Al llegar a Agua Prieta, ciudad fronteriza de Sonora –colindante con Douglas y Pirterville, en Arizona–, a causa del trabajo paterno, el cineasta Jorge Porras entabló relación con la familia Rivera Morales, que muy pronto entraron al círculo íntimo, al grado de llamar tíos a los progenitores de esa familia y considerar hermanos a los cuatro vástagos, con quienes jugaba futbol y practicaba atletismo.
Durante largos años, recuerda el guionista, productor y director originario de Monterrey se consideró un pésimo deportista, ya que el cuarteto de hermanos estaban dotados para las prácticas físicas, y no sólo eso, además eran muy competitivos entre ellos, tanto que “corren por todo, por ver quién llega primero al carro, quién masca más chicle, pero al mismo tiempo son unidos y los mejores amigos”.
Luego, sus caminos se separaron y en cuanto Jorge se mudó a Chihuahua, ya adolescente, ganó el reconocimiento como deportista del año. Fue cuando todo le quedó claro: “no es que fuera malo sino que estos cuatro desgraciados eran buenísimos para todo”, expresa con una sonrisa.
Así que en 2013, cuando Luis, el mayor de los Rivera, tuvo un año de ensueño en la especialidad de salto de longitud, al imponer la marca mexicana hasta la fecha y la mejor de aquel año al lograr un registro de 8.46 metros en la Universiada de Kazaan, en Rusia, lo que le valió la medalla de oro y más tarde el bronce en el Campeonato Mundial de Atletismo en Moscú, con 8.27 metros, logros que le merecerían el Premio Nacional del Deporte, unos meses más tarde.
En ese tiempo, el realizador regiomontano ya había dirigido cuatro cortometrajes independientes –Escríbelo (2009), Tiempo (2010), Bianca va (2014) y Muted (2014)– y buscando hacer su primer largometraje, le propuso a Luis contar su historia, justo en el año en que el saltador se perfilaba para ser el primer atleta en México en acudir a unos segundos Juegos Olímpicos, en Río de Janeiro, en 2015, ya habiendo concluido sus estudios de doctorado en ingeniería industrial en el Tecnológico de Monterrey. Así, se decidieron a documentar el proceso y a darle forma a esta película que se transformó radicalmente a lo largo de los ocho años que le llevó concluirla.
“Había estado haciendo muchos cortometrajes pero con mis recursos, con mi casa productora y con mis cámaras, con todas las limitaciones que eso conlleva. Ese año tuve un par de accidentes, de esos que te sacuden la vida, y se me metió en la cabeza la idea de que no podía morir sin hacer un largometraje. Aunque me encanta el cine de ficción esta historia tenía que contarse y nadie más podía hacerla, por la cercanía, por el amigo que abre las puertas, porque conoces a la familia, y así nos aventamos al ruedo, con una historia muy distinta de la que es ahora”, explica el licenciado en Comunicación, también por la misma universidad neoleonesa.
Estreno nacional
El resultado es el documental deportivo El gran salto (México, 2019), producido por Sutilde Cine con apoyo de Eficine Producción, ganador del Aquiles de Plata en el Festival Internacional de Cine y Atletismo de San Sebastián, una mención honorífica en el Campeonato Mundial de Cine Deportivo de Milán, el Premio del Público en Monterrey y el de Mejor Documental en Chihuahua, que el jueves 12 de agosto finalmente estrenó en la cartelera nacional en el circuito +Que Cine de Cinépolis, en 22 ciudades de la República Mexicana.
Si bien el documental planteaba inicialmente la historia del mexicano que estaba cambiando el paradigma del estudio y el deporte, al ser un candidato a doctorado y a los Juegos Olímpicos, un desgarre en los Juegos Panamericanos de Toronto, en 2015, inhabilitó por medio año a Luis y finalmente, lo dejó a un centímetro de la distancia mínima para lograr la clasificación: 8.15 metros. Y fue su hermano menor, Édgar, quien logró la calificación para competir en salto de altura en Río de Janeiro.
Afortunadamente, piensa ahora el director, la historia original no es la que el público verá en la pantalla, sino una mucho más personal porque refleja lo que aprendió de los hermanos y de la familia Rivera, al crecer con ellos. Además, no sólo refleja el trabajo y esfuerzo detrás de una medalla o la preparación de un atleta, sino lo que viven sus familiares para generar empatía con el espectador.
“Un atleta toma decisiones difíciles como dejar a su familia, pero consciente de que podía ganar o perder. El que sacrificó es el papá que tuvo que vender tortas todos los domingos para poder llevar a su hijo a un campeonato estatal, cada año. Es la esposa quien tuvo que dejar a su familia para acompañar a su marido y apoyarlo o dejarlo entrenar tres meses”, advirtió Porras.
En estos tiempos olímpicos en que resulta muy sencillo encender el televisor y mucho más fácil juzgar al deportista que quedó en cuarto lugar y criticarlos por malos, le parece importante generar empatía hacia los atletas, pues pese a la falta de recursos, a la corrupción y la situación que se vive en México, están en su lucha y quieren llegar a su meta, lo que es algo muy respetable y admirable, independientemente de si ganan una medalla o no.
“Yo admiro y respeto mucho a los deportistas y los relatos que reflejan los valores del deporte, la constancia, la disciplina, alcanzar una meta va más allá de echarle ganas o del esfuérzate y lo vas a hacer bien. Es un estilo de vida con el que muchos nos identificamos, hagas o no deporte. Yo me identifico porque no es cosa fácil hacer cine en México como tampoco ser deportista”, concluyó.