Un observador maestro de la marginalidad. Durante más de veinte años y con quince trabajos, entre cortos y largometrajes, que combinan documental y ficción, el director francés Sébastien Lifshitz ( Adolescentes, 2019) ha sido una referencia indispensable del cine de la diversidad sexual. En su caso, sin embargo, esa categoría ha logrado ampliar su interés y alcance a partir de narrativas novedosas en torno de situaciones y personajes que hasta hace poco le resultaban incluso marginales a una comunidad LGBT que cada vez se ha vuelto más incluyente. Un caso específico es la manera en que Lifshitz aborda el tema de la disidencia sexual en personas de la tercera edad ( Los invisibles, 2012) o la militancia comunitaria de izquierda de Thérèse Clerc, una lesbiana octogenaria, en su emotivo documental Las vidas de Thérèse (2016). En Los testigos (2006), el director colocó también en primer plano la experiencia de tres hombres seropositivos al referir su situación de parias enfermos de sida en un medio aséptico y festivo de homosexuales en busca de respetabilidad social. Su acierto más elocuente hasta hoy ha sido explorar el complejo tema de las identidades transgénero en dos películas claves: los documentales Bambi, de 2013, y Little Girl ( Petite fille), de 2020.
Con un marcado interés por la historia y evolución de las costumbres sociales, el director recuperó en Bambi el perfil de Marie-Pierre Pruvot, figura legendaria de la vida nocturna parisina de los años cincuenta del siglo pasado, quien fuera una de las primeras artistas escénicas francesas en asumir abiertamente su condición de transgénero. En Little Girl, su realización más reciente, Lifshitz opta por un registro más intimista para narrar el proceso de transformación de Sasha, una niña de siete años que se siente prisionera en su cuerpo biológico masculino (fenómeno conocido como disforia de género), desde la perspectiva de la propia protagonista infantil. Luego de convivir un año entero con Sasha y su familia directa, el director ofrece uno de los relatos más intensos sobre la relación amorosa y cómplice de los padres y hermanos que la acompañan en su duro tránsito de adaptación sicológica a una identidad femenina elegida con una precocidad asombrosa.
La línea de demarcación entre los dos géneros en que se debate Sasha es ya difusa desde su mismo nombre que en francés puede ser masculino o femenino. Desde los tres años la niña está consciente de la incomodidad con la que vive un cuerpo masculino que confusamente siente ajeno. Su madre asiste al fenómeno primero con azoro y luego con culpa por haber deseado, durante su embarazo, tener una niña. El realizador no se detiene mucho tiempo en ese conflicto sicológico y prefiere centrar su atención en la hostiilidad y rechazo que Sasha padece por parte de las autoridades de su escuela, las cuales se niegan a aceptar su identidad femenina. Frente a esa cerrazón que torpemente busca coartadas de oficio para disimular su intolerancia, resulta notable el frente común que oponen los padres de la niña y también sus compañeros de clase, al parecer muy ajenos a los prejuicios morales que cultivan sus mayores. Sorprende también la manera decidida en que el hermano adolescente de Sasha toma partido en contra de los abusos de autoridad y discriminación social que día a día se agudizan. La acusación moral de la madre es al respecto contundente: “A mi hija le están robando su infancia”. En efecto, esa etapa de la vida Sasha la vive en un territorio extraño en el que ya no comparte con otros niños ni el gusto por los mismos juegos ni el disfrute de su apariencia física o de sus entrañables prendas femeninas. A una edad muy temprana, la niña tiene ante sí un horizonte para ella incomprensible de ilícitos y prohibiciones, y la sensación de vivir una soledad desconcertante. En medio del combate por conquistar una identidad distinta –o recuperar la propia–, Sasha exclama pesarosa: “¿Qué va a ser de mí si no puedo ser una chica?”. Otras cintas han abordado un tema similar con fortuna diversa. La más exitosa ha sido, evidentemente, Mi vida en rosa (Alain Berliner, 1997) o en otro extremo, el tránsito al género masculino, Tomboy (Céline Sciamma, 2011), pero en muy pocos casos ha sido tan intensa la manera solidaria en que toda una familia defiende la opción disidente de género de uno de sus miembros. Un documental sobresaliente.
Se exhibe en la sala 9 de la Cineteca Nacional a las 18:45 horas y en Cinemex Reforma 222.