Ese título rimbombante que suena a pócimas mágicas o fórmulas espectaculares de misteriosos ingredientes se refiere a un medicamento preparado por un farmacéutico para un paciente específico, con los componentes y cantidades recetadas por el doctor. También hay preparados oficinales que se elaboran con o sin receta y frecuentemente se hacen en lotes, anticipando la demanda.
Años atrás era muy frecuente que los médicos ordenaran ese tipo de pociones, aunque ahora son menos; cuando eso sucede, es difícil encontrar un lugar donde los preparen. Por fortuna, existe la Farmacia París, que fundó en 1944 el químico farmacéutico Ignacio Merino Martínez, quien rentó un local en la esquina de 5 de Febrero y República de El Salvador. Comenzó con cinco empleados y actualmente son más de 600 los que atienden cotidianamente a más de 20 mil clientes los 365 días del año.
El éxito los llevó, años más tarde, a comprar en el 81 y 84 de República de El Salvador, el que fuera noviciado para los monjes agustinos, construido en 1557, una auténtica joya arquitectónica que increíblemente permaneció intacta, lo que permitió, tras una excelente restauración, establecer un anexo con dos edificios antiguos: La botica de la Farmacia París.
Es toda una experiencia entrar al sitio que conserva su arquitectura barroca con muros de tezontle y marcos de cantera. Son dos edificios separados por una construcción inocua e importa visitar ambos porque cada uno muestra algo diferente, pero igualmente bello y sorprendente.
Aquí preparan las fórmulas magistrales y las oficinales, ambas muy frecuentes en situaciones especiales como pediatría, geriatría y dermatología. Actualmente se elaboran más de 100 remedios al viejo estilo de los boticarios. También se encuentran las secciones de homeopatía, herbolaria y dermatología.
La Farmacia París, además de vender todas las medicinas comerciales y productos de belleza, elabora su propios menjunjes: cremas, pomadas, emulsiones, pastas, geles, suspensiones, jarabes, cápsulas y papelillos que los guajolotones seguro recordarán.
Hay que llevar una bolsa de buen tamaño porque hay cosas irresistibles y baratas: aceite de almendras, agua de rosas, loción de leche de pepinos, aceites esenciales, extractos, el jabón cacahuananche –antiguo remedio muy popular para evitar la caída del pelo que también ayuda a neutralizar lo amarillo del cabello canoso y lo deja brillante–. La famosa pomada amarilla para “las reumas” y la piel súper seca y escamada, la seda cream con urea 40.
Un dilema escoger jabones. Lo ofrecen en grandes barras y uno pide lo que guste desde 100 gramos. Hay de algas marinas, cereza con jamaica o arcilla con frutos rojos; de toronja, lavanda, almendras, cacao, nopal, hierbabuena y muchos más.
Aunque no compre nada vale la pena visitar el lugar para deleitarse con la bella arquitectura del antiguo noviciado que tiene una interesante historia.
Los agustinos llegaron a la Nueva España en 1533. Les habían precedido los franciscanos y los dominicos, que se establecieron en los mejores sitios de la ciudad, que aún estaba rodeada por lagos y cruzada por canales, lo que limitaba los predios disponibles. Finalmente les cedieron un paraje llamado Zoquipan, que en náhuatl significa “en el lodo”, pues se trataba de un terreno pantanoso, lo que dificultó enormemente la construcción del convento y templo.
Tras sortear muchos problemas, principalmente hundimientos constantes que obligaron a que se rehiciera varias veces, en el siglo XVIII lograron terminar una de las edificaciones conventuales más grandes y opulentas. Llegaron a ser tan poderosos que en la manzana contigua, sobre República de El Salvador, levantaron el noviciado y se dieron el lujo de construir un puente para pasar directamente; esto llevó a que ese tramo de la calle se conociera como Arco de San Agustín.
Ahora, vámonos a comer. Decidimos ver si el Centro Castellano, en Uruguay 16, había sobrevivido a la pandemia. Por fortuna sigue con su grato ambiente de taberna castellana, con la misma gente y la deliciosa comida española. Su gran horno de ladrillo ofrece lechón, pecho de ternera y cordero, todo suculento. Otros se fueron por la paella y la pasta con mariscos. Los postres: arroz con leche, flan, helado de turrón y especial del día: pera en vino sobre una tartaleta de almendra.