Aun cuando en estricto apego al calendario no ha cumplido tres años de haber tomado posesión de la Presidencia de la República (ello sucederá el próximo primero de diciembre), Andrés Manuel López Obrador (AMLO) rendirá hoy su tercer Informe de gobierno, conforme al protocolo que acompaña la apertura de sesiones ordinarias del Congreso federal, reconstituido específicamente en su Cámara de Diputados.
Más que la revisión del pasado casi trianual, cuyas vicisitudes han quedado registradas en las conferencias mañaneras de prensa y respecto al cual hay una abundancia de posicionamientos derivados de los cristales partidistas con que se mire, la mayor expectación se refiere al futuro, a lo que sucederá en este segundo y último tramo del paso del hiperactivo tabasqueño por el timón nacional.
No llega AMLO a este segundo trecho en condiciones negativas. Mantiene un índice notable de popularidad, su base social y clientelar se mantiene viva y no tiene enfrente oposición y opositores viables, que le resulten políticamente peligrosos.
Pero este segundo tramo no será tan propicio para reformas constitucionales o maniobras políticas fáciles. La factibilidad aritmética en San Lázaro se ha reducido, pues el número de curules de sus adversarios, aumentado en relación con la legislatura inmediatamente anterior, ha colocado más a distancia la obtención de las mayorías calificadas y obligará al morenismo a negociaciones y cesiones que probablemente estrechen las miras y aspiraciones de cambios profundos. En el Senado, a su vez, el creciente diferendo entre Palacio Nacional y Ricardo Monreal, con Olga Sánchez Cordero como cuña presidencial inexperta, también angosta los senderos de transformaciones notablemente positivas.
No hay, como se asentó líneas atrás, un personaje opositor que prenda luces rojas en el confiado radar obradorista. El más reciente intento de reconfección de algo parecido a un liderazgo ha quedado en el reino de los memes, con Ricardo Anaya como declamador dramático de proclamas, denuncias y arengas muchas veces cómicas.
La extravagancia de juntar el agua con el aceite (cada cual coloque al PAN o al PRI en el casillero líquido que considere adecuado) se está quedando sin la contribución genuina del partido tricolor que, tal como sucedió durante la docena trágica del panismo en Los Pinos, apuesta a sobrevivir plegándose al poder en turno en momentos de votaciones o discusiones estratégicas.
Es decir, del supuesto frente opositor sólo va quedando el panismo de liderazgos disminuidos y los farsescos saldos de lo que fue el Partido de la Revolución Democrática. Ah, y Felipe Calderón y Margarita Zavala, fotocopias coyunturales de oposición desde ciertas élites derechistas.
Pero el segundo trienio andresino puede ir acumulando puntos negativos e ir disminuyendo su capital político, social y electoral, en la medida en que se acreciente la exigencia de que se cumplan las ambiciosas promesas de campaña de López Obrador e incluso los bocetos de realidad actual que diariamente ofrece como si ya estuviesen cumplidos.
Resultaría sumamente irónico que el político que gozó durante un trienio de la ventaja derivada de una oposición sin crecimiento resultara, a partir de sus insuficiencias y contradicciones, el incentivador vitamínico de esa oposición armada de dinero, medios de comunicación y un discurso de diario desgaste de las posiciones obradoristas.
Por lo pronto, AMLO se pertrecha con provisiones tabasqueñas, con el operador Adán Augusto López Hernández en Gobernación y el experto Rogelio Ramírez de la O en Hacienda, además de contar con una plantilla acrecentada de gobernadores y con la paciencia y benevolencia de buena parte de sus seguidores originales. Pero el segundo trienio será notablemente más difícil que el primero, probablemente con menos margen para hacer algo etiquetable como transformación y con el adelantado proceso sucesorio como embrollador incesante. ¡Hasta mañana!
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