Dicen los manuales que la suma de costos incurridos e ingresos obtenidos en la generación del producto interno bruto (PIB) determina el ingreso interno bruto. Incluso, debe ser igual al PIB. Pero dada la diferencia de fuentes y estimación de componentes, hay discrepancia estadística. Si al PIB o al ingreso le restamos el consumo de capital fijo (CCF) y las compensaciones a los empleados (CE), estimamos un ingreso neto muy importante. Nutre a dueños del stock y al gobierno.
Si, además, en otra cuenta sumamos esas compensaciones a empleados con los activos privados no residenciales, tendremos una estimación parcial de los recursos empleados para operar la producción. Sí, Parcial. Habría que sumar los insumos intermedios, que ya fueron descontados de la producción bruta para, precisamente, estimar el valor agregado y su casi equivalente, el PIB.
Ese ingreso neto así calculado tiene dos componentes importantes. Primero, los impuestos sobre la producción y las importaciones, menos los subsidios. Segundo, el excedente operativo bruto. Sí, respectivamente, el ingreso básico gubernamental y el ingreso básico empresarial. La división de esta suma de ingresos con otra suma, la de los activos privados no residenciales –utilizados para la producción, como decíamos– y con las compensaciones totales, permite un acercamiento interesante a la rentabilidad general de la economía.
Con valores históricos de los activos y operaciones en valores monetarios del año corriente, en 2019 esa rentabilidad fue de 23 por ciento, y sorprendámonos, el mejor resultado histórico así estimado de la rentabilidad fue de 42 por ciento en 1942. En 2020 –por la razón conocida de la pandemia– el peor, de 15 por ciento. Por cierto, similar al del terrible 2009.
En 2020 se recuperó un poco, sólo un poco. Subirá en 2021, pero su tendencia a no recuperarse es muy fuerte. Pero ¿qué trayectoria ha mostrado este indicador de rentabilidad desde 1942? ¿Incluso desde 1929, año desde el cual hay datos estadísticos oficiales de la Oficina de Análisis Económico de Estados Unidos (BEA, por las siglas en inglés de Bureau of Economic Analysis)? Tres etapas muy bien definidas. Una primera de ascenso drástico de 1929 a 1942, año en que alcanzó el máximo señalado antes. Una segunda de descenso gradual hasta 1991, en que registró 21 por ciento, y luego–como comentamos– una tercera de leve –muy leve– ascenso hasta 2019, hasta 23 por ciento. Pero la caída de 21 puntos de 1942 a 1991 fue tremenda. ¡Grave! ¡No se ha vuelto a recuperar esa rentabilidad! Y la recuperación (¿debiéramos decir el freno al descenso?) ha sido compleja y difícil. No libró el derrumbe de 2009 con un nivel de 16 por ciento, similar al de 2020. Se trata de, efectos estructurales devastadores. Grave acumulación de activos con énfasis en actividades improductivas. Lo estudiaremos más y sus efectos devastadores en las condiciones laboral y de vida de los trabajadores. ¡Terribles efectos!¡Aún más en minorías! Y el gobierno –con muy poco margen de maniobra– ha renunciado a ingresos fiscales sustantivos y se ha endeudado mucho.
Viejo y nuevo partido rescatan empresas y actividades deprimidas. ¿Qué pasa? El freno al descenso de la rentabilidad se ha expresado en caídas drásticas –quiebre y bancarrota– de esferas económicas productivas, así como el ascenso –por lo demás desenfrenado– de esferas altamente especulativas e improductivas. ¡Quién defenderá este sistema! De veras.