A casi tres lustros de su fallecimiento vuelve a la vida, gracias al Fondo de Cultura Económica, un libro de don Martín Reyes Vayssade que, para mi vergüenza, me pasó casi desapercibido cuando apareció en 2005, debido a mi desidia y a que la editorial Joaquín Mortiz no puso mayor empeño en su difusión.
¡Qué bueno que ahora se incluye en esa prestigiadísima Colección Popular, que ha incluido a las mayores glorias de las letras mexicanas!
Avergonzado por mi ignorancia, al tener esta nueva edición en mis manos procedí de inmediato a leerlo con toda la calma, indispensable para hacer el esfuerzo de abarcar toda la grandeza de la obra. De ahí mi primera queja, pues resulta que sobrepasa con creces a su título: Jecker, el hombre que quiso vender México.
No niego que dicho siniestro personaje, aprehendido cabalmente por el autor, juega un papel importante en las enormes dificultades y hasta intentos de despojo que el gobierno de Francia perpetró contra México a partir de 1840. Pero el tema de la obra sobrepasa la participación del famoso usurero suizo-francés.
El texto constituye una riquísima explicación de cómo se tramaron las agresiones que empezaron en Los Ángeles y San Francisco, con enormes ganas de darle a nuestro país una mordida del tamaño de Sonora y de la Baja California, algunas de las cuales no quedaron lejos de su cometido, hasta la más aparatosa que simple y sencillamente pretendió crear un protectorado francés disfrazado de imperio, que además influyera a favor del sur en la guerra civil de los gringos y les opusiera un fuerte vecino católico.
Pero esto que digo en pocas palabras se traduce en más de 300 páginas de una riqueza extraordinaria, tanto de análisis como de información foránea que los mexicanos deberíamos tomar más en cuenta para entender esa faceta de la vida nacional en la que quisieron barrer el piso con nuestro país, para mayor gloria de la voracidad de capitalistas estadunidenses y europeos y para darle vuelo a la corrupción que tan cara le salió a la postre al pueblo francés.
Claro está que el papel de Jecker no fue despreciable. Quizá, aparte de corruptos parientes de Napoleón “el pequeño” (como lo calificó Victor Hugo, quien siempre estuvo a favor de México) franceses y no, el famoso usurero fue quien más entusiasmo despertó en prestar dinero y enseres carísimos y hasta inútiles a México para cobrárselos después con un incremento inimaginable.
Vale la pena leer este libro, no cabe duda. Pero a muchos mexicanos, que tal vez se duelan de que los extranjeros no puedan saquear el país, cabe advertirles que, con documentos en la mano, la figura de Benito Juárez crece aún más, en este caso aupada por las mejores plumas francesas de la época y lo que de él dijeron los dilectos enemigos de la monarquía francesa, que dio entonces sus patadas de ahogado.
Lo cierto es que la lectura de este libro me ha hecho sentir más orgulloso de haber sido amigo de Martín durante los últimos años de su vida.