El jueves, 15 senadores del Partido Acción Nacional (PAN) se reunieron con el dirigente de la formación ultraderechista española Vox, Santiago Abascal. Durante el encuentro que tuvo lugar en oficinas del grupo parlamentario blanquiazul, los legisladores suscribieron la Carta de Madrid, un documento impulsado por el partido fascista para sumar a “líderes políticos y sociales” en la lucha en “contra del avance del comunismo en la iberoesfera”. De acuerdo con la Carta, “una parte de la región está secuestrada por regímenes totalitarios de inspiración comunista, apoyados por el narcotráfico y terceros países”, por lo que llama a defender “el estado de derecho, el imperio de la ley, la separación de poderes, la libertad de expresión y la propiedad privada”.
Aunque la dirigencia panista se deslindó del posicionamiento de sus integrantes y afirmó que los senadores acudieron a título personal, la reunión quedó revestida de un carácter oficial al ser convocada y presidida por el coordinador blanquiazul en la Cámara alta, Julen Rementería. Asimismo, los términos del deslinde resultan cuando menos cuestionables, en tanto no rechazan ni el contenido de la Carta ni el arropamiento brindado por sus miembros a un sujeto que ha hecho apología del genocidio, sino “las interpretaciones equivocadas que se hayan podido hacer a este evento”.
Por más que el partido insignia de la derecha mexicana intente diluir la gravedad del desfiguro protagonizado por sus militantes, lo cierto es que más de la mitad de sus senadores manifestaron su adhesión a un partido que tiene entre sus banderas la persecución penal de todos los disidentes políticos en temas de identidad nacional; la supresión de las comunidades autónomas y la anulación de los sistemas judiciales regionales para instalar un centralismo en abierta violación a las soberanías locales (algo irónico entre quienes, en México, se dicen defensores del federalismo); la restauración política del franquismo mediante la derogación de la Ley de Memoria Histórica; la expulsión inmediata de todos los inmigrantes indocumentados, incluso si se trata de menores de edad; la intolerancia religiosa en lo que sus partidarios entienden como protección de la “identidad cristiana de Europa”, la idea de que la Ley de Violencia de Género “convierte a los hombres en culpables por el hecho de ser hombres”, la cancelación de los derechos conquistados por las personas que integran la diversidad sexual, y el embate contra los derechos reproductivos de las mujeres por considerar el aborto “una aberración moral y jurídica”.
Pero la firma de la Carta de Madrid no sólo exhibe el talante retrógrado, autoritario y entreguista de buena parte de la oposición mexicana; también pone de manifiesto la incapacidad de las derechas hispanohablantes a uno y otro lado del Atlántico para articular programas ideológicos y políticos a la altura de la sociedad contemporánea. Al llamar a combatir el inexistente peligro del “avance del comunismo” en lo que de manera hispanocéntrica llaman “iberoesfera”, Vox y el PAN muestran una desconexión tan absoluta de la realidad que toman una polaridad extinta hace tres décadas como eje de su actividad política.
Está claro que la realización efectiva del estado de derecho, el imperio de la ley, la separación de poderes y la libertad de expresión, en cuyo nombre pretenden hablar los panistas y sus nuevos aliados, requiere dejar atrás el anacrónico lenguaje de la guerra fría y elevar el tono del debate público a fin de evitar que se empantane en dislates y extravíos.