Huehuetán, Chis., Bajo un calor agobiante, con niños en brazos y con ampollas en los pies por la caminata, cientos de migrantes de Haití, Honduras y otros países conforman una nueva caravana que salió de Tapachula ayer por la mañana con la intención de llegar a Estados Unidos.
El contingente llegó a Huixtla para pernoctar, como primer objetivo del recorrido. Las casi 13 horas, los efectos de avanzar durante la lluvia y de varias horas de sol ya se notaban. Entre los rostros cansados, una haitiana clamaba: “tengo hambre, tengo hambre”.
La caravana –cuarta que se conforma esta semana luego de que las anteriores fueron frenadas por agentes migratorios– avanzó por casi hora y media sin detenerse; después de mediodía ya eran constantes los descansos y en cada uno era necesario aumentar las pausas por la deshidratación y dolores musculares que eran atendidos en puestos improvisados de organizaciones como Médicos sin Fronteras o GRM.
Un par de patrullas de la Guardia Nacional abrían paso en la carretera, sin registrarse detención de migrantes. Incluso al momento de pasar por la estación migratoria en Huehuetán, a 23 kilómetros de Tapachula, o la que está colocada a cinco kilómetros de Huixtla, no había presencia de agentes del INM.
No obstante, alrededor de las 2 de la madrugada, elementos de la Guardia Nacional y del Instituto Nacional de Migración (INM) realizaron operativos en los que detuvieron al menos a cinco centroamericanos y haitianos que dormían en el centro de la ciudad. Ello no los disuadió y sólo los retrasó una hora más de lo programado, pero sí redujo la cantidad de participantes esperada.
En uno de los descansos, Cristy aprovecha para recuperar fuerzas. Dejó Honduras hace cuatro meses porque “había mucha pobreza, no hay trabajo y hay mucha delincuencia. Mi marido me golpeaba mucho”.
Con 19 años de edad, una niña en brazos y una expresión de tristeza, cuenta que no siempre ha logrado conseguir dinero para los pañales y comida que requiere su hija, “pero uno siempre tiene que luchar por ellos y aquí he hecho cosas que no son de mí, sólo lo hago por ella”.
Para Aurora, el pasado en su país es similar. Viaja sola con sus cuatro hijos. La más chica es de cinco y el mayor de 13 años. Abandonó San Pedro Sula porque su esposo también la golpeaba, “me quemaron mi casa, y ya no puedo estar allá. El papá de mi niño es pandillero, y como no se lo quise entregar, quemó la casa, incluso ya me quitó una bebé y la bebé se murió, ahora quiere quitarme a otro y no se lo voy a dar”.
Ha sobrevivido cuidando niños y vendiendo chicles por 100 pesos al día, y hasta 150 los días con suerte.
Casi al final del contingente, José Edgardo no oculta las cicatrices en su brazo izquierdo luego de ser “picado” durante una golpiza que le propinaron pandilleros. Ahora también es parte de la caravana con dos hijos que alternan una carriola.
A Milton, de Guatemala, lo extorsionaron en su negocio de manera constante desde 2014, pero “la última sí estuvo cerca”. Camina en busca de llegar a Estados Unidos cargando a su bebé en un canguro.
Víctor salió de Honduras para llevar a sus dos sobrinos con sus padres en territorio estadunidense. En su país tiene estudios en administración; en México ha trabajado como albañil para sobrellevar el día a día.
Paola partió hace tres meses de Venezuela y llegó a territorio chiapaneco por medio de aventón. Viaja con tres hijos, de nueve meses el más chico y de 10 años el más grande, su esposo y su cuñado vendían comida “bachaqueando”, tenían un puesto en un mercado, que cerraron en la crisis por la pandemia.
Hondureños, salvadoreños y venezolanos relatan sus vivencias, pero los haitianos son más reservados.
Aunque confían en que esta vez sí podrán atravesar los cercos migratorios y continuar al norte del país, saben que, como la semana pasada, en la noche, cuando están cansados, son blanco fácil de los agentes migratorios, lo cual quedó demostrado el jueves pasado cuando fueron detenidos por la madrugada, señalan.