Ciudad de México. Los autoritarismos son una respuesta simple y falsa ante la incertidumbre que generan los grandes cambios de la actualidad; al contrario, “el racionalismo implica asumir responsabilidad por los propios actos y decisiones”, asegura el escritor argentino Andrés Spokoiny, entrevistado a propósito de su novela sobre el racionalista del siglo XVII Juan de Prado.
Spokoiny explora en su texto El impío (Grijalbo), novedad bibliográfica, al médico Juan de Prado, nacido en la comunidad andaluza de Jaén en 1614. El pensador sefardí en su exilio en Ámsterdam luchó junto con el filósofo Baruch Spinoza y otros por “establecer el racionalismo como forma de pensar y de relacionarse entre los seres humanos”.
El narrador menciona que “muchas veces cuanta más libertad tenemos, perdemos seguridad. A veces es más fácil pensar en un mundo simple y mágico, donde las respuestas son fáciles. El mundo de la razón es complicado y no tiene respuestas simples; ahí cada ser humano tiene que pensar y tomar decisiones. Eso genera angustia y miedo.
“El desafío que mandan los racionalistas es no tenerle miedo a la libertad, a la propia razón. Es un camino difícil, pero es mucho más genuino.”
El también activista relata que encontró al personaje por casualidad. “Fue olvidado. Se lo tragó la historia de alguna manera y fue superado por sus discípulos y por las circunstancias. Se convirtió en una espe-cie de nota al pie de página en la vida de Spinoza”.
De Prado, refiere Spokoiny, inició a Spinoza en su filosofía, que se convirtió en el pensamiento básico de la modernidad.
El conocido pensador la sistematiza y la populariza, pero la fuente es De Prado, médico de origen español que “tiene una historia interesante. Me picó la curiosidad y entré a tratar de saber más de este hombre y cuanto más sabía sobre él más fascinante me parecía.
“La vida de Juan de Prado es fascinante por los acontecimientos que vivió. Decido escribir una novela y no un libro de historia porque las aventuras que le pasan son increíbles. Por otro lado, es un hombre que tiene muchísimas dudas.
Descreer de todo dogma, incluido el revolucionario
“Crece como católico; descree de ese dogma y empieza a practicar el judaísmo en secreto y es perseguido por la Inquisición; logra escaparse y en Ámsterdam puede volver a ser judío de forma abierta; descree del dogma judío y desarrolla ideas filosóficas sumamente revolucionarias, pero también las descree. Ese cuestionarse todo el tiempo me pareció un elemento muy rico en el personaje y muy trágico.”
El autor relata que De Prado estuvo en contacto con los grandes pensadores de su época, con tahúres y rufianes, pero también con reyes, príncipes y cardenales. “Fue un hombre muy pulsional, mujeriego y juerguista. Vivió un momento de transición. Él es médico de la plaga, y cuento cómo la ciencia estaba cambiando en ese momento en que ocurrieron peores pandemias.
“Generoso, se presenta como voluntario para ser médico de plaga, que era peligroso. La comparación con la pandemia de Covid-19 es inevitable, aunque yo no la tenía en mente cuando escribí. Hay elementos sorprendentemente similares, por ejemplo, la tensión permanente entre pensamiento científico y pensamiento mágico, y los dilemas entre las consecuencias económicas y las sanitarias.
“Cuento una situación real en Sevilla. Los curas de la ciudad quieren convocar a una procesión donde toda la ciudad salga para rezar por el fin de la plaga. Los médicos estaban desesperados, dicen que no lo hagan porque no saben bien cómo se transmite la plaga, pero sí que si se junta mucha gente es un problema. Uno no puede leer eso y no pensar en Donald Trump haciendo mítines políticos masivos cuando su propio departamento de salud le dice que no lo haga.”
Sintetiza: “es una vida trágica porque es un hombre que siempre trata de buscar cuál es su lugar en el mundo, espiritual y físicamente, y no lo encuentra. Muchas de las ideas y la vida de De Prado son cosas que en los siglos XX y XXI son lugar común, pero hace 300 años esto no era fácil”.
En la época de De Prado, sostiene Spokoiny, ocurre un cambio simple pero fundamental: “la fuente del saber en el medievo eran las autoridades religiosas, los libros sagrados. En el siglo XVII la fuente del conocimiento es la experimentación, el racionalismo del ser humano, la lógica y, sobre todo, los hechos.
“Este es el cambio fundamental y enfrentamos esta pandemia con todas las herramientas de la modernidad que empezaron a desarrollarse en el siglo XVII. Nada de esto hubiera sido posible sin esa transición mental, seguiríamos explicando las pandemias como un castigo de Dios.”