Con regularidad se me antoja iniciar la columneta con la mención de una persona(s) de mi admiración o afecto, viva o ya desaparecida, conocida o distante, contemporánea o de época, como se suele decir en el lenguaje del cine para ubicar lo acontecido en tiempos pasados. También puede ser un acontecimiento realizado por voluntad humana o tan sólo un hecho inevitable o fortuito, pero que me motiva y estruja emocional, intelectual y anímicamente. Las más de las veces esta intención se queda en la mente y no llega al teclado porque, al final, dudo que lo escrito refleje cabalmente lo que siento, lo que deseo comunicar. Aquí van algunos ejemplos:
Hice varios intentos por escribir algunos renglones de los que conforman una columneta para dolerme, pero recordar gozosamente las idas al cine que con Albita y Vicente Rojo, hacíamos Mabela y yo. Sus presentes de matrimonio y de Navidad, bellísimos originales que fueron, y son, lo que más vale (y cuesta), en los muros del hogar que todavía habito.
Los recorridos parisinos que Rossbach y Pérez Gay nos dieron a mi hija, Ana Isel, y a mí, por los jardines, cafés, barrios históricos, siempre vigentes o, de los recientes, a los que la actualidad no puede desproveer de su pátina secular. Caminábamos acompañados de un extraño sujeto: alto, flaco, desgarbado, con una magra barba distribuida a trompicones. Su alba vestimenta y sus originales huaraches, resaltaban en esa diversidad de extrañísimos atuendos. Entrecerraba los ojos y sus pupilas se agrandaban o empequeñecían como cuando en un auto haces un cambio de luces. Estoy seguro que, al regresar a su tierra, el taumaturgo Francisco Toledo llevaba en las pupilas girones de la luz parisina.
También las incursiones a buhardillas a las que pocos, como Chema, tenían acceso, en alguna de las cuales, entre claroscuros nos hablaba, a veces suave y otras airadamente, una maga –llamada Elena, a quien le resultó una sorpresa que le platicara que durante mucho tiempo yo escribía una página en un periódico saltillense a la que en su honor llamé: “Los porvenires del recordar”–. A la muerte de la señora Elena Garro hubiera querido agradecerle por no haberme cobrado derechos de autor ni exigirme el pago de daños y perjuicios por trastocar el nombre de su conocida y reconocida obra, Los recuerdos del porvenir.
A Francisco Toledo quise dedicarle unos renglones para agradecerle la pequeña/ gran obra de su talento sin par y que, con algunas amistosas complicidades logré obtener en una subasta, no recuerdo si del Uno más Uno, La Jornada o del PSUM, a quienes el maestro Toledo nunca escatimó su solidaridad en momentos difíciles. Y también la anécdota de un momento en el que, vía telefónica el maestro me hizo saber de golpe lo qué es el amor y la dolencia compartida con y por un amigo: Monsi estaba casi desahuciado. Nadie, además de algún familiar, podía pasar a verlo. Se me ocurrió entonces una forma en que, en esos momentos, Carlos pudiera sentir lo mucho que significaba para cuantos lo conocíamos en vivo y en directo o mediante el periódico, la radio, la televisión o sus incesantes presentaciones en cuanto palacio o cuchitril era convocado. Grabaron saludos, lo he platicado mil veces, la crema y nata “de la intelectualidad”, pero, también los vecinos de la calle San Simón y la colonia Portales o los electricistas y el organillero, permanente recorredor de tales rumbos. El maestro Toledo, cuando oyó la situación de Carlos, externó tan sólo un gemido y colgó. Nunca volví a insistir: mi petición había sido rotundamente contestada.
En cuanto a Pérez Gay se refiere, tengo una anticipada confesión que formular: yo, que soy alérgico a los dichos y consejas populares, reconozco los de obvia asertividad: “el que, de ajeno se viste, en la calle lo desnudan.” Pero, por lo que a mí respecta, aclaro: Pérez me heredó su vestimenta de embajador (nada más lejano al Pérez cotidiano), y ahora tras de algunos sorprendentes traspuntes, de una mágica costurera, visto como embajador (el nombre y teléfono de Paty, están en mi correo a quien lo solicite).
A todas estas personas y acontecimientos siempre quise referirme en su momento, pero las más de las veces, no me sentí, como arriba lo dije, capaz de transmitir en un nivel merecido, mis pensasentimientos. Aclaro, de inicio, que en mis futuras crónicas lo haré sin complejos. Los moridos no gozarán de prioridad, pues recuerdos, reconocimientos y homenajes responderán más al momento y a las circunstancias, que a la cronología. Por ejemplo: para esta ocasión había seleccionado, reconocer y aplaudir a tres jóvenes merecedores de todo aliento, apoyo y estímulo: Rodrigo Saldívar, el niño zacatecano que acaba de ganar la medalla de oro en la competencia internacional de matemáticas, y recordar también a Tomás Cantú, que la consiguió en el 2020. ¿Qué fue de él? El otro joven es un poco mayor de edad, pero lleno de carácter, de espíritu, de compromiso: el retratista, fotógrafo y diseñador gráfico más valioso del momento en nuestro país. Por ahora, tan sólo digo el nombre y luego hablaremos de su página de vida: Rafael López Castro, de 75 años y oriundo de un Comala jalisciense, llamado Degollado.
El final de la presente columneta y todo lo que de la próxima se requiera, será para hablar de los 7 millones de ciudadanos participantes. De ese 97 por ciento que se manifestaron por el “sí” y del 1.54 por ciento, es decir, 102 mil 945, que lo hizo por el “no”.
¿Por qué sucedió? ¡ Qui lo sa! Tan sólo los doctores y los encuestólogos en nómina, tienen la verdad rebelada o revelada. Platiquemos.
Twitter: @ortiztejeda