“Me gustaba entrar y salir de los bordes para inmiscuirme en sus recovecos, descubrir detalles que aparecían sólo estando cerca, en sus entrañas”, afirma la narradora de Tengo una pestaña en el pie, cuento distópico escrito por la artista visual mexicana Cecilia Miranda. La protagonista –miembro de una especie de habitante del futuro cuya principal característica es tener los ojos en la punta de los pies– dice acerca de su condición física: “con los ojos en los pies y una visión de 270 grados, vemos y conocemos el mundo distalmente” y finaliza: “esta forma de ver y leer nos obligó a desconfiar de la información, pues era imposible estimar qué datos iban a dispersarse en el cuerpo. Constatamos que nuestra experiencia del mundo está ligada directamente al estado de nuestro cuerpo y a aquello que la rodea, que es fragmentaria y que está interiorizada hasta la médula”.
Mediante el uso de herramientas visuales y, en este caso, verbales, la escritora y artista plástica intenta condensar –en forma de comedia o tragedia– las esperanzas o miedos acerca del presente. Estrategias similares se encuentran en los relatos y cuentos de María Fusco, Eugenio Tisselli, Juan Cárdenas, Yásnaya Aguilar, Redes comunales mixes o Alicia Kopf, todas ellas voces de escritores replicantes, convocadas por la editora Verónica Gerber y que conforman la antología En una orilla brumosa publicada por la editorial Gris Tormenta con el apoyo de la Fundación Jumex Arte Contemporáneo.
Ciencia ficción, medular para fabular al mundo
En esta antología proliferan relatos de autores que desestiman las predicciones sobre el futuro, pero que saben reflexionar sobre el porvenir y lo hacen con la desesperanza compartida de su generación. La ciencia ficción se ha vuelto medular en su manera de fabular el mundo que habitan especialmente castigado por las crisis económicas, políticas, sociales, medioambientales y de salud, así lo declara Miranda: “resulta irónico, si miramos con detenimiento, que nunca como hasta ahora estuvimos tan cerca del mundo y tan lejos del proceso mental con el que escribimos sobre él”. Si Goya decía que el sueño de la razón produce monstruos, el súbito despertar de esta generación suele invocar nuestros fantasmas familiares en forma de hecatombes que azotarán al planeta, evolución humana a causa de mutaciones, evolución de los robots y extremo uso de la realidad virtual. Todas éstas son caras inquietas de una generación indignada que condena desde el campo de las artes y de la literatura.
Pero si queremos ir más allá de la ciencia ficción hay que preguntarnos si el motor que impulsa a estos escritores no va más allá del tópico literario. Me explicaré con tres categorías propuestas por el antropólogo Carles Feixa para explicar el concepto de juventud, pero aplicadas a la literatura: Tarzán, Peter Pan y Blade Runner.
Síndrome de Tarzán
El primer modelo tradicional de literatura se basa en lo que podemos denominar el “síndrome de Tarzán”. Aunque puede haber antecedentes previos, normalmente se atribuye a la obra de Rousseau tratar de explicar la naturaleza del hombre y proponer que el ser humano (el buen salvaje que inevitablemente tiene que ser civilizado) debe ser encausado mediante la descripción de su entorno. La literatura que trata acerca de “lo que se espera de uno” contiene una serie de reglas acerca de las “buenas” prácticas de crianza o de socialización. Habitualmente es la novela de aprendizaje la que se inserta en esta categoría, después de someter a sus personajes a sucesivas experiencias que afectan su posición ante sí mismo y ante el mundo y las cosas después de eso logran su evolución. También encontramos aquellas que exploran el pasado o el presente.
Un segundo modelo de la literatura se basa en lo que se llama “síndrome de Peter Pan”. Convertido en hegemónico a partir de la segunda mitad del siglo XX, más las guerras y la sociedad de consumo como telón de fondo, los escritores de este tipo de literatura versionan personajes que presentan una alarmante incapacidad para madurar y para incorporarse al mundo adulto del cual se rebelan constantemente. La fórmula utilizada es alargar la adolescencia y crear espacios de ocio donde los protagonistas puedan vivir su país de nunca jamás. Aldous Huxley, Jack Kerouac y William Borroughs son la cara más visible de esta literatura.
