Moscú. Mientras la Cancillería está convencida de que Rusia y el movimiento talibán que tomó el poder en Afganistán pueden sacar provecho del acuerdo de no intervenir en los asuntos del otro y, por si acaso, el ejército ruso –desde los países centroasiáticos limítrofes– está listo para rechazar una eventual agresión, los expertos locales consideran que es muy riesgoso confiar en un régimen que suele decir una cosa y hacer otra.
Hasta ahora, el talibán está cumpliendo la condición que puso Rusia –garantizar la seguridad de su embajada en Kabul, instalando retenes de milicias a lo largo de su perímetro– para adoptar la posición dual de, por un lado, continuar como si nada los contactos con las autoridades de facto y, por el otro, evitar reconocer al movimiento –prohibido por la ley rusa en tanto que organización terrorista– como gobierno legítimo, al menos todavía.
Esta dualidad –la ley rusa prohíbe cualquier contacto con el talibán y un simple ciudadano puede ser condenado a años de prisión por no precisar, cada vez que escriba o mencione la palabra talibán en un medio de comunicación, que en Rusia es una “organización terrorista proscrita”–, se debe a una política “pragmática, flexible y con múltiples variantes”.
Así lo afirma, en un artículo publicado ayer en el diario Kommersant, Andrei Baklanov, vicepresidente de la asociación de diplomáticos rusos, quien se pregunta: “¿Puede una organización que nació como extremista y terrorista transformarse y volverse civilizada? Sinceramente, parece difícil. Pero es posible”.
En ese supuesto, el diplomático –en funciones de vocero extraoficial– considera que “Moscú podría ayudar a Kabul a reconstruir la hidroeléctrica de Naghlu, así como establecer canales de cooperación en materia de tendido de gasoductos, construcción de casas y de instalaciones, incluidas petroleras, producción de abonos, extracción de minerales, reparación de carreteras, puentes y túneles, y puesta en funcionamiento de empresas agropecuarias y sistemas de irrigación”.
Menos optimistas, los militares rusos continúan realizando maniobras conjuntas con sus colegas de los países ex soviéticos que tienen frontera con Afganistán, pues nadie tiene aquí la certeza de que los distintos grupos radicales, formados por ciudadanos de esos países y cobijados por el talibán, no van a cruzar la frontera para tratar de derrocar a los gobiernos de Tayikistán, Uzbekistán y Turkmenistán e instalar otro Emirato Islámico a imagen y semejanza del recién proclamado, tras la vergonzosa y caótica retirada de Estados Unidos.
De los tres países, Tayikistán es el que tiene la frontera más larga con Afganistán –mil 206 kilómetros– y, como una suerte de espacio amortiguador, concentra la atención militar de los países interesados, Rusia y China, en que los grupos radicales no lleguen a sus territorios: los rusos, además de ejercicios conjuntos, reforzaron su base militar y los chinos concluirán este viernes las maniobras que llevan a cabo con el ejército tayiko a la luz del riesgo de que los uigures del Movimiento Islámico de Turkestán Oriental aprovechen la coyuntura para intentar fundar un Estado independiente en territorio chino.
Los operadores políticos del Kremlin también dudan de la palabra del talibán, pero procuran utilizar lo que está pasando en Afganistán con fines domésticos. A un mes de las elecciones para renovar la Duma, publicitan la idea de que “lo que no pueda hacer Lavrov (el canciller), lo terminará Shoigu (el ministro de Defensa)”, puesta en boca de varios analistas en los programas de la televisión pública. Shoigu y Lavrov son, respectivamente, el número uno y el dos, en la lista de candidatos a diputado del partido oficialista Rusia Unida.
Los expertos independientes tampoco comparten la visión optimista de la diplomacia rusa y les causa extrañeza que el talibán de pronto se haya vuelto “razonable”, “adecuado” y “abierto a alcanzar acuerdos”, por usar tres calificativos empleados por Zamir Kabulov, representante personal del presidente Vladimir Putin para Afganistán.
Arkadi Dubnov, reconocido especialista en Asia central, cree que “el respaldo sin precedentes que la diplomacia rusa está dando al talibán es una trampa peligrosa, ya que pone en entredicho la doctrina oficial de la política exterior de este país, según la cual Moscú reconoce sólo a gobiernos legítimos y condena su violento derrocamiento”.
Para Dubnov, en Afganistán hay un vicepresidente, Amrullah Saleh, que asumió de forma interina el cargo del presidente huido, Ashraf Ghani, de acuerdo con la Constitución de ese país, y no es claro qué va a pasar con los afganos de origen tayiko, que eran los principales aliados de Rusia y cuyo líder, Ahmad Massoud, exhortó a levantarse en armas contra el talibán.
“¿Cómo tiene que reaccionar Moscú en relación con sus anteriores socios afganos, que están en favor de un gobierno legítimo y contra aquellos que llegaron al poder mediante un golpe de Estado? –se pregunta el experto y, a modo de respuesta, asevera–: La diplomacia rusa tendrá que dar muchas explicaciones sobre la abierta traición a los principios del Kremlin”.