Después de que por lo menos 16 mujeres lo acusaron de acoso, el gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, fue obligado a renunciar el jueves pasado. El hecho es insólito por diversas razones. Cuomo gobierna el estado más densamente poblado de Estados Unidos y su economía es una de las más importantes del país. Su renuncia da fin a una de las dinastías políticas más connotadas, antiguas y no menos controversiales. Pero tal vez lo más importante fue que los legisladores demócratas, sus compañeros de partido, preparaban un juicio de desafuero en su contra, después de que se puso al descubierto su cadena de abusos con las mujeres que trabajaban en su círculo más cercano. El juicio no procederá una vez que el gobernador decidió dejar su cargo.
El ejemplo de lo que pasó en Nueva York no es un caso insólito ni aislado. A raíz del nacimiento del movimiento Me too (“Yo también”), decenas de individuos han sido despedidos u obligados a renunciar de sus trabajos en el sector público y el privado. Pero la renuncia de un político del calibre de Cuomo abre también una gran interrogante: hasta dónde la cultura del abuso sexual está arraigada en la sociedad, y hasta dónde la simulación y la complicidad ocultan o exculpan esa aborrecible comportamiento de muchos que usan su jerarquía como escudo para evadir sus injustificados abusos.
El caso de Cuomo contrasta con la hipocresía de no pocos legisladores republicanos que han ignorado los abusos contra un sinnúmero de mujeres por su paradigmático líder Donald Trump. En evidente complicidad con Brett Kavanaugh, lo exculparon de las agresiones que perpetró hacia algunas de sus compañeras de estudios y trabajo y, en una lamentable decisión, lo confirmaron ministro de la Suprema Corte, sin olvidar que en una decisión similar, hace tres décadas, también confirmaron a Clarence Thomas ignorando sus ataques contra Anita Hill.
Aunque las ofensas sexuales no son exclusivamente contra el sexo femenino, las evidencias apuntan que las víctimas son mujeres en su gran mayoría. Pero hay algo más preocupante aún: cuántos de estos agravios permanecen soterrados por diversas causas. Sin tener la relevancia del caso Cuomo, una gran cifra de casos similares permanecen en las catacumbas de la subcultura de las agresiones sexuales, ¿hasta cuando la alevosía de funcionarios públicos y privados se escudará en su jerarquía para seguir perpetrándolas?