En México nos referimos a “trabajo sucio” cuando el gobierno deporta extranjeros por presiones de Estados Unidos. Es un asunto que tiene sus bemoles y que podría considerarse como “políticamente incorrecto” hablar o escribir sobre este tema. Atañe directamente a la soberanía, seguridad y orgullo nacional, pero al mismo tiempo es un tema central en un contexto de vecindad, geopolítica y asimetría de poder.
La última crisis migratoria y la más sonada fue la de junio de 2019, con el chantaje de Donald Trump, para imponer aranceles si no se detenía el flujo. Y la Cuarta Transformación (4T) tuvo que bajar la cabeza y enviar a Marcelo Ebrard para apagar el fuego y negociar un plazo de tres meses. Luego envió a 20 mil integrantes de la Guardia Nacional a detener el flujo. Y en efecto, en 90 días las aprehensiones en Estados Unidos bajaron de 130 mil a 30 mil, su cause normal.
Ahora la corriente migratoria está desbordada con 210 mil aprehensiones realizadas por la Patrulla Fronteriza en julio. La cifra hay que tomarla con cuidado, aunque sea el argumento principal que esgrimen los estadunidenses. En primer término, hay que descontar de la cifra global a unos 60 mil mexicanos, en su mayoría jóvenes y solteros, capturados por la Patrulla Fronteriza a los cuales el gobierno no los puede detener o capturar. En segundo lugar, se trata de eventos, no de personas, en un mes un migrante puede intentar el cruce varias veces después de haber sido capturado y devuelto.
Dada la magnitud del flujo actual se estaba utilizando la táctica de catch and realease, de capturar y deportar, pero se han dado cuenta de que no funciona y ahora se va a detener y procesar a los reincidentes que tendrán que pasar varios meses en confinamiento. Por otra parte, en estos momentos se aplica la norma del capítulo 42, que permite, en casos de pandemia, la devolución inmediata de inmigrantes a México, incluidos extranjeros.
Salvo en el caso del inefable Donald Trump, que negociaba por medio de tuits, estos asuntos siempre han ido por lo bajo y por la vía diplomática, por lo general se trata de un quid pro quo, o de un favor que luego se cobra; no hay negociación abierta, ni pública, menos aún transparente.
El tema de las causas de la migración planteado por López Obrador ha sido retomado por la administración de Joe Biden, lo cual sin duda es un paso importante. La región centroamericana ha sido totalmente descuidada y ahora se pagan las consecuencias que eran previsibles. Pero el desarrollo y la inversión son asuntos de mediano plazo. Lo que importa ahora es la coyuntura y la realidad ineludible de que la primera crisis de Biden ha sido migratoria. Y eso compromete a México y enturbia la relación bilateral.
Según se dijo, la llamada telefónica entre AMLO y Harris trató de la apertura de la frontera, Covid y Migración. Pero éstos no son temas aislados, están íntimamente relacionados. La llegada de cerca de 100 mil migrantes mensuales a la frontera norte, en su mayoría no vacunados, complica tremendamente la posibilidad de controlar la epidemia y abrir la frontera. Lo cual se agrava con los miles de deportados que cada día regresan al territorio nacional y que, al igual que los inmigrantes, viven en condiciones muy precarias.
Obviamente la donación de vacunas puede ayudar a controlar la situación, pero esto no es gratis, tampoco caridad cristiana. Otra vez, México queda entre la espada y la pared. Y los paganos y más débiles serán los migrantes. Suponemos que el problema se trasladará a la frontera sur que también está saturada de población flotante.
Lo que resulta paradójico es que hasta el momento no exista un organismo gubernamental que asuma de manera integral el tema migratorio. La Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración, que encabeza Alejandro Encinas, se desligó del tema migratorio hace mucho tiempo.
Por otra parte, la Unidad de Política Migratoria se separó del Instituto Nacional de Migración para tener independencia del área operativa y proveer de información y análisis para definir políticas públicas de largo y corto plazos y tomar decisiones en asuntos coyunturales. Pero en la actualidad la política migratoria se define, se supone, en la Dirección General para América del Norte, que atiende una multitud de otros temas y problemas.
Los estadunidenses consideran que ya hicieron lo que les corresponde al diseñar su estrategia para enfrentar las causas de la migración en el norte de Centroamérica y México propone el programa elaborado por la Cepal, entre otras iniciativas.
Pero el problema es la coyuntura, que se repite una y otra vez. Hace unos días Colombia y Panamá negociaban un tránsito ordenado y seguro para miles de migrantes, para que pudieran pasar luego a Costa Rica y así sucesivamente hasta llegar a México, último país de tránsito.
Controlar y regular el ingreso y tránsito migratorio es un derecho soberano de México, al igual que definir su política migratoria, pero hacerlo por presión de Estados Unidos, es comprometerse a realizar el trabajo sucio. Todo esto era previsible.