México es un país de notables sorpresas. Súbitamente quienes parecían hoscos y taciturnos se convierten en extrovertidos y personajes malencarados se convierten en personas gentiles, y a la inversa. En la actualidad los caballeros del santo grial neoliberal y las damas del alba de los megaproyectos se han transformado de repente en grandes adalides de la democracia y padecen insomnio por la magra satisfacción de las demandas populares. Dicen que la mona, aunque se vista de seda, mona se queda. Sin embargo, en ocasiones la seda oculta muy bien el carácter de mona y hace aparecer a ésta con una belleza de hada radiante.
El 1º de julio de 2018 el país sufría de una amarga y profunda polarización social. La mayoría de la población estaba harta de la pobreza, de las punzadas del hambre, de los bajos sueldos y salarios, de la precariedad laboral, de la falta de oportunidades de empleo, del despotismo gubernamental, de la corrupción y de la ausencia de democracia. Y por ello fue que masivamente se votó por el candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador (AMLO), considerado de izquierda, lo cual no significó que 30 millones de votantes en su favor súbitamente se hayan convertido en izquierdistas, simplemente estaban hartos de los gobiernos neoliberales.
Pero ahora sucede un fenómeno paradójico: los partidarios del retroceso social plagian las demandas de la izquierda y ofrecen la imagen de que luchan por la democracia, por la equitativa distribución de la riqueza, por la autodeterminación de los pueblos, por el respeto a las libertades públicas contra el autoritarismo y el verticalismo y por la condena de la militarización. Estas demandas siempre han sido banderas de la izquierda, pero como ahora muchos derechistas las adoptan parece que se han convertido en neoizquierdistas. Así, Enrique Krauze se transforma en el Valentín Campa del siglo XXI y Héctor Aguilar Camín parece seguir los pasos de José Revueltas.
Ejemplo de lo anterior lo muestra el texto de Roger Bartra llamado Regreso a la jaula, es decir, el retorno a las viejas prácticas de lo que Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta, el comando de lo que Roger y otros han llamado nacionalismo revolucionario que no era tan nacionalista ni mucho menos revolucionario. El libro de Bartra es algo vociferante contra AMLO y, por ende, es una especie del culto de la personalidad al revés. Si Roger se acuerda del marxismo, debe comprender que aun caudillos tan poderosos y con gran iniciativa personal, como Hitler y Stalin, no sólo se representaban a sí mimos, sino a constelaciones de fuerzas que sus respectivas sociedades los llevaron a las cumbres del poder.
En su texto, Bartra vuelve a criticar con mucha inteligencia al capitalismo y pretende ser un socialdemócrata de izquierda. En mi opinión, hace mucho tiempo que Roger abandonó todo tipo de filiación izquierdista y empezó a saborear las mieles del neoliberalismo. Ha llegado al extremo de llamar a los dirigentes del PRD distinguidos socialdemócratas; eso es como si se llamara al fenecido papa Juan Pablo II dirigente bolchevique.
Así, de repente en el verano y (en las demás estaciones) los conservadores se han vuelto neoizquierdistas. ¿A qué se debe esa mágica transformación? La respuesta reside en que el programa gubernamental llamado Cuarta Transformación no es ni de lejos un cuarto de la transformación estructural que requiere el país. Esto se debe a los yerros del gobierno y de las múltiples concesiones que ofrecen a grupos dominantes. Es cierto que el Presidente goza de notoria popularidad, pero su comando carece de una base social sólida cuya actuación se expresa palmariamente en una involucración activa de los movimientos populares luchando por la democratización del país, por la solución de lo que Molina Enríquez llamaba los grandes problemas nacionales, por el reparto justo de la riqueza y por la defensa de los territorios de los pueblos campesinos y originarios, así como de aquellos espacios donde reside la mayoría de los trabajadores. Una institución fundamental para lograr esos objetivos sería el partido Morena, pero en la actualidad es una agrupación electorera y muchos de sus dirigentes se dedican a sacarse la lengua y a darse de puntapiés en la lid por acceder a puestos públicos. Los militantes activos y honestos de ese partido que fundamentalmente se encuentran en sus bases, deben aprestarse a contribuir con una militancia activa a lograr una auténtica transformación radical del país, y terminar así con la comedia de los neoizquierdistas conservadores.