Un partido político es una asociación de ciudadanos con un fin compartido; se distingue de otras agrupaciones básicamente por la naturaleza del fin que persigue, que como todos saben, es asumir el poder en una comunidad, el Estado, la nación –en primer lugar–, pero en cualquier agrupación; se hace política en el mundo de los negocios, en el deporte, en las iglesias y hasta en las escuelas. Para nadie es un secreto que participar en política es una de las actividades principales en nuestros días.
Los partidos son agrupaciones de personas, pero no conglomerados; tienen estructuras internas, jerarquías, prácticas comunes y pautas conceptuales compartidas, al menos en lo esencial; se trata a veces de verdaderas instituciones y otras de híbridos sociales que no es fácil identificar o poner en un casillero determinado.
Se trata de organizaciones que cabalgan entre lo público y lo privado; no tienen funciones de gobierno, pero su objetivo es que algunos de sus integrantes, en especial sus líderes, se incorporen a los cargos públicos, obtengan posiciones en el Poder Ejecutivo, en el Legislativo, ganar elecciones o que sean designados por los que llegaron antes a los cargos. También en el Poder Judicial se hace política, pero como sucede en México y en otro muchos países, los jueces y magistrados, aun cuando ejercen el poder, no se eligen por votación popular. Entonces, los partidos políticos, sin dejar de tener algún interés, no colocan a este poder dentro sus prioridades, para decirlo en lenguaje popular, el Poder Judicial se guisa aparte; sin duda, este poder, el de los jueces, también es un colectivo identificable pero extrañamente, al menos en México, se encuentra casi siempre al margen de las luchas políticas abiertas y públicas; sus cargos se obtienen, pero no según las reglas formarles o informarles que rigen a los otros poderes. Por eso los partidos, al menos hasta ahora, no les han prestado mucha atención.
La Constitución mexicana dedica a los partidos políticos varias páginas de disposiciones legales para su reglamentación; las encontramos en el artículo 41 que determina que el pueblo ejerce su soberanía por medio de los poderes de la unión y de los poderes de los estados y la Ciudad de México, pero dispone también, en forma precisa, sin lugar a dudas, que “la renovación de los poderes Legislativo y Ejecutivo se realizará mediante elecciones libres, auténticas y periódicas”, para en seguida agregar unas “bases” muy prolijas, en tres incisos y muchos apartados y subapartados.
En mi opinión, nuestra norma constitucional, acordada precisamente por partidos políticos, le dedica demasiadas palabras agrupadas en muchos párrafos a las prerrogativas, a los tiempos en los medios de comunicación, a las finanzas de los partidos y al gasto en las campañas, pero muy poco a su doctrina o ideología, que debiera ser el dato esencial que distinga a unos de otros y elemento definidor de su naturaleza.
Esta legislación constitucional, propuesta y aprobada por los mismos partidos, abrió las puertas a las ambiciones personales y en no pocos casos a la corrupción; el interés de los partidos debiera centrarse en el establecimiento de un orden social acorde con sus principios, de izquierda o de derecha, liberales o conservadores, de un color o de otro, pero lamentablemente en la vida partidista ha tomado un papel preponderante la disputa por los cargos y por las fuentes de ingresos y han quedado de lado, medio olvidadas, las convicciones, la ética y la congruencia.
Nadie duda que estamos en un proceso de transformación, la cuarta, que avanza con dificultades opuestas por la realidad, pero también por obstáculos artificiales que surgen de las rivalidades partidistas. Creo que paralela a la transformación de la vida económica y social de las instituciones políticas, los partidos deben también transformarse y asumir cabalmente la exigencia normativa de ser democráticos en su vida interna.
Por regla general no lo son, se gobiernan por cúpulas de dirigentes y crean pesadas burocracias para sostener a esas cúpulas. En días pasados, Alonso Urrutia, reportero de La Jornada, llamó la atención sobre las élites de los partidos en las candidaturas plurinominales, esas que alcanzan cargos públicos sin necesidad de hacer campaña. Son, como lo dice el reportero, “viejos conocidos” que se perpetúan en los cargos.
La transformación de México debe pasar por la de sus partidos; sería un gran paso adelante que en todos, PRI, PAN, PRD y también Morena, que alcanzó recientemente y en muy poco tiempo un triunfo histórico, asumieran la democracia como su regla interna de vida junto con la justicia y la igualdad entre sus miembros.
Que lo buscado para la sociedad se viva dentro; si hay igualdad, respeto a las militantes y justicia interna, énfasis en los valores y en las propuestas y menos ambición por los cargos, se estará abonando para la transformación afuera.