Otro despliegue de tauridad y personalidad en variadas expresiones tuvo lugar durante las labores de tienta de cuatro sementales de la ganadería de San Miguel del Milagro, celebrada el domingo pasado en uno de los escenarios taurinos más bellos del mundo, la plaza Jorge El Ranchero Aguilar, de la ciudad de Tlaxcala.
Se trató de los matadores Miguel Villanueva y Raúl Ponce de León, propietario de la citada ganadería con su hijo Rodrigo, quienes de novilleros llenaron, con su sello y su celo, el numerado de la Plaza México en la temporada de 1969, saliendo repetidas veces a hombros incluso sin cortar orejas. Con 73 años cumplidos y su afición intacta enfrentaron cuatro sementales con bravura −a uno se le perdonó la vida por su nobleza, codicia y transmisión− y edad, pues tres de ellos rebasaban los cuatro años.
Paco Salinas Ortega, picador de dinastía, colocó certeras varas a lo largo de la jornada empleando la puya de novillos, más reducida que la de novilladas, deteniendo las fuertes embestidas de los bureles, que arrancaron de largo y humillados, recargando ¡en tres ocasiones cada uno!, luego de ser puestas a la distancia reglamentaria, marcada en la arena, por Luis Castañeda, felizmente apodado El Niño del Bar.
Primero salió Juncal, con 380 kilos, la cara que da la edad y una fuerza amedrentadora, y Villanueva se acomodó en tres verónicas de la casa, es decir, con la cadencia que poseen los privilegiados. Un par de ensueño dejó el aspirante Gustavo Escobedo, en la mejor tradición rehiletera de México, con técnica, colocación y elegante lenguaje corporal que levantó a la gente de sus asientos.
Siguió Bohemio, con menos presencia que el anterior pero similar comportamiento en la puya, al que Ponce recibió con suaves lances y dos medias como en sus mejores tiempos. El semental llegó a la muleta complicado para el toreo de entra y sal, con transmisión pero exigente, lo que no impidió que Raúl consiguiera templadas tandas con la diestra muy bien rematadas, ceñidas manoletinas y tres cuartos de acero.
Con Petronio, otro semental con cara y edad y 400 kilos sobre los lomos que, como sus hermanos, recargó en tres puyazos, volvió a aflorar la tauromaquia de ambos, y a las verónicas de Miguel respondió Raúl, sin moverse, con templadas gaoneras. Se trató de otro astado fuerte y exigente al que el diestro de Apizaco recetó detalles de calidad sin llegar a redondear. Dejó una entera trasera y sufrió un achuchón al descabellar.
La afortunada conjunción de bravura, estilo y fuerza, que antaño calificaban en la tienta los buenos ganaderos sobrevino con Artista, de 390 kilos, al que Ponce recetó sentidas verónicas para luego poner el toro al caballo por orticinas. Tras la suerte de varas, Ponce el bueno quitó por tafalleras y Villanueva por verónicas y una media grandiosa por su lentitud y precisión. Motivado ante tanta torería, Gustavo Escobedo levantó de nuevo los brazos con gracia y colocó otro par maravilloso.
Con pases por alto en los medios para fijar la codiciosa y clara embestida, Ponce de León, transfigurado, ejecutó una espléndida y sentida faena por ambos lados, le dio “las tres” a dos jóvenes con porvenir, José Arreguín y David Morales, que se recrearon en estupendas series, al semental se le perdonó la vida, Alejandro Suárez Hernández, caporal de la ganadería, sonrió satisfecho, Ponce reafirmó su convicción de que sólo una bravura que dé espectáculo puede hacer resurgir este, y el cronista Jaime Oaxaca exclamó emocionado: “esto fue un regalo del cielo; con estos toreros me inicié y con ellos me sigo asombrando”.