Medir no es lo mismo que explicar (o identificar causas) de lo que se mide. La medición es una actividad descriptiva que no valora ni explica. Sin embargo, es común no sólo en la vida cotidiana sino incluso entre gobernantes y académicos confundir ambas tareas. Lo que ha hecho el Coneval es medir, con base en datos generados por el Inegi, y con una metodología que ha aplicado por muchos años, y que es conocida previamente, la evolución de la pobreza entre 2018 y 2020, como lo ha hecho desde 2008 cada dos años. No ha explicado por qué aumentó la pobreza, como tampoco lo hizo entre 2008 y 2010. Corresponde a académicos, políticos, y quizás periodistas, pasar de la medición a la explicación. Entre 2018-2020 el factor causal central es tan obvio que hay consenso: la pandemia y el confinamiento obligado que siguió. Igualmente, entre 2008 y 2010 todos estábamos de acuerdo que el aumento en la pobreza registrado por el Coneval y el Evalúa DF, y por quien esto escribe y otros estudiosos de la pobreza, se explica por la gran crisis financiera de 2008 y la recesión mundial consecuente. Por otra parte, en la opinión pública prevalece una concepción del poder gubernamental como casi omnipotente. “Si la economía y el empleo caen y la pobreza aumenta, es culpa del gobierno”, piensa la mayoría. Los gobernantes saben esto y, por ello, tratan de manipular la información al respecto (lo que se ha vuelto más difícil con los órganos autónomos como el Inegi y el Coneval). Hay evidencias fuertes que durante el gobierno de Fox una parte de la supuesta disminución de la pobreza en el país resultó de la manipulación del diseño muestral de la Enigh (Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares) por el Inegi que todavía no era autónomo. La medición de la pobreza del Coneval que muestra un crecimiento de 7.3 por ciento de las personas que el Coneval califica “en situación de pobreza” a nivel nacional y de 8.3 por ciento en los que tienen ingresos inferiores a la línea de pobreza (véase cuadro, renglones uno y 15), ha sido rechazada por la cúpula gubernamental, pero curiosamente cuando el Inegi unas semanas atrás anunció la caída en los ingresos totales de los hogares entre 2018 y 2020 de 5.8 por ciento y de 10.7 por ciento en los ingresos por trabajo, no hubo tal rechazo a pesar que la caída del ingreso (indicador central en la medición de la pobreza con casi cualquier método) ya anunciaba el aumento de la pobreza. Tampoco se puede argumentar que, por la pandemia, la pobreza no se puede medir en 2020 o que no es comparable con 2018. Sería como decir que las temperaturas en el planeta no se pueden medir o que no son comparables por el cambio climático o que la caída en las ganancias de una empresa no se puede medir en 2020 por la pandemia. Está muy claro que la palabra pobreza está cargada de implicaciones morales que no tiene la palabra ingresos. De ahí la diferente reacción.
Yo también rechazo las mediciones de la pobreza del Coneval, pero lo he hecho desde 2010 cuando dieron a conocer su método. En cambio, sostengo que, dado el método, las mediciones de 2018 a 2020 sí son comparables y sí reflejan lo que, en efecto, no se puede negar: la pandemia obligó a cerrar actividades económicas, provocó desempleo y baja de ingresos y, por ende, aumento de la pobreza. Lo que sostengo es que en México los pobres no son menos de la mitad de la población sino 75 por ciento de ella. Y esto lo sostengo con dos bases. 1.- Como se muestra en el cuadro (que es el cuadro uno del Anexo Estadístico de Coneval 2018-2020, con añadidos míos), el método del Coneval exige, para ser pobre, que el hogar/persona tenga ingresos inferiores a la LP y, además una carencia social o más (renglón uno). Como dijo hace varios años Araceli Damián, para el Coneval “el pecador sólo es tal si peca dos veces”. El primer truco es separar las dimensiones carenciales de la vida humana en dos componentes que parezcan de naturaleza opuesta: bienestar económico ( sic) a la asociada con ingresos y “derechos sociales” ( sic) a las seis carencias sociales (CS), en lugar de siete dimensiones. El segundo truco es no llamarle pobres a quienes sólo muestran carencias en una de las dos dimensiones (sólo ingresos o sólo carencias sociales, lo que en buen español se llamarían pobres por ingresos y pobres por CS) sino llamarles “vulnerables”. Como puede apreciarse en el cuadro, las personas en los renglones tres y cuatro (30 y 11 millones en 2020) son excluidos de la cuenta de pobres por el mero acto de rebautizar estos segmentos como “vulnerables”; bajan así los pobres de 96.9 (renglón cinco) a 55.7 millones (renglón uno), escamoteando 41 millones de personas de carne y hueso, de la contabilidad de la pobreza. Pero (renglón cinco del cuadro) el aumento de 2.4 millones en el número de pobres de verdad entre 2018 y 2020 es auténtico, dada la metodología utilizada. Nótese que la población con CS, según el propio Coneval, es de 85.7 millones (igual a 66.6 por ciento) y la que tiene ingresos menores a la LP de 66.9 millones (53 por ciento) por ingresos (renglón 15). Fue una exigencia de Ernesto Cordero, entonces secretario de Desarrollo Social de Calderón, lo que llevó al Coneval a definir un método que diera menos de la mitad de la población en pobreza. 2.- La pobreza en 2018 según el Evalúa CDMX fue de 71.2 por ciento a nivel nacional, muy cerca de 76.3 por ciento que habría según el Coneval con la interpretación que he hecho, que es la correcta.