Siempre creyó que al morir cientos de miles lo acompañarían en su funeral y lo colmarían de elogios. Que sus exequias serían en la catedral de Santiago, con presencia de las figuras más prominentes que manejan en Chile la política y concentran buena parte de la riqueza. Y, por supuesto, la cúpula eclesiástica. Que los medios afines al poder económico, la alta sociedad y la clase gobernante publicarían obituarios en los que elogiaban sus buenas obras, su mensaje pastoral. Luego, vendría una posible beatificación.
Pero Fernando Karadima, el ex sacerdote y mayor depredador sexual de la Iglesia católica de Chile, murió en la residencia de ancianos donde vivía. Tenía 90 años y, al informar de su muerte, la prensa recordó su pasado criminal y su fidelidad al dictador Augusto Pinochet. Aunque desde 2004 en el Vaticano sabían plenamente que Karadima era depredador sexual, apenas en 2011 lo declararon culpable de numerosos abusos sexuales y sicológicos cometidos cuando era párroco de la iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en Santiago. Fue el papa Francisco el que finalmente, en 2018, lo expulsó del sacerdocio. Además, lo condenó a llevar una vida de penitencia y oración, y a abstenerse de tener contacto con antiguos feligreses o realizar cualquier acto público religioso.
Aunque la justicia chilena investigó las denuncias que se presentaron por abusar sexualmente de varios jóvenes pertenecientes a distintas clases sociales, nunca pisó la cárcel, so pretexto de que los delitos que cometió se remontaban a la década de los años 80 y la primera mitad de los 90; es decir, prescribieron.
karadima fue uno de los religiosos más prestigiosos de Chile. Guía espiritual de una feligresía compuesta por las familias más influyentes de ese país y que asistían a sus misas y prédicas en la iglesia ubicada en el elegante barrio Providencia, donde trabajó por más de 20 años.
Por eso causó sorpresa saber de su verdadera vida gracias a las acusaciones de algunas de sus víctimas y de ex sacerdotes de El Bosque. Ellos rompieron el silencio y poder que rodeaba a Karadima. Era un muro de complicidad integrado por los cuatro obispos y los 50 sacerdotes que formó “espiritualmente”. Lo derribó Francisco al pedir la renuncia de todos los obispos de Chile. Muchos creyeron en la santidad de Marcial Maciel, el depredador mexicano. Igual en la de Karadima. Hoy, en los altares sólo reina quien los protegió: Juan Pablo II.