Tras más de un año de educación a distancia, la presencialidad ha demostrado su primacía para garantizar la calidad educativa, aunque, al mismo tiempo, las herramientas tecnológicas han demostrado su utilidad para diversificar los métodos e instrumentos didácticos para la generación de aprendizaje. Ante esta dicotomía, el delgado y precario equilibrio de la educación actualmente ha forzado a las instituciones educativas y a la SEP a pensar en estrategias seguras de retorno híbrido, pues sería insostenible para la calidad educativa brindar un segundo año de educación completamente a distancia.
Ello ha generado iniciativas y esfuerzos plausibles, como el de la Secretaría de Educación de Puebla al presentar su modelo educativo híbrido, que pretende otorgar bases sólidas para un modelo educativo que arrancará en breves semanas, y que intenta superar la dicotomía virtualidad-presencialidad, recuperando lo mejor de las herramientas tecnológicas sin sacrificar la primacía de la presencialidad, a la par del correcto desarrollo del trabajo autónomo del aprendiente. Además, se presenta no sólo como modelo de emergencia para responder a la coyuntura, sino como un modelo que ha de seguir desarrollándose, pues se advierte que “llega para quedarse y transformar los procesos educativos” (SEP Puebla, 2021).
Este modelo educativo se define textualmente como un “espacio de interacción presencial y a distancia que potencia el tiempo pedagógico a través de la generación de ambientes de aprendizaje que favorezcan la autonomía del aprendiente y la interacción sincrónica y asincrónica para garantizar el derecho a la educación” (SEP Puebla, 2021). Entre sus virtudes, contempla una serie de principios pedagógicos que deben ser pilares de toda educación, como la ética del cuidado, la participación incluyente y el reconocimiento de la diversidad, el aprendizaje situado, la emocionalidad como parte del proceso pedagógico, la importancia de la autonomía del aprendiente, el aprendizaje orientado por metas y la atención a la población vulnerable.
Si bien a escala retórica el modelo presenta un buen contenido, preocupa la aplicación práctica que deba traducirse de este modelo, pues, como ya hemos advertido en este espacio, la pandemia ha profundizado las desigualdades estructurales en las que vivimos, incluido el acceso igualitario a la educación. Para ello es relevante desmentir las tres falacias que se han construido alrededor de la educación digital: que es más accesible, que es más barata y que es más rápida y efectiva.
La educación virtual, si bien posee virtudes que merecen desarrollarse, ofrece grandes complejidades para su aplicación de manera igualitaria. De acuerdo con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, el sistema de educación en línea implementado por la SEP dejó fuera a 55.7 por ciento de los hogares, ya que sólo 44.3 por ciento cuenta con equipo de cómputo, en tanto que sólo 56.4 por ciento tiene conexión a Internet. Si bien la educación por televisión garantizaba mayor alcance, la calidad académica y el seguimiento docente pierden fuerza a través de este medio. No olvidemos tampoco que, de acuerdo con el Inegi, de los 5 millones que se dieron de baja en escuelas, 26.6 por ciento se debió no a motivos económicos sino a la poca funcionalidad de las clases a distancia. El mismo estudio revelaba que 58.3 por ciento de los alumnos opinan que a distancia se aprende menos.
El reto de la educación en México es grande. Creemos correcto apostar por un modelo híbrido que permita retornar intermitentemente a la educación presencial de manera segura, pero ello merece un gran esfuerzo por asumir el reto de acercar los procesos educativos a los hogares cuando la mayoría de la infraestructura digital es inaccesible.
La educación híbrida deberá garantizarse no desde medios digitales ni desde la televisión, donde sólo un modelo pasivo de educación bancaria es posible, sino desde pautas específicas de acompañamiento y seguimiento a distancia determinadas por la particularidad de cada contexto, de manera que garanticen la continuidad, integración y articulación del proceso educativo. Sólo así podremos hablar de un modelo educativo híbrido incluyente. Esto requiere de un esfuerzo grande de los docentes y equipos de trabajo de nuestras instituciones educativas para atender efectivamente las necesidades educativas de la población, ya que se necesita de un robusto diseño metodológico para que las actividades de aprendizaje sean efectivas tanto en modalidad presencial como de trabajo en casa, garantizando el rol activo que los estudiantes deben tener.
Inevitablemente, nuestros modelos híbridos se someterán a prueba en los próximos meses. Basarlos en la tecnología profundizará la desigualdad en el acceso a la educación pública. El ciclo escolar que se inicia es una oportunidad para replantear la mirada educativa propia, una oportunidad para ofrecer procesos que involucren activamente al estudiante y motiven el aprendizaje autónomo, la curiosidad y la criticidad propia. Sólo así es viable pensar en un modelo educativo híbrido que, en vez de reproducir conocimiento, acompañe, aunque sea a la distancia.