El pasado 13 de agosto las conmemoraciones de los 500 años de resistencia indígena contados a partir de la caída de Tenochtitlan, muestran, en el caso de las organizadas por los gobiernos federal y de la Ciudad de México, concepciones y prácticas que nos llevan a preguntarnos si el papel del Estado mexicano actual es constituirse en el representante y el portavoz de un discurso que corresponde a los pueblos indígenas. Destacados historiadores como Enrique Semo y Pedro Salmerón han abordado recientemente una relectura de fuentes históricas que muestran evidencias de las numerosas alianzas con los conquistadores españoles por parte de pueblos cuyas élites mantenían fuertes disputas con los mexicas, derivadas de la imposición de tributos y muchas otras prácticas que los agraviaban. Subrayo lo de élites porque hasta ahora ha sido aceptado que los indígenas participaron en la revolución de Independencia, en la Reforma y en la Revolución mexicana como combatientes, se ha dicho “carne de cañón” sin que sus demandas formaran parte de la agenda de quienes encabezaron tales movimientos transformadores. Hoy podemos concluir en adición, que la masiva participación al lado de los españoles, el 13 de agosto de 1521, de integrantes de pueblos como el tlaxcalteca o los gobernantes de Texcoco que rompieron con los mexicas, entre otros, constituyó la primera de esa serie donde de la parte indígena se pusieron las víctimas o los combatientes heroicos, pero cuyo resultado no sólo no les favoreció, sino que abrió un largo periodo de sojuzgamiento, como el implantado por la hegemonía colonial española durante 300 años.
La búsqueda de destruir la identidad de los pueblos se expresó en la evangelización a partir de la negación y desprecio a sus cosmovisiones, pero también en el sometimiento a condiciones inhumanas de corte abiertamente esclavista, como las practicadas en las encomiendas. Colocar de parte oficial el énfasis en desmitificar la conquista y el rol de Hernán Cortés y destacar, en cambio, la resistencia indígena resulta abiertamente contradictorio, pues los pueblos no han contado con la alianza o el respaldo del Estado mexicano constituido desde sus orígenes a partir de la negación de la existencia de los pueblos como entes colectivos diferenciados de las personas que los integran y del conjunto de la población nacional. La oferta a los pueblos desde la vida independiente fue la asimilación.
Hoy los pueblos existen gracias a su férrea voluntad de defensa y a las múltiples luchas y rebeliones históricas, los derechos con que cuentan en el plano internacional y en el país no son una concesión graciosa del Estado. Del Estado se requiere mucho más y diferente a una gran maqueta como escenario propiciatorio de un grito vacío. “Vivan los 500 años de resistencia indígena”, dijo la jefa de Gobierno de la Ciudad de México el 13 de agosto, mientras contingentes indígenas eran impedidos de pasar al Zócalo, para no afectar el acto oficial.
El revisionismo histórico actual también debe ser jurídico. ¿En qué parte de la Constitución dice que entre las facultades del Presidente de la República está la de representar a los pueblos indígenas del país? ¿Hablar en su nombre? Si tiene obligaciones el Estado hacia los pueblos y la historia del presente demanda revisar y detener proyectos mal consultados. Sería un homenaje a la resistencia indígena que está amalgamada de triunfos y derrotas, de despojos y de criminalización y uno de los derechos principales es el de autodeterminación. Bien se haría en reconocer que así como existe la razón de Estado, también existe la razón de pueblo indígena.
En paralelo a la ceremonia oficial en varias regiones de México hubo movilizaciones indígenas con un discurso sin concesiones. También la comunidad de Ostula, acompañada por Marichuy, vocera del Congreso Nacional Indígena, logró ingresar a la Suprema Corte de Justicia para entregar un amicus curiae que da sustento a su petición de atracción de su caso de despojo y criminalización. Mientras, en Madrid, España, las comunidades zapatistas encabezaron un marcha que en su cubierta señalaba: “No nos conquistaron” y hablaron en la voz de su delegación marítima Escuadrón 421, en la Plaza de Colón. Lo hicieron en nombre de ellas, no en nombre de todos los pueblos indígenas del país, agradecieron a quienes las han recibido, las han cuidado, compartieron precisiones importantes en torno a la lucha por la vida, a la lucha anticapitalista que no distingue fronteras. Vivir, dijeron, no sólo es no morir, no es sobrevivir, vivir como seres humanos es vivir con libertad. En esa travesía se encuentran con otros y otras, no sólo pueblos, que tienen problemas de origen común y cruzaron el Atlántico en la ruta inversa a la de los llamados conquistadores para escuchar y escucharse, para aprender de otros. Esa resistencia ya inició el año 501.