“La preservación de los territorios y bienes naturales se logra gracias a la gobernanza comunitaria y la participación amplia en la toma de decisiones sobre estos bienes comunes”, escribe Leticia Merino en la contraportada del libro de Pedro Álvarez Icaza, Naturaleza colectiva (editorial Juan Pablos 2021, México). Este autor “apuesta por lo colectivo porque va junto con la apuesta por la naturaleza... como el posible equilibrio entre la sociedad civil y el Estado”.
Identificada con el discurso de dicho autor y con su presentadora, la doctora Merino, esta columnista reivindica en su ideario de décadas tales principios, con la alegría de constatar que la expresión bien común se libera de su asociación con la doctrina social eclesiástica y regresa a ser una categoría del lenguaje castellano, pues la precisión en el uso de los conceptos nos permite pensar más acertadamente los términos del discurso y el debate. Como es, en este caso, al separar el término bienes comunes del de propiedad colectiva, definidos los primeros como un modo de participación y la segunda, como formas de apropiación. De este modo sí es posible percibir el camino a seguir, pero, sobre todo, comunicarlo para construir un sistema de redes justas de trabajo productivo y de distribución del producto, pudiendo llegar finalmente a cumplir con la máxima elemental que propone el aporte de cada quien según sus capacidades, para que cada quien reciba según sus necesidades.
Otro punto importante que tocan Merino y Álvarez Icaza se refiere al patrimonialismo, identificado con una suerte de capital, social, humano o natural, o con los recursos cuantificables y explotables. No podíamos estar más de acuerdo con estos autores, cuando que, tras nuestra propuesta de considerar las cocinas patrimonio de la humanidad, los agentes del neoliberalismo se apropiaron y tergiversaron esta idea noble, para entregarla al hegemonismo que ya venía destruyendo los policultivos al tiempo que imponían monocultivos en nombre de un “bien común” pervertido: el que en realidad absorbe lo colectivo y lo destruye, alegando sustentabilidad, cuando en realidad sustituye y reconstruye lo colectivo pero sin sus sujetos, sino por decreto. So pretexto de que ¡lo colectivo excluye y destruye el desarrollo! Sin embargo, lo colectivo contribuye al bien común verdadero, porque es en su seno que éste se crea y recrea, siendo constitutivo de su esencia y papel social.
Por lo mismo, nada ni nadie puede arrebatar el patrimonio de una colectividad, porque se gesta en su seno y ahí mismo se alimenta y resguarda. Es lo que mantiene vivos a pueblos originarios del mundo, pese a conquistas, colonias centenarias, genocidios... La ideología neoliberal que hace mercancías de todo lo material e inmaterial del mundo, llama resiliencia, (propiedad de ciertas plantas) al fenómeno exclusivamente humano de la resistencia en quienes crearon y conservan un patrimonio que nada ni nadie puede apropiarse y vender, porque nace y se recrea en cada generación y en un espacio ancestral, local. Se necesitarían genocidios peores, constantes y de larga duración para acabar con quienes protegen a Natura, de la que forman parte consciente. La que sobrevivirá al Capital, porque la Naturaleza Colectiva es más resistente y tiene la razón histórica.