El acoso contra los migrantes no cesa en el mundo, sobre todo en sectores de ultraderecha de Estados Unidos, una persecución recrudecida con el pretexto de la pandemia del Covid-19, como si quienes buscan un mejor nivel de vida fueran especialmente portadores, y un foco de propagación, del virus que ha colapsado a sociedades y gobiernos.
Me refiero particularmente a Texas, Estados Unidos, donde el gobierno conservador de Greg Abbott está usando a sus cuerpos policiacos para hostilizar a los migrantes, incluidos los que ya están resguardados por sociedades civiles y corporaciones religiosas, como la Catholic Charities of the Rio Grande Valley, en espera de que sus casos sean evaluados por las autoridades migratorias federales.
Pero también está el gobernador de Florida, Ron DeSantis, que en alianza con Abbott acusa públicamente al presidente demócrata Joe Biden de impulsar el repunte de los contagios de la pandemia por permitir el ingreso de migrantes desde la frontera “abierta” con México, pese a que en realidad sigue obstruida, y el gobierno de su país no ha anunciado todavía la normalización del flujo legal, ni ha atemperado los operativos en contra de la inmigración no documentada.
“Quién sabe cuántas variantes nuevas hay allá afuera, pero te puedo decir que las variantes que haya alrededor del mundo están entrando por la frontera sur”, afirma el gobernador de Florida, mientras que el mandatario de Texas acusa al gobierno federal de su país de no sólo estar permitiendo a los migrantes cruzar desde México, sino que muchos de ellos tienen el virus y lo diseminan en territorio estadunidense.
Es en Texas donde más se han agudizado las acciones de persecución a los inmigrantes, incluidos los que están en proceso de revisión. La instrucción expresa es regresarlos a la frontera con México y deportarlos, violando el acuerdo de la nueva administración federal de ventilar y evaluar jurídicamente los casos de quienes, aduciendo violaciones a sus derechos humanos, riesgo a sus vidas en sus lugares de origen u otros motivos graves, son detenidos, y no regresados en fast track a México, como se hacía en el gobierno precedente.
Concretamente, la orden ejecutiva del gobernador permite a los policías del Departamento de Seguridad Pública de Texas desviar los vehículos con inmigrantes de regreso a su punto de origen o puerto de entrada, o confiscar los vehículos si el conductor no cumple las instrucciones.
El argumento esgrimido por las autoridades locales de Texas es blindar a la población estadunidense de posibles contagios del letal virus de parte de los inmigrantes y sus familias, la mayoría provenientes del Triángulo Norte de Centroamérica, pero muchos también de origen mexicano.
Una medida xenófoba incompatible con la permisibilidad del mismo gobierno texano con la población local para poder transitar, comprar en grandes establecimientos comerciales y aun acudir a concentraciones masivas sin necesidad del uso del cubrebocas, a diferencia de la mayoría de entidades de Estados Unidos donde hay la obligación o cuando menos el exhorto a seguir observando las medidas preventivas.
No nos extraña la actitud xenófoba del gobernador de Texas, pues se trata del mismo personaje que acompañó el 30 de junio al ex presidente Donald Trump a la frontera para supervisar el avance, es decir el estado en que quedó, el inefable muro con México, con la perspectiva de reanudar ese proyecto en otro momento histórico, ya con una hipotética administración federal republicana.
Texas tiene también antecedentes de persecución y acoso a inmigrantes en la propia sociedad civil, una actitud en sectores arcaicos que ha llegado a extremos de violencia. En marzo del 2019, en un complejo comercial de El Paso, murieron 20 personas de origen hispano, sin mayor culpa que el color de su piel, su cultura y su idioma, es decir, actos llanos de racismo y xenofobia.
Por eso, no deben pasarse por alto actos de hostilidad contra la población inmigrante, y menos de parte de autoridades constituidas, actos de gobierno, así provengan de autoridades estatales o de los condados.
La embestida de la derecha neofascista contra los inmigrantes, desafortunadamente no es privativa de sectores y regiones de Estados Unidos.
También hemos presenciado en España el repudio de sectores conservadores a la hospitalidad humanitaria brindada por el gobierno socialista de Pedro Sánchez a los inmigrantes marroquíes que alcanzan a llegar a las costas del Mediterráneo, y luego pueden internarse a otras localidades de ese país. Lo hemos visto también, en unos casos de parte de sus autoridades y en otras de sectores retardatarios de sus sociedades, en Francia, Alemania, la Gran Bretaña, y otros países europeos.
Está más que documentada la contribución de los migrantes al desarrollo y la cultura de los países avanzados, además del respeto intrínseco que merecen todas las personas, como establecen las convenciones y declaraciones universales de derechos humanos suscritos por sus gobiernos. La pasividad de las fuerzas progresistas y democráticas no debe ser la respuesta. Cero tolerancia al racismo y la xenofobia contra quienes sólo buscan, con su trabajo honesto y productivo, mejores condiciones de vida.