El recuerdo, la evocación y la nostalgia son las premisas de Vidrio obscurecido, coreografía de la compañía El Cuerpo Mutable/Teatro de Movimiento, dirigida por Lydia Romero, que ofrecerá hoy su última función en el teatro Raúl Flores Canelo del Centro Nacional de las Artes (Cenart).
El montaje fue concebido durante el confinamiento de 2020 y transmitido en línea por redes sociales; el viernes pasado, la agrupación regresó a los escenarios con una versión retrabajada de la obra.
Vidrio obscurecido se empezó a concebir antes de la pandemia. “Hacíamos talleres –de nombre Reconfortarte– en varios hospitales con los pacientes y sus familiares en las salas de espera, los cuales consistían en la activación del cuerpo. También trabajamos con la idea de la memoria y recolectamos gran cantidad de información sobre los recuerdos más lejanos, que las personas escribían en una tarjeta y los bailarines traducían en movimiento para devolverlos a sus dueños. La compañía, por otro lado, hizo un ejercicio con los álbumes familiares de fotografía”, expresa Romero en entrevista.
Debido a la pandemia, el 19 de marzo de 2020 fue el último día que la agrupación se reunió de forma física. Confinados en sus casas, cada integrante de El Cuerpo Mutable trabajó los materiales para generar “dos pequeños estudios de movimiento”. La relación y los ensayos ya eran por pantalla. El resultado fue una versión virtual de Vidrio obscurecido de 30 minutos.
Cansados de la virtualidad
El leitmotiv o eje de la coreografía es un hombre que se rasura, un recuerdo de la bailarina que veía a su abuelo, Antonio Romero, salir del baño e iniciar su ritual preparatorio para ir a trabajar de telegrafista.
Volver al teatro ha significado varios cambios. “Nos gusta la idea de que el público no esté en sus butacas”, señala Romero. “Qué no exista esta cuarta pared que, de alguna manera, separa la acción escénica del espectador. Estamos un poco cansados de la virtualidad, de la pantalla, de esta cosa bidimensional, plana. Entonces, vamos a invitar a que el público esté arriba del escenario en pequeños grupos, con sillas muy separadas, y las puertas del teatro abiertas para que circule el aire”.
Para la entrevistada lo más necesario es “recobrar la experiencia de la corporalidad, sobre todo en la tridimensionalidad, y lo que sucede en sus trayectos en el espacio. Las relaciones entre los cuerpos es lo que queremos compartir con el público, que éste esté cerca y que pueda ver desde otros ángulos el hecho escénico.
“En esta vuelta a la tridimensionalidad tenemos que hacer un trabajo de redimensionar el movimiento, dar este sentido de corporalidad, de volumen, y esta relación con el espacio, porque crear para la pantalla es otro lenguaje.”
Hacia este efecto, la compañía ha distribuido las escenas de la obra –ahora de 50 minutos– en diferentes lugares del foro que “nadie conoce”. “Habilitamos diferentes espacios del teatro para que el público tenga distintos puntos de vista de cada escena. Así, el diálogo con el espectador es más cercano y experiencial en el sentido del espacio.”
El vestuario empleado es “muy cotidiano, muy neutro, para que el cuerpo disemine el discurso”. La iluminación es “el lenguaje que acompaña este discurso”, mientras el diseño sonoro está construido con la premisa de la memoria.
La última función de Vidrio obscurecido es hoy a las 18 horas en el teatro Raúl Flores Canelo del Cenart (avenida Río Churubusco 79, colonia Country Club).