Diálogo increíble pero cierto, preguntó el feligrés: –Padre, ¿por qué la Iglesia permite que se ayude a bien morir a los animales que sufren pero prohíbe ayudar a los seres humanos en la misma circunstancia? –Porque los animales –respondió el religioso– son criaturas de Dios y los seres humanos somos sus hijos, que debemos amor incondicional a nuestro padre.
Mientras en alarde de hipocresía el grueso de los países del orbe medio se acuerda de debatir, en despliegue de grosera argumentación contra la inteligencia, sobre el derecho a la muerte digna de las personas que consciente y libremente la soliciten o su penoso estado lo amerite, en España, a pesar del exceso de requisitos al solicitante, como si de un delincuente se tratara, con la reciente despenalización de la eutanasia o muerte asistida ha dado inicio una época menos timorata con relación a su ancestral dependencia religiosa.
Empero, la derecha y los conservadores, incluidos los de izquierda, siguen considerando, luego de pensarle mucho, que la vida es sagrada, que sólo Dios la da y la quita sea cual sea la situación, de ahí su radical rechazo, junto con las religiones, al aborto provocado, a la eutanasia y al suicidio asistido que, según ellos, atenta contra la voluntad divina, con la que tan familiarizados pretenden estar. Más ubicada, la Asociación Derecho a Morir Dignamente, de España, se apresuró a advertir que esa despenalización no va a promover asesinatos en masa de ancianos y enfermos terminales, sino que “si la ley funciona bien, serán entre 4 mil y 17 mil personas cada año las que decidan adelantar su muerte, cifras que suponen entre uno y 4 por ciento del total de fallecimientos anuales en España... Ello ayudará a que personas aquejadas de una dolencia irreversible con sufrimientos insoportables prefieran morir a seguir viviendo una vida que ya no desean”.
Y apenas el 18 de agosto pasado su santidad el papa Francisco y varias eminencias -como se les llamaba no hace mucho al pontífice y a los cardenales- en un videomensaje dirigido a los países latinoamericanos indicaron: “Vacunarse, con vacunas autorizadas por las autoridades competentes, es un acto de amor. Y ayudar a que la mayoría de la gente se vacune es un acto de amor. Amor por uno mismo, por la familia y los amigos, amor por todos los pueblos. El amor es también social y político, existe el amor social y el amor político es universal”…