“El arte, para mí, está en el mundo de la estética”
Manuel Felguérez
Nació en Valparaíso, Zacatecas, en 1928. Siempre le gustó crear y modelar figuras y también intentar todo tipo de inventos. Como niño en los boy scouts, también hizo algo de taxidermia con animales pequeños, una afición que lo acercó al análisis anatómico y el interés por la carrera de medicina como una profesión para su vida. Sin embargo, lo que en el niño y adolescente fue idea de geometría y exactitud, tornaría con la juventud en concepto y abstraccionismo, hasta elevarse como creador de excepción en uno de los máximos artistas plásticos mexicanos. Hoy su nombre es referencia y es historia: Manuel Felguérez.
El museo y la visión
Manuel parecía tener un camino inicial en la medicina, principal centro de su interés, pero en 1947 hizo un viaje a Europa con Jorge Ibargüengoitia, compañero scout y quien también se convertiría en una figura importantísima, aunque en la literatura. La estancia en París, Francia, le entregó otra visión del mundo, además, en una ciudad que se reconvertía tras la guerra, manteniendo como centro de atención en galerías y museos, pues sus principales espacios públicos estaban haciéndose de nuevo. Su ingreso como visitante a la Tate Gallery de Londres, Inglaterra, fue un impacto a su sensibilidad que lo hizo transformarse, particularmente al admirar los cuadros del artista británico William Turner. Cuando voló de regreso a México, sabía que no podría hacer otra cosa que prepararse para ser un artista plástico, si bien se matriculó en medicina y en la Academia de San Carlos, no duró demasiado en ninguna. Sin dinero, pero con afán de lograrlo, se fue de vuelta a París, donde tuvo contacto con el cubismo (conoció a Pablo Picasso), trabajando y aprendiendo de Ossipe Zadkine, adelantándose en técnicas de escultura. En París pudo prepararse para estar en la vía que lo convertiría en un gran artista del arte mexicano.
Unos primeros intentos con terracota lo moldearon como forjador de conceptos, mientras moldeaba formas sin el mejor acierto. Muchas de esas fallas, se convertirían en búsquedas utópicas y asertivas en el futuro de su carrera, con muchos temas, técnicas y permanentes intentos de estar por encima de lo dominado. Retarse, buscar un cuadro completamente distinto, una escultura no intentada, eso es temperamento de artista, fuera de las técnicas y la experiencia del trabajo. Felguérez, afortunadamente, mantuvo siempre esa osadía frente a cada nueva creación, produciendo una gran cantidad de piezas que hoy son más atesoradas que nunca.
La creatividad disidente
Felguérez formó parte del gran movimiento modernista del arte nacional, donde los artistas fueron abrazados por galerías que mostraban su trabajo, convirtiéndose en promotores y vendedores de sus piezas. Antonio Gironella, Vicente Rojo, José Luis Cuevas, Fernando García Ponce y otros artistas comenzaron a formar parte del catálogo de las galerías de prestigio, con montajes que atraían a gente de todo el sector cultural, con una presencia importante de los medios de difusión. Felguérez estuvo en la Galería Antonio Souza. Él, junto con Enrique Echeverría y Lilia Carrillo (quien sería su esposa), tuvo la oportunidad de destacar, aun muy joven, con figuras ya de todo reconocimiento como Juan Soriano, Leonora Carrington, Gunter Gerszo y Rufino Tamayo.
Con el tiempo, esos artistas surgidos en los años 50 y consolidados en los 60, fueron conocidos como La generación de la ruptura, es decir, el grupo de artistas plásticos que rompió con el modelo mexicanista que había encumbrado a los muralistas. Sin rostros indígenas, modelos figurativos tradicionales, tejas ni sombreros, sin todo lo que se había condensado como esencia nuestra, los nuevos creadores hicieron lienzos, dibujos, esculturas y múltiples piezas con otras líneas de expresión y experimentación. Ese intenso trabajo, tan prolífico como innovador, tuvo distintos caminos y estilos, si bien no funcionó (salvo algunas muestras colectivas y labores conjuntas) como bloque o grupo cohesionado; sólo José Luis Cuevas escribió algo parecido a un manifiesto: La cortina de nopal, pero sin integrar a otros miembros.
