La caída de Kabul ante los talibanes el 15 de agosto es una gran derrota política e ideológica para el imperio estadunidense. Los atestados helicópteros que transportaban a los funcionarios de la embajada de EU al aeropuerto de Kabul recordaban escenas en Saigón, ahora Ciudad Ho Chi Minh, en abril de 1975. La velocidad con que las fuerzas talibanes invadieron el país fue impresionante; notable perspicacia estratégica. Una ofensiva de una semana terminó triunfante en Kabul. El ejército afgano de 300 mil hombres se derrumbó. Muchos se negaron a pelear. De hecho, miles acudieron a los talibanes, quienes inmediatamente exigieron la rendición incondicional del gobierno títere. El presidente Ashraf Ghani, uno de los favoritos de los medios estadunidenses, huyó del país y buscó refugio en Omán. La bandera del emirato revivido ahora ondea sobre su palacio presidencial. De alguna manera, la analogía más cercana no es Saigón, sino el Sudán del siglo XIX, cuando las fuerzas del Mahdi invadieron Jartum y martirizaron al general Gordon. William Morris celebró la victoria del Mahdi como un revés para el imperio británico. Aun así, mientras los insurgentes sudaneses mataron a toda una guarnición, Kabul cambió de manos con poco derramamiento de sangre. Los talibanes ni siquiera intentaron apoderarse de la embajada de EU, y mucho menos atacar a su personal.
El aniversario 20 de la “guerra contra el terrorismo” terminó así en una derrota predecible para EU, la OTAN y otros que se han sumado a la ola. Sin embargo, teniendo en cuenta las políticas de los talibanes –he sido un crítico severo durante muchos años– no se puede negar su logro. En un momento en que EU destruyó un país árabe tras otro, no surgió ninguna resistencia que pudiera desafiar a los ocupantes. Esa derrota bien podría ser un punto de inflexión. Por eso los políticos europeos se quejan. Apoyaron sin reservas a EU en Afganistán y sufrieron humillaciones, ninguna más que Gran Bretaña.
Un tanque del Ejército de Vietnam del Norte (NVA) aplasta la puerta del palacio presidencial de Vietnam del Sur, el último bastión del gobierno de Vietnam del Sur, el 30 de abril de 1975. Miles de soldados estadounidenses enviados a Afganistán para evacuar al personal de la embajada de Kabul mientras el avance de los talibanes hacia la ciudad ha revivido los dolorosos recuerdos estadounidenses de la caída de Saigón. Foto Afp / Archivo.
Biden se quedó sin opción. EU anunció que se retiraría de Afganistán en septiembre de 2021 sin cumplir ninguno de sus objetivos “liberacionistas”: libertad y democracia, igualdad de derechos para las mujeres y la destrucción de los talibanes. Aunque puede estar invicto militarmente, las lágrimas derramadas por los liberales amargados confirman el alcance más profundo de su pérdida. Frederick Kagan ( NYT) y Gideon Rachman ( FT) creen que la retirada debió retrasrse para mantener a los talibanes bajo control. Pero Biden simplemente estaba ratificando el proceso de paz iniciado por Trump, con apoyo del Pentágono, que vio un acuerdo alcanzado en febrero de 2020 en presencia de EU, los talibanes, India, China y Pakistán. El sistema de seguridad estadunidense sabía que la invasión había fracasado: los talibanes no podían ser sometidos, no importa cuánto haya permanecido. La idea de que la apresurada retirada de Biden fortaleció a los militantes es una tontería.
El hecho es que, en 20 años, EU no logró construir nada que pudiera redimir su misión. La zona verde brillantemente iluminada siempre estaba rodeada por una oscuridad que los zoners no podían entender. En uno de los países más pobres del mundo, se gastaron miles de millones anualmente en cuarteles de aire acondicionado que albergaban a soldados y oficiales estadunidenses, mientras la comida y la ropa se transportaban regularmente desde las bases en Qatar, Arabia Saudita y Kuwait. No sorprendió que un enorme barrio pobre creciera en las afueras de Kabul, mientras los pobres buscaban cualquier cosa en la basura. Los bajos salarios pagados a los servicios de seguridad afganos no lograron convencerlos de luchar contra sus compatriotas.
