El otro día –tras un buen rato de no seguir la prensa ni medios de allá– estaba mirando cómo los valientes soldados polacos instalaban en la frontera con Bielorrusia “en tiempo récord” 6 kilómetros de valla de alambre de cuchillas. Tres capas. Dos metros y medio de altura. El previamente instalado muro de 150 kilómetros de puro alambre de púas resultó supuestamente “demasiado débil”. ¿El propósito? Según el gobierno, “proteger a Polonia de la migración” y “de los terroristas de Irak y de Afganistán” (bit.ly/38A7ljn). O sea, refugiados civiles, buena parte mujeres y niños que huyen de sus países, reventados por las guerras neoimperiales.
El ministro de Defensa se congratulaba –y ensalzaba a sus tropas– como si hubiéramos (ahora sí) parado una blitzkrieg nazi o mandado de vuelta a la casa, con la cola entre las piernas, al ejército de Stalin.
¿Cuántos materiales televisivos recordaban que éramos los primeros en sumarse a la invasión de Irak (2003) –incluso a cargo de una de las zonas de ocupación allí– librada con base en mentiras orwellianas: armas de destrucción masiva (WMD), complicidad con Saddam en el 9/11, etcétera, unas, que le causarían envidia al propio Goebbels y harían parecer a Molotov un nene de pecho?
¿Cuántos reportajes, sin importar si era la tele estatal, llena de propaganda y medias verdades como en tiempos comunistas, o la privada de los “luchadores por la libertad (y el libre mercado)”, mencionaban, en conexión con la reciente debacle (bit.ly/3yyiiwv), que éramos igualmente los primeros a mandar las tropas a Afganistán (2001) a pedido de nuestro “compadre”, Bush Jr?
Pues... ninguno (de los que alcancé a ver).
Ningún link entre nuestra complicidad en reventar aquellos países y la “amenaza ante portas”, como si la imagen de los mismos soldados, ahora en la frontera con Bielorrusia, pero antes en las calles de Bagdad y Kabul, no fuese capaz de agitarle la memoria a nadie.
Tampoco ninguna reflexión acerca de las lecciones de la crisis de los refugiados (2015) desencadenada por otra guerra, en Siria –a esta, milagrosamente, ya nos negamos a ir–, pero en la cual Polonia, aún bajo otro gobierno (neo)liberal, estaba en la primera fila de crueldad y xenofobia que caracterizaron la respuesta de la Unión Europea (UE).
Ahora que un grupo de 32 refugiados está atrapado en una “tierra de nadie” entre Polonia y Bielorrusia –con otros muchos en la zona– “en una bizarra confrontación kafkiana entre ambos países” (bit.ly/3DqslHE), como reportó The Guardian: yo ya tuve que apagar la tele polaca..., en la cual Varsovia y Bruselas acusan a Lukashenko de “librarles una guerra híbrida” y “vengarse por las sanciones” queriendo “desestabilizar a la UE”, tampoco a nadie se le despertó la conciencia.
La noción de lo kafkiano fue acuñada en los 30 por Malcolm Lowry para denotar –tal como la entendemos generalmente– una “pesadilla burocrática” o situación que oscila desde lo absurdo al ridículo (véase: Michael Löwy, Franz Kafka, soñador insumiso, Taurus, México 2007, pp. 131-135). La palabra empezó a vivir su propia vida, hasta el punto que su (sobre)uso, hizo que se “erosionara” y empezara a perder el sentido (bit.ly/3DxOiVu); lo mismo pasó de hecho con el adjetivo “orwelliano” vaciado hasta cierto punto del sentido (bit.ly/3kDF699), que apunta tanto a la destrucción del pensamiento independiente, decepción, como a la propia “erosión del lenguaje” y que –dadas las tendencias autoritarias y/o posfascistas del actual gobierno polaco de extrema derecha–, quizás sería igualmente apropiado.
En fin.
Yo digo que si un grupo de 32 personas, independientemente de dónde venga y a dónde va, es capaz de –juzgando por la reacción de Varsovia y Bruselas–, “desestabilizar a la UE”, pues bueno, ya... El último apaga la luz.
Además, si hay alguien que ha estado desestabilizando por años y trabajando duro para reventar (desde dentro) la UE son los reaccionarios polacos en el poder – with a little help of Orbán– ignorando resoluciones de la Comisión Europea, atacando cortes, medios, buleando a mujeres, minorías y arrasando –muy en el espíritu de 1984– con la disidencia y todo lo que se oponía a su “sincronización” ( gleichschaltung) católica y nacionalista (perdón por andar fifí, pero la inserción de bloques religiosos hasta en un canal de radio pública de música clásica fue la gota por la cual ya dije “basta” con los medios de allá...).
Son ellos más bien que por el bien de Europa –por si hay algo digno de salvar de ella... ¡sí, me acuerdo de usted, Zygmunt Bauman!– deberían ser acorralados por un alambre de cuchillas. Arrestados y expulsados.
Lo que pasa en la frontera polaco-bielorrusa no es kafkiano. Es vergonzoso e inhumano. O bueno, que sea kafkiano: al final el gran George Steiner también apuntaba a esta faceta de “inhumanidad” en su lectura de El proceso (Löwy, p. 131).
El mismo chantaje, “de abrir la llave con los refugiados”, Erdogan le está haciendo desde hace años a la UE. Pero como Turquía es miembro de la OTAN, pues bueno... Todo en familia. Lukashenko, verdaderamente despreciable, como enemigo, es perfecto. Y como los europeos, no sólo los gringos, acabaron de salir volando de Afganistán con la cola entre las piernas –junto con las últimas tropas polacas recibidas en estas semanas como “héroes” por aquel mismísimo ministro de Defensa (bit.ly/3jxrfC0)–, siempre se ocupan nuevos.