Sin ser una avanzada grupal, el movimiento sí marcó el andar de sus miembros quienes, al igual que los nuevos músicos, literatos o cineastas, buscaron nuevos modelos de expresión. Eso no encantó a todos, generando controversias famosas, como cuando David Alfaro Siqueiros dijo que el arte abstracto era basura para tontos, a lo que Felguérez respondió, por los mismos medios impresos, diciendo que Siqueiros era un mediocre. De la exasperación al reconocimiento, era una polémica que propició un interés “enganchando” al rival. Siqueiros y Felguérez se reconocieron desde su negación y llegaron a tener una relación cordial, pero el golpe incendiario de su breve confrontación prendió las luces necesarias para poner atención en lo que la nueva generación estaba haciendo.
Felguérez tuvo un camino importante como creador de escenografías, empezando con un trabajo para La dama de las camelias, a invitación de la actriz Pina Pellicer, trabajo que lo llevó a formar parte de El Teatro de Vanguardia, que dirigía Alejandro Jodorowsky, donde pudo tener absoluta libertad expresiva, tanto como la del famoso Mural efímero que hizo con Cuevas y otros pintores en la Universidad Nacional Autónoma de México, como parte de las actividades culturales que acompañaban el movimiento estudiantil de 1968. Tras los conflictos con las autoridades, Felguérez, Cuevas y otros artistas, como Arnaldo Cohen, Gilberto Aceves Navarro y Sebastián armaron el Salón Independiente, donde se exaltaba la represión social imperante en la época.
Los escritores Juan García Ponce y Octavio Paz fueron apoyo de toda La generación de la ruptura, construyendo textos culturales que hicieron notar los méritos de aquellos jóvenes creadores. Paz se refería al trabajo de Felguérez como el del poseedor de una “geometría secreta”. García Ponce escribió ( Manuel Felguérez. El espacio múltiple): “Atracción por el color, por las texturas, por los volúmenes y aún por los objetos en tanto objetos (…). Manuel Felguérez ha conservado y alimentado una obsesión por el valor y el lugar de la idea dentro del arte, como si temiera su desaparición en la densa realidad de la obra, como si la obra destruyera absorbiéndola a la fuerza que la hizo posible”.
Mientras muchos artistas han sufrido los cambios generacionales y la tecnificación de su tiempo, el maestro Felguérez recurrió a la computadora para trabajar en nuevas confecciones de su obra, viendo la tecnología como otra posibilidad de orden. El artista declaró que ingresó más de 4 mil modelos en su sistema para buscar nuevas líneas de posibilidad creativa, con otra organización del espacio y las formas.
El arte es permanencia
Con permanente alegría en el rostro, sencillez, energía inagotable, con la compañía de sus pipas como dibujo continuado de su sonrisa, el maestro Manuel Felguérez ha sido protagonista de muchos estudios, críticas, reseñas, antologías, y trabajos audiovisuales, como el documental El orden y el caos (Miguel Ángel Tobías, 2016), donde su testimonio y naturalidad para hacer la crónica de su andar en el arte es como la de una conferencia que siempre está ocurriendo. En su natal Zacatecas se encuentra el Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez, recinto base de su trabajo, aunque su extensísima obra forma parte de muchas colecciones institucionales y privadas.
Buscando esa tensión agradable que refería como controlada por la emoción personal de culminar una pieza, Manuel Felguérez trabajó hasta el último momento, sin el retiro natural que la edad, con mente y articulaciones fatigadas, ha obligado a muchos artistas a apartarse de su trabajo creativo. Alguna vez comentó que las emociones de un artista no podían contenerse en un solo cuadro, sino en la obra total; cuando la vida terminó para él a los 91 años, en 2020, su obra era total, además de extraordinaria y para siempre.