Escribo esta colaboración antes de que tenga lugar la consulta popular a la que convocó el gobierno, pero se publicará un día después de la votación; por tanto, no puedo referirme a los resultados del cómputo final, ni tampoco sobre si ganó el Sí o el No; menos puedo hablar del número de participantes. Lo que sí les puedo decir con certeza es que votaré (o cuando lean esto ya habré votado) y por supuesto lo haré por el Sí; me parece bien que se investigue y enjuicie a quienes pudieron haber cometido actos ilegales en ejercicio del poder, hayan sido presidentes o hayan ocupado otros cargos.
Puedo también comentar, que, a pesar de la barroca pregunta, la experiencia participativa tendrá un alto valor político y será un precedente importante para futuras experiencias similares y aún mejores.
Lo intrincado de la redacción me lo explicó, porque se trata de una expresión del lenguaje propio de los encargados de impartir justicia, con ya algún tiempo en la “carrera judicial”. Les comparto un ejemplo de la peculiar forma de expresarse entre algunos del gremio que respeto, mundo en el cual me encuentro inmerso ahora y al que llegué por caminos inesperados; el ejemplo es este, en sus escritos, usan a veces, para decir “observamos”, la frase “no inobservamos”, fórmula sin duda elegante pero no la acostumbrada en el lenguaje cotidiano del resto de los mortales.
Pero, más allá de lo anecdótico, lo importante es considerar a la consulta dentro de un contexto más amplio que la coyuntura en que tiene lugar, entender que es una experiencia de participación directa novedosa y mejor. Desde mediados del siglo pasado se ha criticado a la “democracia burguesa”, que nuestra Constitución denomina “representativa” porque en ella la soberanía del pueblo se constriñe a votar cada cierto tiempo, para elegir a sus representantes y el resto del tiempo, sólo puede esperar que gobiernen bien o lamentar si lo hacen mal.
La primera democracia, en el ágora griega, era directa y selectiva; se reunían los varones a discutir, deliberar y tomar sus decisiones. Cuando la población creció, esto ya no fue posible y por ello se inició la práctica de la democracia representativa en la cual quienes toman las decisiones son los elegidos por la mayoría, no la mayoría.
Con la democracia representativa, surgió una “clase gobernante”, aparecieron los partidos políticos y los grupos interesados en alcanzar el poder y ejercerlo, también surgieron abusos, engaños y demagogia. Esto, despierta inquietud y críticas, pero también interés en buscar formas nuevas y mejores.
Oí hablar por primera vez de la democracia directa en el Instituto de Formación Demócrata Cristiana en Venezuela, bajo el gobierno de Rafael Caldera. Escuché entonces, por vez primera del referendo, el plebiscito, la revocación del mandato y otras fórmulas que se consideraban la expresión de una democracia mejor y más cercana a la voluntad popular; no bastaba la criticada democracia representativa.
Lo que vivimos en México el domingo 1º de agosto debemos verlo como una experiencia de esta democracia participativa, un paso hacia prácticas más directas de ejercicio y responsabilidad directa del pueblo. No es una ocurrencia. Las consultas están en la Constitución desde 2012, requieren formalidades que deben llenarse para que el Instituto Nacional Electoral las organice pero, hasta hoy, no habíamos tenido la oportunidad de llevarlas a la práctica.
En 2014, se logró reunir el número de firmas suficientes para iniciar el proceso, fue un triunfo popular y una esperanza de cambio; se pedía la opinión sobre la privatización del petróleo, pero la Suprema Corte cerró la oportunidad, aduciendo formalismos legales y razones políticas.
Con el sistema tradicional, esto es, el de democracia representativa, el pueblo tiene que confiar en su buen tino para elegir y esperar que el presidente electo pueda ser muy bueno y muy malo; dar la cara o resolver en la soledad de su despacho, tomar decisiones para todos o en beneficio de unos cuantos, impulsar obra pública o no hacerlo; implementar programas de justicia social, sembrar árboles y, por tanto, vida como lo esta haciendo el gobierno en ejercicio, o bien, impulsar grandes negocios para las minorías, dilapidar el presupuesto, vivir en la frivolidad, endeudar al país y permitir que se ahonde la brecha entre opulencia y pobreza.
Si esto último es el caso, como lo ha sido durante décadas, a los ciudadanos no les queda otra opción que esperar hasta que llegue la fecha de las nuevas elecciones y (si no hay fraude electoral) sancionar con su voto a los que gobernaron mal.
En la democracia participativa, como empezamos a experimentarlo, se pregunta con frecuencia la opinión del pueblo y el gobernante se sujeta a la revocación del mandato. Estamos dando los primeros pasos en esta democracia avanzada, las críticas son parte del temor al cambio; demos la bienvenida al esfuerzo inicial, no es fácil, pero es posible.