Para América Latina y el Caribe el polo magnético migratorio del continente es Estados Unidos. Pero no siempre fue así. México se integró a finales del siglo XIX, pero el Caribe lo hizo en las décadas de 1950 y 1960, Sudamérica en la de 1970 y Centroamérica en las décadas de 1980 y 1990. De hecho, Europa era la región con más emigrantes en Estados Unidos hasta mediados de la década de los 80.
El punto de quiebre se dio aproximadamente en 1985, con la incorporación de migrantes de El Salvador, Guatemala y otros países. En 1980 los migrantes europeos representaban 39 por ciento, mientras que los latinoamericanos, 22.9 por ciento del total. Pero en los registros censales de 1990 se nota el cambio, los de origen europeo pasaron a representar 22.9 por ciento y los latinoamericanos y caribeños se duplicaron y significaron 44.3 por ciento.
Estos flujos, también llamados hispano-latinos, representan en la actualidad a 18.7 por ciento de la población de Estados Unidos, en términos absolutos superan 61 millones y conforman la primera minoría, después de los blancos y por encima de los negros y asiáticos. De hecho, la gran emigración latinoamericana se dio en las últimas dos décadas del siglo XX y empezó a disminuir en el presente siglo.
No obstante que en la actualidad la emigración latinoamericana sea mucho menor en términos absolutos, su presencia es más visible en los medios, especialmente por haberse convertido en el tema predilecto de los políticos populistas de derecha que alientan la xenofobia, el racismo y la exclusión, y se justifican con el argumento de que se trata de extranjeros indeseables, “ilegales”. Incluso han sido calificados como bad hombres.
También los migrantes se han hecho visibles, ya no les interesa pasar de clandestinos, ahora tocan la puerta principal del imperio para pedir asilo. Cientos de miles de migrantes se concentran en la frontera norte de México y cruzan al territorio estadunidense en espera de que los capturen para solicitar asilo.
En el último mes fueron detenidos por la Patrulla Fronteriza 190 mil migrantes, en marzo, abril y mayo fueron 170 mil por mes. El flujo de personas migrantes formado por mexicanos, centroamericanos, caribeños y de otros países no se detiene, más bien se incrementa.
Las causas son las de siempre, ya conocidas, pero agravadas al máximo por la pandemia de Covid-19 y por los pésimos gobiernos de izquierda y de derecha, como los de Venezuela y de Honduras, que han provocado desplazamientos masivos en la región.
En este contexto, la emigración mexicana ha pasado a segundo plano. En la actualidad preocupa la situación de Centroamérica y de Venezuela como principales países expulsores. Sin embargo, México ocupa el primer plano en cuanto a nación de tránsito. De hecho, es el “último país de tránsito” antes de llegar a la frontera con Estados Unidos.
El periplo de los migrantes en tránsito puede ser tan largo y complicado como iniciar el camino en Brasil o Chile y atravesar de sur a norte el continente y una decena de naciones, sin que prácticamente nadie los detenga, de eso se encargará México o Estados Unidos.
Según la Unidad de Política Migratoria, de enero a junio se detuvo o “presentó” a 93 mil migrantes irregulares y se “devolvió” a sus países de origen a 47 mil. Por su parte, en el mismo periodo, la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos detuvo a cerca de un millón de inmigrantes irregulares.
Desde la perspectiva de Estados Unidos, el gobierno mexicano no está haciendo su trabajo, desde la perspectiva de México, no tiene por qué hacer el trabajo sucio. Lo hizo en condiciones de chantaje, con la crisis de los aranceles en 2019, cuando el flujo llegó a 130 mil y en tres meses, con la Guardia Nacional, lo redujo a 30 mil.
La propuesta de México de atender las causas va tomando forma y ha sido aceptada por el gobierno de Joe Biden. Se acaba de publicar un documento donde se define la estrategia colaborativa para la gestión migratoria. Una propuesta que puede dar resultados a mediano plazo.
Pero las crisis migratorias se definen por la coyuntura y por las estadísticas, no por los planes a futuro y las buenas intenciones. Y el gobierno de Biden atraviesa por una crisis y, de manera concomitante, le toca a México su parte, por ser último país de tránsito.
Por lo pronto, por simple consideración geopolítica o por la total asimetría de poder que existe, la crisis migratoria de Estados Unidos va a repercutir en la frontera norte de México. Se ha tomado la decisión de deportar a nuestro país, de manera inmediata y masiva, a los inmigrantes capturados por la Patrulla Fronteriza, incluidas familias y aquellos que soliciten asilo en Estados Unidos. Se aduce que no hay infraestructura para poder atenderlos y que los migrantes han incrementado el índice de contagios.
Pero también habrá costos colaterales. En el contexto de crisis migratoria, con decenas de miles de migrantes hacinados, la apertura de la frontera está cada vez más lejana. De igual modo la crisis fronteriza impactará en la posibilidad de que se apruebe una reforma migratoria para los dreamers y los trabajadores agrícolas.