El presidente de la República aprovechó que una protesta de grupos ciudadanos constituida sobre todo por miembros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) cerrara el paso a su camioneta en Tuxtla Gutiérrez el viernes pasado para desatar una abierta confrontación con la dirigencia estatal (y también de Michoacán) de ese movimiento magisterial.
A partir de esa mañana en que durante dos horas se mantuvo a las afueras de la zona militar de Tuxtla Gutiérrez, donde tenía programado desahogar una reunión de seguridad y, luego, la tradicional conferencia de prensa, el presidente López Obrador ha sostenido críticas duras a los liderazgos de la corriente magisterial no oficialista, a la vez que ésta ha mantenido valoraciones igualmente rudas hacia la Presidencia de la República, repitiendo los bloqueos a la Primera Suburban del País (1aSP) en los dos días subsecuentes.
En sus acciones y alegatos, cada contendiente tiene una parte de razón pero, en el fondo, ambos corren el riesgo de registrar pérdidas que sus reales adversarios ya están paladeando. Como suele suceder cuando se rompe una ilusión o un proyecto compartido (la CNTE es y ha sido de lo que se llama izquierda, con vocación electoral individual a favor de AMLO), las declaraciones y señalamientos llevan una carga de despecho y buscan herir o echar sal en las heridas del ahora contrincante circunstancial.
El presidente López Obrador ha llegado al extremo de asociar retóricamente a la CNTE con el ultraderechista grupo llamado Frena (Frente Nacional Anti-AMLO, dirigido por el impresentable Gilberto Lozano) y ha acusado a la dirigencia sindical de moverse por “intereses” y de cometer el cuasipecado de exhibir la impericia y abulia del gobernador consentido, Rutilio Escandón, cuñado del ahora secretario de Gobernación, Adán Augusto López Hernández. También ha señalado, con fundamento, que la institución presidencial no puede ser chantajeada ni convertida en rehén de nadie.
La coordinadora de la disidencia magisterial, especializada en la confrontación, nunca silenciada, históricamente provocadora de políticos en el poder, también ha acerado el discurso, pegando al presidente tabasqueño con el argumento de que nada o muy poco ha cambiado en esta administración obradorista, señalando incluso que “la permanencia voluntaria del Presidente en el punto de concentración fue parte de un plan de provocación para justificar la ofensiva contra esta organización que se opone a la imposición de la mal llamada reforma educativa peñista, maquillada por la 4T”.
Teniendo a la vista la evolución que ha tenido este conflicto, pareciera necesaria una tregua o recomposición de entendimientos, con un Poder Ejecutivo federal que acepte la instalación de la mesa de negociaciones que demanda la CNTE y la resolución de temas como la disponibilidad libre de sus fondos de ahorro. A la vez, los profesores deberían evitar actos que afecten la imagen y la investidura de la Presidencia de la República.
Pero es posible que lo sucedido en estos días esté inscrito en el más amplio tema del distanciamiento y confrontación que se ha ido marcando entre la izquierda electoral (Palacio Nacional, Morena y poderes y aliados institucionales varios) y la izquierda social que no ha visto resueltas sus demandas y, por el contrario, ve el avance de prácticas e intereses montados en las contradicciones e insuficiencias de la llamada Cuarta Transformación. La pelea se ha ido definiendo claramente en asuntos del feminismo, el ambientalismo y el rechazo a proyectos extractivistas y, ante la acumulación de protestas y demandas, Palacio Nacional ha decidido tomar la delantera declarativa y descalificatoria a partir de esas horas tempraneras del pasado viernes en la capital del muy mal gobernado Chiapas.
Y, mientras Rubén Moreira ha sido elegido presidente de la Mesa Directiva de San Lázaro, y Olga Sánchez Cordero ha sido instalada en el cargo similar en el Senado por disposición presidencial, ¡hasta mañana!
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