Todos los días se aprende algo nuevo; dicho de otra manera, en cada concierto es posible ver cosas no vistas, y escuchar cosas inauditas, si uno pone suficiente atención. La semana pasada, por ejemplo, miré por vez primera algo insólito: no uno, sino dos violoncellistas tocando de pie, sosteniendo su instrumento con el precario e incómodo soporte de la mano izquierda y el muslo derecho. Cosas veredes, Sancho...
Esto lo vi en el concierto ofrecido el miércoles 11 en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes (Cenart) por la Orquesta Antigua de Quinceo, en el contexto de las actividades de la Feria de Lenguas Indígenas Nacionales 2021. Quinceo es un minúsculo pueblo del municipio michoacano de Paracho, con una población que es más de 99 por ciento indígena. La Orquesta Antigua de Quinceo, con casi 100 años de antigüedad, está formada por 11 músicos: trombón de pistones, trompeta, saxofón, dos clarinetes, tres violines, dos violoncellos y contrabajo; a notar, el hecho de que todos sus integrantes son varones y que, a ojo de buen cubero, hay en el grupo músicos pertenecientes al menos a tres generaciones distintas. Al inicio del acto, una bienvenida general en legua mazahua; después, otra en purépecha a cargo del líder de la orquesta.
El concierto, de presentación y formato muy sobrios y tradicionales, estuvo formado por una equilibrada mezcla de piezas instrumentales y vocales; estas últimas, cantadas mayoritariamente en purépecha, con algunas interpolaciones en castellano. Fue posible escuchar, en el contexto de una abundancia natural de sones abajeños, sonoridades de banda, de mariachi, de música ranchera, de piezas danzables con algún asomo de vals. Lógicamente, la parte cantada del recital estuvo integrada por el género fundamental de aquellas tierras, que es la pirekua. (Para que no quede duda, pirekua quiere decir, sencillamente, canción.) A la usanza tradicional, las pirekuas fueron cantadas a dos voces en sencilla armonía. Dato interesante: en las piezas puramente instrumentales fue perceptible la escasa presencia de solos, siendo el trabajo unitariamente colectivo. Por el contrario, los solos más destacados (especialmente algunos de trombón de pistones) se hicieron más presentes en los acompañamientos de las pirekuas.
Mientras oía con placer estas pirekuas pensaba en el añejo debate sobre la necesidad, o no, de conocer el significado de los textos cantados que uno escucha. A veces es interesante conocer la traducción de los textos poéticos de lo que se canta. Pero en general soy de la opinión que escuchar una lengua extraña (mientras más ajena y lejana, mejor), hablada o cantada, se convierte en una experiencia musical en sí misma, debido a la ausencia de referentes concretos. En todo caso, los miembros de la Orquesta Antigua de Quinceo ofrecieron algunas pistas generales sobre el origen e intención de las piezas del repertorio interpretado, tanto las vocales como las instrumentales. En los títulos de ese repertorio queda clara la orientación e intención de esta música purépecha: Esmeralda, Flor de durazno, Zirahuén, Pancho y Daniel, Laurita, Marianita, Una cualquiera, Mi pobre corazón, Recuerdos de Corupo. Esta lista permite percibir que las piezas elegidas representan cabalmente las preocupaciones principales de esta música indígena: la declaración amorosa, la nostalgia en sus diversas manifestaciones, la referencia a personajes particulares (Pancho y Daniel fueron músicos asociados con la orquesta michoacana) y la pintura sonora de paisajes y lugares de la cultura purépecha.
Lo escuchado esa noche en el BlasGa es una música diáfana y sin complicaciones, pero como toda buena música, tiene secretos; cómo me hubiera gustado tener a mi lado, para ayudarme a desentrañarlos, a los amigos conocedores que ya se fueron: René Villanueva, Rubén Ortiz... Una vez más, se hizo presente la aborrecible manía de los ingenieros de sonido de inundar el espacio con su pop fofo e inane, antes y después del concierto, poniendo de manifiesto por enésima vez su ignorancia supina, el vacío de su cráneo hueco, su miedo cerval al silencio. Dato duro para reflexionar: esa noche en el auditorio éramos 11 miembros de la orquesta, 12 técnicos y organizadores, y 13 oyentes nada más. Si hubiera sido una sesión de reguetón...