Nueva York., El último soldado estadunidense en dejar Afganistán, el general Chris Donahue, caminó en solitario con su arma hacia el avión militar, un minuto antes de la medianoche, hora de Kabul el pasado lunes, que despegó poniendo un fin a la guerra más larga en la historia de Estados Unidos.
El último capítulo se cerró como tantos durante los 20 años de la guerra estadunidense en ese país: el domingo pasado un dron estadunidense mató a nueve integrantes de una familia, incluidos seis niños. A la vez, los cuerpos de 13 militares fueron trasladados de regreso en ataúdes envueltos en banderas estadunidenses el domingo, pasando por un saludo solemne del presidente y comandante en jefe, Joe Biden, en la base aérea Dover.
La guerra terminó sin gloria ni festejos, todo lo contrario, y ahora se ha convertido una guerra política en Washington. El juego entre ambos partidos –la guerra fue un aventura bélica bipartidista– ha sido en esencia infantil: evitar asumir responsabilidad por el desastre y sobre todo no ser acusados de haber “perdido Afganistán”.
Los republicanos, con la salida desastrosa de Estados Unidos de Afganistán, ahora condenan al gobierno de Biden y los demócratas por el manejo del final de la guerra, mientras el presidente y sus aliados intentan crear una narrativa que evita la palabra “derrota” a toda costa.
Biden, en un breve mensaje desde la Casa Blanca ayer, proclamó que “la guerra en Afganistán ya se acabó”, y defendió a fondo su decisión, al afirmar que la opción estaba entre “irnos o escalar” y que “yo no estaba por extender esta guerra infinita”. Reiteró que “rehusé enviar otra generación de los hijos e hijas de Estados Unidos a una guerra que debería de haber terminado hace mucho tiempo”.
Elogió “el éxito extraordinario” del rescate de más de 124 mil personas evacuadas con un puente aéreo desde Kabul en las últimos dos semanas, operación sin precedente en la historia, afirmó.
Subrayó que el único interés vital de Estados Unidos en Afganistán es asegurar que ese país “nunca más pueda ser usado para lanzar un ataque contra nuestra patria”, recordando que los atentados del 11-S perpetrados por Al Qaeda se originaron ahí, y que ese objetivo se logró hace una década. Advirtió que la “amenaza del terror” se ha “metastatizado por el mundo” y que “continuaremos la lucha contra el terrorismo en Afganistán y otros países. Sólo que no necesitamos combatir una guerra terrestre para hacerlo”, justificó.
Biden concluyó que “esta decisión no se trata sólo de Afganistán. Es sobre poner fin a la era de operaciones militares mayores para rehacer a otros países”.
El Talibán; ida y vuelta
Pero no hay manera de ignorar que una guerra que empezó con el objetivo explícito de expulsar del poder al Talibán y que acaba dos décadas después con el retorno del Talibán al poder es por definición una derrota, la cual fue pronosticada por ese “enemigo” que gozaba al decir: “ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo”.
Una derrota muy cara en costos humanos y financieros para Estados Unidos. La guerra costó la vida de 2 mil 461 militares estadunidenses, fueron heridos otros 20 mil, muchos de los cuales necesitarán asistencia médica y sicológica el resto de sus vidas. Otros 3 mil 846 contratistas privados estadunidenses también perdieron la vida.
Se calcula que el costo financiero directo de la guerra fue de 2.3 billones de dólares, pero eso no incluye costos de intereses sobre esos fondos, ni el gasto sobre el cuidado de veteranos heridos.
Ni hablar de los costos para los afganos: más de 47 mil civiles muertos; más de 66 mil militares y policías afganos perecieron.
En total, según cálculos del Watson Institute de la Universidad Brown, 241 mil personas murieron como resultado directo de la guerra en Afganistán ( https://watson.brown.edu/costsofwar/ figures/2021/human-and-budgetary-costs-date-us-war-afghanistan-2001-2022 ).
No todos perdieron. Las cinco empresas de armamento más grandes de Estados Unidos recibieron más de 2 billones de dólares en fondos públicos durante el periodo de la guerra en Afganistán (no todo para esa guerra, pero con ese trasfondo).
Ahora, después de años en que la guerra forever frecuentemente ya no se registraba en las primeras planas, ha empezado el ejercicio intenso y el debate sobre qué pasó, como pasó, quién sabía qué y quién es responsable.
Eso no es tan fácil: como en toda guerra, la mentira fue rey. “Por dos décadas, los estadunidenses han dicho una mentira tras otra sobre la guerra en Afganistán. Las mentiras han provenido de la Casa Blanca, el Congreso, el Departamento de Estado, el Pentágono y la CIA; también de Hollywood, expertos… reporteros”, escribió el veterano periodista James Risen en The Intercept.
A finales de 2019, una investigación del Washington Post reveló con base en documentos oficiales confidenciales que altos funcionarios del gobierno “fallaron en decir la verdad” sobre la guerra en Afganistán durante 18 años, ofreciendo proclamaciones optimistas que sabían eran falsas y “escondiendo evidencia inequívoca de que la guerra no era ganable” ( https://www.washingtonpost.com/graphics/ 2019/investigations/afghanistan-papers/afghanistan-war-confidential-documents/ ).
Uno de los citados en esos documentos fue Douglas Lute, general encargado de esa guerra en la Casa Blanca durante los gobiernos de Bush y parte del de Obama, quien afirmó en entrevista oficial confidencial, en 2015, que “no contábamos con un entendimiento fundamental de Afganistán; no sabíamos lo que estábamos haciendo”.
Apoyo bipartidista
La guerra fue apoyada de manera bipartidista desde que comenzó (una sola diputada disidente en la cámara baja, Barbara Lee, votó en contra de esa guerra), que aunque fue lanzada por el republicano George W. Bush el 7 de octubre de 2001, fue dramáticamente ampliada por el presidente demócrata, y Premio Nobel de la Paz, Barack Obama, a partir de 2008, continuada de manera incoherente por el republicano Donald Trump, y ahora concluida por el demócrata Biden, quien la apoyó como senador y después como vicepresidente.
Muchos entre los 80 mil militares estadunidenses que fueron desplegados a Afganistán a lo largo de esa guerra no sólo repiten tener la sensación de haber participado en una misión sin sentido, sino que expresan angustia y dolor por el abandono de tantos que los ayudaron, apoyaron, rescataron. Varios veteranos –junto con periodistas, trabajadores humanitarios, artistas y científicos– buscaron, hasta el último momento, maneras de salvar a sus ex colegas y colaboradores.
“Es horrible ver esto. Pero siempre iba a suceder, y es mejor que nos hayamos ido ahora que en dos, o tres o en 10 años. Sólo espero que, esta vez, aprendamos la lección que no aprendimos en Vietnam. No tengo mucha esperanza que así sea”, comenta la veterana militar de la guerra en Afganistán Laura Jedeed en entrevista con The Guardian.
“La guerra acabó. ¡Ya basta! No más guerras… Tiempo ahora para componernos a nosotros mismos y fortalecer nuestra propia democracia y defenderla contra nuestro Talibán doméstico. Usen el dinero de guerra para escuelas, salud, ingreso garantizado, vivienda. Nunca más. Jamás”, tuiteo el documentalista Michael Moore.
Casi dos tercios de estadunidenses, 62 por ciento, opinan que la guerra en Afganistán no valió la pena, según una encuesta reciente de AP-NORC.