Mientras en Villaseca de la Sagra, Toledo, poblado con 2 mil 500 habitantes, se anuncia a cuatro destacados novilleros mexicanos, Diego San Román, Arturo Gilio, Isaac Fonseca y Miguel Aguilar, por acá el monopolio sigue campante buscando toreros que buen cuidado tiene de no incluir en sus aislados festejos.
“...ni siquiera la distancia etérea del vuelo es suficiente para ver/ porque el aire del tiempo es denso”, escribió Alejandro Aura en su poema El Halcón, dedicado a su amigo el pintor zacatecano Juan Manuel de la Rosa, fallecido en días pasados, sin imaginar ninguno el significado que cobraría aquel verso. Porque el azar sostiene los días, el domingo 29 de enero de 2006, tarde en que el toro Pajarito saltó al tendido, Juan Manuel asistió por casualidad a la Plaza México e incluso a una barrera de primera fila.
“Después de vivir aquella experiencia –contaba el también especialista en técnicas de elaboración de papel hecho a mano− confirmé que los toros no se deben ver desde la barrera. Amo y defiendo valores esenciales de la fiesta brava, aunque por mi trabajo soy poco asiduo a las plazas. Recuerdo muy bien que Pajarito salió de toriles con muchas patas y nadie lo tocó con el capote. Alarmado me paré al ver que a pocos metros de donde estábamos el toro saltó, apoyándose con los cuartos traseros hasta alcanzar limpiamente las localidades de barrera.
“Vi volando una gran masa azulada, en un tono como la flor del cardo. El toro saltó por allí porque había dos asientos vacíos y el animal en su vertiginosa carrera vio luz, como se dice en términos taurinos al claro o espacio dejado entre dos volúmenes. Pajarito, desconcertado, empezó a caminar con dificultad hacia su lado izquierdo, tropezando con la gente y con los brazos de fierro de los asientos. Alcanzó a cornear en el vientre a mi amiga Julieta Gil Elorduy. Luego me entregaron su falda para elaborar un collage. Al tomar la prenda dos o tres días después, aún se percibía la energía del animal y la fuerza de su embestida. Dos días estuvo la falda en mi estudio y todavía pude sentir la adrenalina del animal, la de Julieta y, desde luego, la mía.
“El toro –continuaba excitado de la Rosa− era muy bello y las imágenes de esa masa volando se me volvieron recurrentes, incluso en vigilia. Literalmente me perseguían. La única forma de conjurarlas era llevarlas al papel y al lienzo. Luego de apuntes y bosquejos hice un primer óleo del burel volando sobre un salón de baile saturado de parejas y de música.
“No soy pintor taurino sino abstracto, por lo que me fui a los orígenes, a Altamira, a 40 mil años de tauridad, buscando una solución plástica de síntesis. Decidí entonces realizar un óleo de gran formato. Fueron tres meses de veladuras, de superposición de capas, de trabajo arduo.
“El ángulo desde el que vi a Pajarito y la luz que pegaba sobre él en ese momento hicieron que en mi percepción su figura adquiriera un volumen en el que su masa cárnica se agigantaba y a la vez se agilizaba. Es difícil tomar y retomar el tema taurino, si bien los grandes pintores y grabadores no taurinos se han ocupado de la figura táurica, de Goya a Barceló, pasando por Posada y Gironella. Los pintores que no incursionan en el tema de los toros se pierden de un gran fenómeno cultural y de una valiosa experiencia plástica.
“En una exposición de arte abstracto, la de Pajarito era la única pintura con rasgos figurativos reconocibles, y sin embargo fue la única pieza adquirida por una coleccionista de arte contemporáneo. Sin duda la energía de Pajarito siguió fluyendo” –concluía el inolvidable maestro Juan Manuel de la Rosa.