La foto tomada por Jair Cabrera de dos mujeres del pueblo triqui en la esquina de la calle 20 de Noviembre, sentadas en el piso junto a la valla metálica custodiada por policías que les impiden el paso a la plancha del zócalo capitalino, donde la Presidencia de la República conmemora los 500 años de lo que la institución nombra la “resistencia indígena”, sintetiza la retórica, el desplante, el racismo, la exclusión de siempre a los pueblos, naciones y tribus indígenas que no son materia de museos ni de maquetas monumentales. “Los indígenas somos discriminados en México”, dice la manta colocada frente a la cerca.
La maqueta con iluminación neón, como de antro, réplica del Templo Mayor, no podía ser más simbólica de lo que el poder oculta. Detrás de ella hay un campamento de estudiantes, en su mayoría provenientes de comunidades indígenas y campesinas, de la normal rural de Mactumactzá, Chiapas, quienes exigen la liberación de sus 91 compañeros detenidos el 18 de mayo pasado, cuando se manifestaban para exigir que se permitiera el ingreso a este plantel mediante un examen presencial.
Simultáneamente, en otro costado del Zócalo, integrantes de la comunidad nahua de Ostula, en compañía de residentes otomíes que luchan por vivienda digna y de la vocera del Concejo Indígena de Gobierno, María de Jesús Patricio, entregan un “ amicus curiae” en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, con el fin de que, por fin, la Corte atraiga el caso de la restitución de sus tierras.
Quinientos años después “nada ha cambiado”, afirman desde Oaxaca los pueblos de la Asamblea Oaxaqueña en Defensa de la Tierra y el Territorio, mientras en Puebla las comunidades nahuas mantienen tomada la empresa Bonafont que les roba el agua.
Y del otro lado del Atlántico, en Madrid, España, una gran manta con la consigna “No nos conquistaron” encabeza la simbólica marcha por las calles de la capital española. Al frente, montada en un carro alegórico en forma de barco, va la delegación conformada por siete integrantes del EZLN, en un acto diametralmente distinto al oficial y artificial montado en la Ciudad de México. Aquí no hay conquistadores ni vencidos, sino la unión de pueblos de abajo en resistencia.