PODER Y MAGIA EN LA FOTOGRAFÍA DE RAÚL ORTEGA
Raúl Ortega realizó un extenso registro visual de la Cuba profunda, la Cuba mágica y ritual, la Cuba África, a todo cuerpo y alma en honduras que ningún visitante pisa. Y logró una de las mejores series fotográficas hechas por una lente mexicana. Hay una intensidad rabiosa y vital en estas estampas inquietantes de tan íntimas, de tan cerca, de tanta emoción acumulada que se libera. Es un honor para Ojarasca dar a conocer esta galería extraordinaria.
Es lugar común, con católico desdén en el origen, denominar “santería” a la compleja red de rituales de la negritud cubana. El escritor Miguel Barnet, en un texto especialmente escrito para acompañar la futura publicación en libro de estas fotos, subraya con nitidez: “Hablar de una religión cubana como construcción cultural homogénea es un error”. El conjunto de sistemas religiosos y creencias es variado y procede de distintas latitudes de África.
Barnet destaca cuatro pueblos en el origen: el yoruba del oeste de Nigeria “que trajo a Cuba la Regla de Ocha o Santería y el culto de Ifá”. Los bantúes aportaron “formas religiosas más cercanas al panteísmo que la yoruba, menos elaboradas teogónicamente, pero con gran fuerza ritual y litúrgica, Regla de Palo Monte, Briyumba, Mayombe y Kimbisa, entre otras de reciente creación”. Los carabalíes del norte de Nigeria aportaron “la llamada sociedad secreta abakuá de hombres solos, heredera de la sociedad Égungun, u Ogboni”. Y los arará, del reino de Aradja del antiguo Dahomey, que se fusionaron con los cultos yoruba.
Resulta inevitable remitirse a creadores documentales como Sebastiao Salgado y Graciela Iturbide, maestros del intimismo cósmico. Raúl es de hecho discípulo directo de Salgado, con quien recorrió Chiapas dos décadas atrás; en él reconoce a un mentor. Es también uno de los varios herederos directos de Iturbide, quien algún día será reconocida como la mamá de los mejores pollitos de la fotografía documental mexicana.
Es conocido por sus trabajos en Chiapas, tanto los inicios espectaculares del zapatismo indígena en rebeldía como por la gran serie de fiestas populares del estado donde eligió vivir. En sus inicios, Ojarasca dio a conocer una serie suya de retratos de los comcaa’c (seris) de peculiar belleza. Hoy vuelve a nuestras páginas.
No pocas placas suyas son ya canónicas, empezando por los más reproducidos retratos del subcomandante Marcos (quizás los mejores). Pero su trabajo en las esquinas ocultas y misteriosas de la Cuba santa (nunca sin su contracara diabólica) constituye el cuerpo fotográfico más redondo y original de su obra.
Miguel Barnet reconoce que Raúl Ortega “ha realizado tomas conmovedoras e impresionantes de estos sistemas religiosos con una óptica desprejuiciada, donde el ritual es sólo un pretexto para captar el instante donde la magia expresa lo más profundo de la fe de los practicantes. La convivencia de Raúl en este medio tan misterioso le sirvió para entender cabalmente la idiosincrasia del cubano”.
Siendo una isla, la de mayor calado en el mar Caribe, es más que un país; bien mirado, resulta un planeta largo y cálido a la cabeza de la nueva África que florece y duele desde hace tres siglos en las llamadas Antillas, puerta de entrada de la brutal colonización europea de América.
De hecho, la población originaria de las islas fue borrada por las violencias y plagas de los conquistadores. Pueblos como el taíno prácticamente desaparecieron. La maldad del hombre blanco extrajo entonces de África el primer corazón de las tinieblas e “introdujo” inmensas cantidades de esclavos arrancados del continente subsahariano paralelo al nuestro.
Barnet, escritor indispensable y autoridad indiscutible de los temas de historia y espiritualidad afrocubana, quien supera y continúa las aportaciones de Lydia Cabrera, Alejo Carpentier y Nicolás Guillén, asienta: “Cuba no sería lo que hoy es en la cultura y ante la imagen del mundo sin ese legado fundamental que fue celosamente guardado en la memoria de hombres y mujeres de todos los colores que hoy lo exhiben con orgullo, a pesar de que llegó encadenado, desgajado y roto en el barco negrero, para asentarse en las plantaciones y en la sociedad y alimentar con una prodigiosa savia a la tierra cubana”. Para el escritor, “estos cultos no se asumen sólo como una práctica religiosa; son en realidad un sistema de vida adherido a la cotidianidad”.
Invitamos a los lectores a darse el gusto de recorrer un adelanto de la galería cubana de nuestro amigo Raúl Ortega.