Un modelo posmoderno de literatura se basa en el denominado “síndrome de Blade Runner”, nace a finales del siglo XX y está llamado a convertirse en dominante en el siglo XXI. Feixa señala que “sus teóricos son los ideólogos de la sociedad red –tanto los oficiales como los hackers alternativos– que preconizan la fusión entre trabajo y ocio, entre inteligencia artificial y experimentación social e intentan exportar al mundo sus sueños de expansión mental”. En el caso de los escritores de este modelo de neoliteratura se encuentra ente un híbrido de seguir los pasos para insertarse en el mundo adulto y su voluntad de emanciparse.
Nacidos en las últimas tres décadas del siglo pasado, los escritores convocados por Verónica Gerber y Gris Tormenta forman parte de una generación hiperformada e hiperinformada y con un alto grado de adaptación a su entorno. Todos ellos están programados para insertarse al mundo del trabajo y participar en ritos del pasado condenados a la precariedad laboral entre otras muchas faltas de oportunidades. Pero como generación replicante están destinados a habitar los bordes que las generaciones anteriores les heredaron y luego se vuelven individuos desechables que podrían rebelarse contra su código, su rol y su creador. Para mostrar sus preocupaciones, esta generación versiona ideas o propuestas de Úrsula K. Le Guin, Stanisław Lem y Mario Montalbetti para encontrar otros modelos desde el seno de las artes conceptuales y las narrativas digitales donde cuestionar, mostrar su desconfianza, advertir de los peligros y, sobre todo, denunciar las estructuras del mundo que les tocó vivir.
En muchos de los relatos aquí compilados la aproximación a la idea de alteridad es una constante. En el relato La nueva voz de lo inanimado, Alicia Kopf ensaya alrededor de la ciencia ficción como una herramienta de “acción”, como “un ejercicio de traducción” para entender al otro que “está lejos o es radicalmente diferente”. Olivia Teroba, en Personas mirando al cielo, cita a K. Le Guin: “para especular a salvo, sobre un futuro habitable, tal vez haríamos bien en buscar una grieta en una roca y retroceder”.
Preocupación por cuestiones políticas
La lectura es obvia: la preocupación por cuestiones políticas como las migraciones, el peligro del uso de los diferentes tipos de escrituras como acompañantes de movimientos fascistas en política y propaganda en el arte, la crisis climática como falta de reconocimiento por parte de lo humano hacia lo humano, la preocupación por el uso de la inteligencia artificial, pero sobre todo el uso humano que se hará de ella por parte de la élite económica y tecnológica.
No deja de ser significativo que las ideas que formulan estos escritores indignados recuperan los textos de autores nacidos en la década de los 20 del siglo pasado (K. Leguin y Lem) para buscar a respuestas concretas, Teroba lo explica de esta manera: “pienso si es posible imaginar lenguajes y prácticas que sean una suerte de compañía, que nos inviten a retroceder, respirar, a apreciar y, por tanto, cuidar la memoria de lo vivo”. Cuando Feixa habla de la juventud, como un símil de los replicantes de Blade Runner, advierte: “su rebelión está condenada al fracaso, sólo pueden protagonizar revueltas episódicas y estériles, esperando adquirir algún día la conciencia que los hará adultos”. Ansiosos por abandonar el “autismo antropocéntrico” en el que nos encontramos sumergidos los escritores que forman parte de En una orilla brumosa abrieron una puerta en la que –convirtiendo la literatura en una poderosa herramienta que intenta hacer frente a las fuerzas anuladoras del pensamiento crítico– buscan pasar de ser considerados replicantes a ser ciudadanos generadores de un motor de cambio. ¿Cómo clasificar un libro así? Stanisław Lem contestaría: “ha de descender al nivel de la ciencia ficción y desempeñar ese papel aun sin contar con los lectores, ya que no narra nada que sacie la sed de aventuras” y finalizaría que hoy “en día lo vemos como extravagante. Sin embargo, ¿quién sabe que nos parecerá mañana?”.