No hay consulta sin una intencionalidad política, es decir, sirve para algo. Y movilizar a muchos a votar usualmente viene a reforzar una postura frente a otra. Así, en 1994, después de duros combates y ante el surgimiento de numerosas expresiones a favor de la causa de los pueblos indígenas y de los zapatistas, se logra el alto al fuego gubernamental y las pláticas. Llaman luego los rebeldes a una consulta amplia que logra capitalizar a su favor el enorme impacto mediático y político que tuvo su alzamiento. Y lo hicieron planteando algo simple, pero muy poderoso: dejar la vía militar y asumirse plenamente como una fuerza social y política. El respaldo a esa posibilidad fue abrumador y, con eso, el gobierno de Salinas quedó en desventaja, atenido sólo a la fuerza militar. Así, en rápido giro, los rebeldes se transformaron en pacifistas –sin dejar las armas– y el gobierno –gracias a su cortedad de visión– quedó rebasado. El intento (1995) de Zedillo y su secretario de Gobernación Moctezuma Barragán (según denunció la colega Gloria Muñoz en su columna), de eliminar físicamente a la contraparte con que negociaba agravó aún más ese fracaso. El zapatismo se fortaleció enormemente, marcó rumbos todavía hoy vigentes y convocó fuerzas insospechadas.
Un ejemplo muy distinto al anterior es el de la consulta organizada por las autoridades de la UNAM junto con el Gobierno de la Ciudad de entonces, para acabar con el movimiento del CGH de 1999-2000. Después de siete meses de huelga, el nuevo titular, De la Fuente (hoy embajador ante Naciones Unidas) presentó una propuesta de suspensión de las iniciativas que habían generado la huelga, y se comprometió a evitar una salida violenta al conflicto. Así, aunque los estudiantes movilizados obviamente insistían en la cancelación definitiva, ante el gran público y la comunidad universitaria, las autoridades aparecieron como flexibles. Y la consulta entre la comunidad y egresados fue exitosa, pero por acción u omisión sirvió para legitimar que ocurriera, una vez más, el gravísimo y humillante antecedente de una ocupación masiva de la universidad con fuerzas federales y el espectáculo de alrededor de un millar de estudiantes aprehendidos y sacados de auditorios y salones y, cientos de ellos, sometidos luego a juicios con posibles penas de hasta 30 años de cárcel. Sirvió también para preservar las iniciativas del anterior rector, pues, aunque suspendidas, quedaron vigentes tres que son ejes fundamentales del neoliberalismo en la educación: el aumento de cuotas, un reglamento que hace más difícil la permanencia de los estudiantes y la simbiosis de la universidad pública con un órgano privado de evaluación de jóvenes aspirantes. Es decir, se eliminó política y hasta físicamente la presencia del otro (metiéndolo a la cárcel) y entonces la suspensión pudo interpretarse a modo. Por eso, miles de estudiantes han ingresado desde entonces a la UNAM mediante el examen Ceneval y no el institucional.
La consulta de mañana, por otro lado, tiene sentido ante el inicio de la siempre estratégica segunda parte de un sexenio (la sucesión), y busca asegurar la permanencia del legado de la 4T frente a los intentos de regreso y revancha de un pasado que, efectivamente, muchos no queremos de regreso. Y, cierto, una nutrida participación en la consulta sí puede tener el efecto político concreto de prevenir desde ahora ese intento. Aunque, sin demeritar lo anterior, la experiencia histórica muestra que estos legados –como el de Cárdenas y el del mismo López Obrador en el PRD, no se ponen tanto en peligro por fuerzas externas y del pasado, sino por los personajes del entorno presente que buscan protagonizar el futuro. Así, la alianza Cárdenas– y mayoría de la población y magisterio se desmanteló rápidamente al seleccionarse a Ávila Camacho y luego a Alemán, López Mateos, Ruiz Cortines, Díaz Ordaz y hasta Peña. Doce sexenios que mantuvieron con enorme violencia un proyecto de nación distinto y opuesto al de la década de los 30. Y puede continuar porque la sucesión que hoy se propone no inspira mucha confianza. Y tampoco el actual legado en educación representa una transformación tangible y profunda que impulse a millones a apropiársela y defenderla ya desde ahora. Sigue vigente la agenda neoliberal: exámenes de admisión discriminatorios; impulso a comercialización y privatización; derecho a la educación y hasta pagos a académicos al arbitrio de rectores y una gratuidad indetectable. Fuerte concentración del poder burocrático; precariedad laboral y, para el magisterio, subordinación y marginación. Si el ejercicio de mañana no se usa como respaldo para desechar esa agenda neoliberal en la educación y otros ámbitos y para fortalecer la sucesión, ¿para qué habrá servido?
A Bulmaro Villarruel, fallecido compañero de mil batallas en la UAM
* UAM-Xochimilco