Sir Hugh Thomas, barón de Swynnerton (1931-2017) fue un distinguido historiador plenamente integrado al establishment imperial británico (fue miembro de la cámara de los lores desde 1981 hasta su muerte). Sus libros sobre España merecen leerse y discutirse (siempre que se contrasten con autores como Pierre Vilar, Javier Tussel y Ángel Viña). Libros importantes aunque con un inequívoco sello imperial barnizado por el “liberalismo” discursivo de la derecha neoliberal (Thomas llegó a la cámara de los lores vía Margaret Thatcher).
En 1993 publicó La conquista de México y se convirtió en una especie de nueva versión dominante, presentándola como novedosa y definitiva. ¿Novedosa? No: es la de siempre refriteada; la misma, desde sus primeras palabras: “Este libro relata cómo un pequeño grupo de aventureros bien dirigidos luchó contra una monarquía importante y estática. Constituye también un estudio del choque entre dos imperios”.
Ese cuento ya me lo sé… me dije al leer esas líneas que contienen al menos cuatro graves errores de comprensión histórica. Sin embargo, el libro de Thomas tuvo un muy saludable efecto secundario: estimuló a Jaime Montell García-Iglesias en la investigación que resultó en La conquista de México-Tenochtitlan (Miguel Ángel Porrúa, 2001), colosal aportación a la comprensión del hecho, con un estudio rigurosísimo y crítico, documentado hasta el agotamiento de las fuentes.
Dice Montell que escribió su libro para combatir mitos y traumas que se derivan de las narraciones de “la conquista”, así como “la discriminación racista que siguen padeciendo los pueblos indígenas”. Lo que lo convenció de embarcarse en su misión fue la lectura del libro de Thomas, a quien acusa de frivolidad en el manejo del tema y sus fuentes, y de un racismo antindígena que corre junto con su prejuicio antiespañol. Apunta: en “esta obra iré comentando algunas de las interpretaciones de Thomas. No deja de ser asombroso el desconocimiento de nuestra historia en ciertos autores extranjeros”.
Es abrumador el número de errores de Thomas que registra Montell (no sólo en La conquista… de Thomas, también en su otro libro, Yo, Moctezuma): se inventa ciudades y pirámides; confunde lugares; asevera que los “nativos” vistieron una imagen de la virgen; confunde a los emisarios de Moctezuma con totonacos; cree que la Casa de las Serpientes es un zoológico; confunde a los personajes (a los indígenas, nunca a los españoles); pone a Cortés entregando altares cristianos a sacerdotes paganos; inventa que los cempoaltecas ayudaron a los tlaxcaltecas contra Cortés (lo que es absurdo), hace suya por completo la insostenible versión de la cobardía y sumisión de Moctezuma hasta hacer de la liberación de Cuitláhuac un acto irreflexivo del tlacatecuhtli mexica; transforma al ahuehuete de la “noche triste” en ceiba; convierte a los tlahuicas en mexicas; declara que Cuauhnáhuac se incendió “misteriosamente” cuando Cortés escribe que él ordenó hacerlo (más de 100 errores por el estilo).
Su imaginación para describir moralmente a los mesoamericanos es desaforada: así, el señor de Tlacopan es un “pobre reyezuelo” al que nadie hace caso, y cuyos “súbditos apenas si suman 200” (sí: Tlacopan, la tercera capital de la triple alianza). Dice que Moctezuma, como “todos en su reino, no se preocupaba por los seres humanos”. Nezahualpilli era “falso, vengativo e histérico”, y de aspecto “sucio, desarreglado y despeinado”, y llevaba “sus supersticiones a extremos absurdos”, como contar “frenéticamente” las notas cantadas por los pájaros, “llegando hasta unas 3 mil”.
Ya entraremos al fondo de Thomas. Hoy digamos que su libro circula de nuevo entre nosotros, en una nada económica redición con un extenso prólogo de Enrique Krauze, el historiador (o ex historiador) también sedicente liberal, también muy cercano a los gobiernos neoliberales, también afecto (curioso “liberalismo”) a recibir distinciones monárquicas de origen feudal. Recientemente recibió una que representa al más rancio discurso de la derecha española y la recibió directamente de las manos del rey de España. Lo hizo en el contexto en que la derecha “liberal” y la derecha que no usa hipócritamente el adjetivo, aquí y en España, se rasga las vestiduras por la petición de Andrés Manuel para que Madrid pida perdón a las comunidades indígenas por los males causados por la irrupción española.
Krauze se desgañita contra “el uso político de la historia”. La recepción de ese premio, sus artículos, el desvergonzado uso de Thomas para que su “prólogo” se lea como tal (ya lo analizaremos: no tiene desperdicio)… todo lo que hace y dice en estos años, no es más que un desvergonzado uso político de la historia.
Pd: Hay otro monarca que sí fue capaz de pedir perdón, hay derechas menos cerriles que las mexicanas y las españolas. Releamos a Luis Fernando Granados https://cutt.ly/oQUFP3x).
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