Ésta era la miserable realidad de la “intervención humanitaria”. Si bien hay crédito donde se debe dar crédito: el país ha sido testigo de un enorme aumento de las exportaciones. Durante los años de los talibanes, se siguió de cerca la producción de opio. Desde la invasión estadunidense, aumentó drásticamente y ahora representa 90 por ciento del mercado mundial de heroína, lo que hace que uno se pregunte si este prolongado conflicto debería verse, al menos parcialmente, como una nueva guerra del opio. Se obtuvieron billones de dólares en ganancias y se dividieron entre los sectores afganos que sirvieron a la ocupación. A los oficiales occidentales se les pagó generosamente para permitir el comercio. Uno de cada 10 jóvenes afganos es ahora opiómano.
La situación de la mujer no ha cambiado mucho. Hubo poco progreso social fuera de la zona verde infestada de ONG. Una de las principales feministas del país en el exilio señaló que las afganas tenían tres enemigos: la ocupación occidental, los talibanes y la Alianza del Norte. Con la partida de EU, dijo, tendrán dos.
Pese a las solicitudes de periodistas y activistas, no se han publicado cifras confiables sobre la industria del trabajo sexual que ha crecido para servir a los ejércitos ocupantes. Tampoco hay estadísticas fiables sobre violaciones, aunque los soldados estadunidenses utilizan con frecuencia la violencia sexual contra el “presunto terrorismo”, violan a civiles afganos y dan luz verde al abuso infantil por las milicias aliadas.
En la imagen, fechada el 30 de abril de 1975, se muestra a los residentes de la ciudad vietnamita de Saigón apiñados en tanques del ejército de Vietnam del Norte, que tomaba posiciones cerca del palacio presidencial de esta región, tras la última batalla contra los militares de EU. Miles de soldados estadounidenses enviados a Afganistán para evacuar al personal de la embajada de Kabul mientras el avance de los talibanes hacia la ciudad ha revivido los dolorosos recuerdos estadounidenses de la caída de Saigón. Foto Afp.
Más de 775 mil soldados estadunidenses han luchado en Afganistán desde 2001. De ellos, 2 mil 448 murieron, junto con casi 4 mil contratistas estadunidenses. Unos 20 mil 589 resultaron heridos en acción, según el Departamento de Defensa. La cifra de víctimas afganas es difícil de calcular; no se cuentan las “muertes enemigas” que incluyen a civiles. Carl Conetta, del Defense Alternatives Project, estimó que entre 4 mil 200 y 4 mil 500 civiles murieron a mediados de enero de 2002 tras el ataque estadunidense, tanto directamente como víctimas de la campaña de bombardeos aéreos como indirectamente en la crisis humanitaria que siguió. En 2021, Associated Press informó que 47 mil 245 civiles murieron por la ocupación. Activistas de derechos civiles afganos puntualizaron: 100 mil.
Se puso mucho énfasis en la edad promedio de la población de Afganistán: 18 años, de una masa de 40 millones. Por sí solo, esto no significa nada. Pero existe la esperanza de que los jóvenes afganos luchen por una vida mejor después de 40 años de conflicto. Para las mujeres afganas, la lucha no ha terminado, incluso si sólo queda un enemigo.
En Gran Bretaña y en otros lugares, todos los que quieran seguir luchando deben centrarse en los refugiados que pronto llamarán a las puertas de la OTAN. Al menos, el refugio es lo que Occidente les debe: una pequeña reparación por una guerra innecesaria.
* Es critor activista anglopaquistaní.
Artículo resumido. El Original fue pubiicado en New Left Revie