El libro Las sedes del poder en Mesoamérica explora y resume por primera vez en México el sitio donde reside el poder a través de la mirada de 18 investigadores que han excavado palacios de los tres periodos principales en la historia de la región, explica la arqueóloga Linda Rosa Manzanilla, coordinadora del título recientemente editado.
“Se ve un tránsito desde el poder más simbólico en el clásico, al poder más militar en el epiclásico; finalmente, el económico-político en el posclásico tardío, donde el tributo y la conquista de otros grupos étnicos se vuelven importantes”, dice la académica en entrevista.
La integrante de El Colegio Nacional (Colnal) añade que vemos “sociedades muy distintas en Mesoamérica y tiempos divergentes respecto del Estado y el poder, que, fundamentalmente, es la capacidad de controlar el trabajo, actividades y acciones de un grupo para obtener beneficios”.
Manzanilla (Nueva York, 1951) agrega en el texto coeditado por el Colnal y el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México: “Quería que hablaran los que excavaron esos palacios y trataran de ver qué poder se ejercía en ellos”.
Sostiene que “hay cuatro fuentes de poder: la económica, que sería el control sobre recursos, mano de obra y rutas de intercambio; el político, que es sobre territorio y personas; el militar, que siempre se trata de coerción, de conquista, de uso de la fuerza, y el simbólico, que es el poder sobre conocimiento, tecnologías, calendarios, escritura y rituales.
La investigadora relata que pidió “a los 18 investigadores que participan en este libro –12 mexicanos, cuatro estadunidenses, un guatemalteco y un alemán– que habláramos sobre los palacios que hemos excavado y estudiado, y tratar de ver sectores funcionales en esos palacios con el fin de ver dónde está la fuente de poder, económico, simbólico solamente, o un poder político y simbólico”.
Así, entender “qué actividades sucedieron en cada espacio a través de los restos de esas actividades, los instrumentos, materias primas, para diferenciar dónde está la residencia del gobernante y su familia, dónde el asiento de los artesanos que trabajan como maquiladores de símbolos e insignias, dónde está el sector ritual del palacio”, entre otras.
En 15 capítulos abordan casos como Teotihuacan en el clásico, sociedad en la que los grupos son más importantes que los individuos; “en cambio, en Monte Albán sabemos que hay un señor zapoteco”, y en el área maya de esa época los palacios contaban con sectores doméstico y residencial, político-administrativo y un gran sector escénico-ceremonial.
En el periodo epiclásico, “presentamos tres casos de sitios con palacios sedes de poder de ese periodo, que son Xochicalco, Cacaxtla y El Tajín. Los dos primeros en cerros, o sea el poder está elevado, la acropólis está arriba y, además, en el caso de Xochicalco hay fosos, murallas, bastiones, protección, porque se trata de reinos competitivos”.
En el posclásico “se discute el caso de los palacios de los aztecas de Tenochtitlan, porque tenemos fuentes del siglo XVI que nos dicen cómo eran, dado que como están abajo del Centro Histórico la Ciudad de México nadie los ha excavado. También explora el caso de Teposcolula, en la Mixteca, y la sede del poder en Tzintzuntzan, del señor del imperio purépecha.