Moscú. Ante el incontenible avance del movimiento talibán y la preocupación de que, si éste logra imponer su drástico modelo de gobierno, Afganistán pueda convertirse en foco de potenciales agresiones a sus territorios, los ejércitos de Rusia y China llevan a cabo esta semana las primeras maniobras conjuntas desde que comenzó la pandemia del Covid-19 y que también se diferencian por ser la primera vez en que los soldados rusos, en simulacros de combate, usan armas de fabricación china.
Proclamado el claro objetivo de “ampliar la coordinación de los esfuerzos antiterroristas de ambos países”, según informó ayer la dependencia militar rusa, estos ejercicios Sibu (Interacción-21, de acuerdo con la terminología rusa) durarán hasta el viernes siguiente con la participación de 13 mil efectivos por ambos lados y numerosas modalidades de armamento.
En lo que es otra novedad, las maniobras tienen lugar en suelo chino –en la región noroccidental de Xinjiang, mayoritariamente poblada por la etnia uigur y la cual durante decenios ha sido origen y escenario de diversos atentados–, junto a la frontera china con Afganistán, que tiene una extensión de 60 kilómetros.
La exhibición de poderío militar, en este sentido, es una clara demostración de que Rusia y China –para decirlo con palabras de un comunicado del ministerio de Defensa chino– “tienen la firme determinación y capacidad para salvaguardar conjuntamente la paz y la seguridad internacional y regional” o, lo que es igual, voluntad para impedir que nadie ataque sus territorios desde Afganistán.
Pero al mismo tiempo, y quizá más importante desde el punto de vista político, las maniobras son un inequívoco mensaje al principal enemigo de ambos: Estados Unidos. A buen entendedor, le están diciendo que Rusia y China, que carecen de un pacto formal de ayuda mutua militar para repeler agresiones externas, pueden firmar ese acuerdo en cualquier momento, mientras sus ejércitos siguen practicando operaciones conjuntas y conociendo parte del armamento que utilizan.
El destinatario de ese mensaje, Estados Unidos, respondió con su habitual prepotencia: organizando las maniobras más grandes de los últimos 40 años en el Pacífico, junto con Australia, Gran Bretaña y Japón, a la vez que –a finales de agosto– anunció que tiene previsto realizar ejercicios militares con India en el Golfo de Bengala.
Y por si fuera poco, este mes soldados rusos y chinos van a participar en otras maniobras con uniformados de Bielorrusia, Israel, Mongolia, Serbia, Tayikistán y Uzbekistán, antes de que la –en teoría, encargada de contener al movimiento talibán– Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), efectúe en septiembre siguiente (en este caso agregando a soldados de Kazajstán y Kirguistán) sus ya tradicionales ejercicios anuales, esta vez en territorio ruso.
Militares rusos y chinos volverán a compartir experiencias, antes de que finalice 2021, en las maniobras navales que organiza cada año Moscú y que este año contará con la participación de delegaciones de los miembros de la OCS.