Los velocímetros marcan hasta 300 kilómetros por hora (km/h), pues los bólidos buscan cruzar en siete minutos la distancia entre la caseta de cobro de Tlalpan, en la autopista a Cuernavaca, y el pueblo Tres Marías. Los pisteros, conductores aficionados de motos de carreras, se citan las mañanas de los domingos en La isla, al comienzo de la ruta.
Entre adrenalina, vértigo y afán de sobresalir en un círculo cerrado y muy particular, se imponen propósitos que rondan la fantasía y lo descabellado: Ir a Acapulco para almorzar, tomar aflojacurvas –bebidas alcohólicas– y regresar. El peligro está latente para ellos y las familias que transitan por la vía.
Calzarse botas, enfundarse en trajes de piel y guantes de motociclista (de la marca italiana Dainise, la más costosa), y ajustarse el casco AGV Pista cada domingo, les infunde valor para sentir que aprendieron las piruetas de la leyenda Valentino Rossi, y sus 235 podios del Campeonato Mundial de Motociclismo. La diferencia es que su astro rueda en pistas profesionales que le permiten salir casi ileso de un accidente, al contrario de las carreteras al sur de la Ciudad de México y otras donde los pisteros corren entre el tránsito pesado.
“Todos nos sentimos Valentino”, afirman. Se asumen parte de un clan dividido en clubes y grupos. A rodar acude quien quiere, pero entre ellos hay diferencias de clase.
Llegan al frenesí dominical con máquinas propias o robadas para tomar riesgosas curvas, sobre todo de la autopista federal. Mientras más inclinado a un costado –lo más recostado– es mejor.
Si los sliders, protectores de rodillas, antebrazos o de codos rozan el suelo, más crece el ego. Algunos los utilizan de metal, para sacar chispas y narrar anécdotas más emocionantes a sus compas.
Detrás de sus hazañas, de tomar a 160 km/h una curva con peralte, levantar el motor a más de 250 km/h o sacar chispas con su slider de metal, se consolida un negocio: Por 100 pesos, la fotografía de alta resolución acredita sus dichos. Se las toman camarógrafos apostados a los costados de las curvas, junto a cruces de las que cuelgan cascos con los nombres de mujeres y hombres que han muerto en accidentes a exagerada velocidad.
Encaramarse en un monstruo mecánico que llega de cero a 100 km/h en 10 segundos, como una moto italiana Ducati Panigale o una Goldwing 1500 de Honda, otorga un caudal de fascinación. El poder de la velocidad implica peligro para los mismos pisteros y quienes avanzan sobre los parches que alfombran las autopistas.