A medida que pasa el tiempo, me sorprendo cada vez más (y gratamente, debo decirlo) de que caigan en mis manos discos compactos físicos, tangibles... de carne y hueso, pues. Sí, soy un fetichista del disco-objeto, y sigo creyendo en la belleza y en la utilidad de estas placas plásticas llenas de música.
Mi sorpresa más reciente, la recepción de dos álbumes (grabados por el sello Cedille) del gran pianista mexicano Jorge Federico Osorio, uno de ellos fechado en 2017, el otro en 2020. El más nuevo de estos discos lleva por título The French Album (El álbum francés) y es una inteligente colección de obras con las que Osorio cubre un espectro amplio de la música francesa para teclado, pero no tan amplio como para perder un enfoque central. Me parece que el atractivo principal del repertorio aquí propuesto por Jorge Federico Osorio está en la posibilidad que ofrece al oyente de escuchar tres piezas que, en general, son más conocidas en sus versiones para dotaciones más amplias, y que aparecen con cierta frecuencia en las salas de conciertos sinfónicos. La primera de ellas es la lánguida Pavana de Gabriel Fauré, que en esta ejecución de Osorio se percibe con una expresividad más contenida que lo usual en las versiones orquestales y, sobre todo, con un entramado de voces internas que permite apreciar mejor los delicados detalles de las armonías inesperadas que inserta el compositor. Las otras dos piezas de este álbum francés que conocemos más en su ropaje orquestal son la Alborada del gracioso y la Pavana para una infanta difunta, de Maurice Ravel. Mérito principal en la interpretación de estas dos piezas, el mantener puntualmente la claridad de las texturas y no caer en la trampa de intentar convertir el piano en una orquesta fake para rendir pleitesía a las mencionadas versiones sinfónicas de estas obras.
La columna vertebral de El álbum francés está sustentada en 10 piezas de Claude Debussy que cubren una amplia cronología de su producción pianística. Entre las virtudes que es posible hallar en las ejecuciones de Osorio a esta serie de piezas está, por ejemplo, la sutileza con la que transita entre los vaporosos efluvios de un impresionismo cabalmente asumido (por el compositor y por el intérprete) y ciertos gestos y ambientes que todavía pertenecen a la música de salón. Ejemplo principal de ello, su ejecución de Las colinas de Anacapri. Por otro lado, Jorge Federico Osorio se muestra más que capaz de abordar una pieza tan emblemática como el Claro de luna y mantenerse saludablemente apartado de los perfiles románticos y los excesos dinámicos que es posible hallar en interpretaciones menos intuitivas de esta obra. Y en otra faceta de su amplio prisma interpretativo, está su capacidad de abordar con energía, pero sin excesos, los perfiles más rudos, por así decirlo, y las armonías más complejas, de piezas como Lo que ha visto el viento del Oeste. En una región que pudiera estar situada a la mitad de esos hitos se encontraría, por ejemplo, su manejo preciso de la complejidad implícita en La catedral sumergida, una complejidad que no siempre está en la superficie de esa agua ni de esas notas. Apreciable, también, la mesura de Osorio para interpretar Hojas muertas con la adecuada languidez que la música requiere, sin dejar que la estructura se diluya o se desvanezca.
En otra parte de este álbum con música de Francia hay una especie de desviación a la música barroca de Jean-Philippe Rameau. En las tres piezas suyas aquí incluidas Osorio da cuenta de su conocimiento del estilo y de las posibilidades técnicas (ataque, fraseo, color, etcétera) que permiten trasladar adecuadamente al piano esta música concebida originalmente para el clavecín. Aquí encontré especialmente atractiva la articulación del pianista en la pieza titulada La egipcia. En suma, un muy disfrutable Álbum francés, que tiene como virtudes esenciales la unidad de propósito y la claridad.
Y si por una parte la Habanera, de Emmanuel Chabrier, es tocada con una equilibrada carga de lo dulce, lo sentimental y lo nostálgico, Osorio atiende puntualmente los perfiles más sólidamente españoles de La puerta del vino y La noche en Granada, de Debussy, sin caer en los brochazos folclorizantes que suelen aquejar a interpretaciones menos mesuradas.