasilia para dar un “ultimátum” a los integrantes de la Corte Suprema de Justicia. Y también a la parte del Congreso que considera “enemigos”.
Estimula a policías militares y a integrantes de bajo rango de las fuerzas armadas a que se presenten armados. Estimula a los “milicianos”, sicarios abrigados bajo el manto protector de sus hijos políticos profesionales. ¿Qué pasará?
Es palpable el temor de enfrentamientos y actos de violencia inéditos a lo largo y a lo ancho de todo el país, pero principalmente –vale reiterar– en São Paulo y Brasilia.
Nunca antes, desde el regreso de la democracia, un mandatario estimuló tan descaradamente la violencia contra otros poderes institucionales. Nunca.
¿Qué diría Eduardo?
Ni idea, a no ser un único punto: me diría “cuídate hermanito”.
Y yo le preguntaría: ¿Cómo?