Tapachula, Chis., Las personas originarias de Haití han cambiado el rostro de la migración en Tapachula. Algunos llevan un par de semanas en territorio mexicano, pero la mayoría tiene meses o casi un año en Chiapas al no encontrar trabajo en Chile o Brasil, a donde llegaron tras el terremoto de hace una década en su país y que incrementó la pobreza.
Prefirieron sortear robos, amenazas y el Covid-19 e iniciar la travesía en busca de llegar a Estados Unidos; o también con la idea de quedarse en México, si los dejan. Pero en la práctica se han topado con un cerco en esta ciudad de la cual no pueden pasar o son detenidos.
Por más de 30 kilómetros desde la frontera hasta Tapachula, los migrantes se mueven con libertad, incluso aquí mismo pueden circular sin temor a ser detenidos o molestados, pero todos coinciden en que si salen de la ciudad, en grupo o en automóvil, no pueden pasar de los retenes y son llevados de regreso a una estación migratoria.
Pese a ello, los migrantes haitianos planean una nueva caravana rumbo al norte del país que intentará partir hoy por la mañana. Ayer aún había quienes debatían la conveniencia de emprenderla.
La decisión, dicen, no es fácil. No cuentan con acceso a comida, atención médica ni un lugar donde pasar la noche, y ello los motiva a movilizarse. Pero a la vez hay quienes prefieren no arriesgarse por los peligros de ser separados de su familia y por el desgaste que representa caminar por horas bajo un sol de más de 30 grados.
El parque central Miguel Hidalgo siempre ha sido el punto de llegada de migrantes guatemaltecos, hondureños y salvadoreños, pero ahora se ve más lleno. La diferencia de idiomas también genera conflictos por momentos.
Los intentos de un trabajador municipal por pedir a un caribeño que suba a la banqueta con el diablito que usa para cargar cubetas con la comida que vende en las calles, desató en un instante reclamos y gritos de los haitianos, al creer que los estaban corriendo del lugar.
De manera oficial no hay cifras estimadas de la cantidad de haitianos hoy en Tapachula. Comerciantes y empresarios locales calculan que hay al menos 10 mil, pero otros dicen que podrían ser varias decenas de miles. La Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados registra 18 mil solicitudes el presente año, y a cuatro meses de que termine 2021 ya se rompió récord histórico en este renglón.
En el centro es fácil contar tres migrantes por cada chiapaneco, y aunque algunos de aquellos intentan vender comida y barrer las calles para sobrevivir, la mayoría no haya trabajo, por lo que no es difícil advertir que una crisis humanitaria podría presentarse si no son atendidos.
Los que perciben el salario de 200 pesos que el municipio paga al día por barrer las calles, o a quienes reciben dinero de sus familiares –lo cual ocasiona filas desde las 6 de la mañana en los bancos y puntos de envío desde el extranjero– rentan casas en distintas colonias de la periferia de la ciudad, cuenta John, de 38 años, quien viaja con su esposa y su hija.
Por mil 500 o hasta 11 mil pesos –más 500 de depósito– pueden alquilar una vivienda de dos o tres cuartos, sin muebles, donde sobreviven hacinadas hasta 20 personas.
El resto duerme en el parque Miguel Hidalgo, protegidos por los techos de restaurantes y negocios cuando éstos cierran. La falta de una estancia para descansar o los problemas por saturación en las casas que rentan, hace que pasen la mayor parte del día deambulando.
Will, un hombre de 32 años que salió de Haití hace seis años, cuenta que allá “no hay nada, no hay vida”. Eso lo motivó a viajar a Chile donde trabajó en la construcción como albañil, pero la pandemia lo dejó sin empleo y al mismo tiempo lo condenó a no poder moverse.
Tras abrirse las fronteras en el cono sur del continente y en Centroamérica, decidió hacer el recorrido que le llevó dos meses en autobuses.
El caso de Simone es similar. Pasó por 10 países antes de llegar a México. En las fronteras basta con que cuentes por lo que has pasado para que te dejen continuar, nadie te pone alto, relata mientras espera bajo una sombra.
En tanto, el centro de la ciudad también se ha convertido en su zona de comercio para quienes tienen con qué comprar. Jean, de 31 años y sin ingresos, es directo: en su caso sólo puede estar así dos meses, después no sabe qué hará.