El mundo está tapado con los polvos de aquellos lodos: cuando el neoliberalismo sentó sus reales y se engulló las mentes de derechas e izquierdas. Las clases dominantes de los centros imperiales construyeron la hiperglobalización y la financierización de la economía y crearon una ideología neoliberal ad hoc. Ahora no tenemos los lodos, sino los polvos, y éstos terminan siempre por disiparse y desvelar lo real, aunque todo ocurre a través de procesos complejos, no exentos de una enorme conmoción.
El mundo ha sido un gigantesco sistema colonial, que ha combinado en su historia la sumisión directa, territorial, y la subyugación económica inaugurada por EU, encima de lo cual fue implantada la vasta dominación financiera del presente. Andre Gunder Frank vio en su tiempo cómo las clases dominantes de los países periféricos eran parte y correa de las relaciones coloniales planetarias.
Hoy el sistema colonial cruje. Los instrumentos de la dominación se debilitan. Vivimos una agotadora agitación política en la periferia y dentro mismo de los centros imperiales. El sistema colonial inventó países en África y en Asia sin relación con la historia social, cultural, lingüística de los grupos humanos que habitaban esos territorios, y hace muchos años que ese desastre social es miseria, guerras fratricidas, inestabilidad perpetua. De esa devastación derivan las corrientes migratorias que asedian a los centros imperiales en EU y en Europa, pero los caletres de los imperios entienden poco del sistema colonial del que son autores. América Latina se sacó de encima la dominación colonial territorial, pero cayó en la opresión económica. El atasco social, cultural, militar, que es hoy Afganistán, fue prohijado por el sistema colonial y sus centros imperiales. Condiciones brutales de existencia colonial subsisten en la mayor parte del globo.
El capitalismo y el sistema colonial nacieron juntos. Toda la historia colonial capitalista era conocida por las izquierdas del mundo, pero la ideología neoliberal logró confundirlas por muchos lustros. En los años 70 una mezcla de aumento de la inflación y del desempleo con una caída del crecimiento –la stagflation– se extendió por las economías occidentales. Anonadadas, las izquierdas socialdemócratas no tuvieron respuesta frente a ese hecho novísimo. Ello produjo el estado de cosas propicio para un cambio ideológico y político que comenzó a ser procesado en los años ochenta. Foucault lo advirtió en El nacimiento de la biopolítica en el contexto político de cambio epocal de Europa de los años 70: “Todos los que participan en la gran fobia al Estado, sepan bien que están siguiendo la corriente…; la idea de que el Estado posee en sí mismo y en virtud de su propio dinamismo una especie de poder de expansión, una tendencia intrínseca a crecer, un imperialismo endógeno que lo empuja sin cesar a ganar en superficie, en extensión, en profundidad, en detalle, a tal punto y tan bien, que llegaría a hacerse cargo por completo de lo que para él constituye su otro, su exterior, su blanco y su objeto, a saber, la sociedad civil”. Foucault apuntaba al discurso neoliberal, y su obús a la línea de flotación del Estado en general.
A finales de los años 80 el ecuatoriano Agustín Cueva escribió: “La propuesta de desplazar el locus de la política hacia fuera del Estado, tal como lo proponen algunos ‘movimientos’ de Occidente, no supone ningún acuerdo que obligue también a la burguesía a retirarse de él. Por el contrario, se basa en un ‘pacto social’ sui generis según el cual la burguesía permanece atrincherada en el Estado (además de no ceder ninguno de sus bastiones de la sociedad civil), mientras que las clases subalternas se refugian en los intersticios de una cotidianidad… en la que el Estado no interviene en la medida en que las formas de sociabilidad elegidas no obstruyan la reproducción ampliada del sistema capitalista-imperialista” (véase Andrés Tzeiman La fobia al Estado, Clacso, 2021). En efecto, el Estado, vuelto por el neoliberalismo un Leviatán que había que reducir a su mínima expresión, es decir, expurgado de su carácter de espacio de la lucha de clases, quedó enteramente a voluntad de los designios de la clase dominante: la defensa a ultranza de la propiedad privada de los medios de producción, y la elaboración de las políticas públicas a satisfacción del capital, a la postre del capital financiero.
Milton Friedman escribió en 1982: “Sólo una crisis, real o percibida, produce un cambio real. Cuando se produce esa crisis, las acciones que se toman dependen de las ideas que están por ahí. Creo que esa es nuestra función básica: desarrollar alternativas a las políticas existentes, mantenerlas vivas y disponibles hasta que lo políticamente imposible se convierta en políticamente inevitable”. El hecho de que la izquierda en los años 70 y 80 fuera incapaz de ofrecer salidas a la crisis capitalista, abrió la puerta de par en par al neoliberalismo.
Ya podemos rectificar.