Aunque por casualidad, sin mala fe, más bien tirando al ensanchamiento de la democracia, el Instituto Nacional Electoral ahora registró algunas fallas (¿otras?) en el sistema que nos dirá en qué parte se ubicarán las mesas receptoras de los votos para la consulta del próximo domingo 1º de agosto que pide respuestas a la idea de llevar a juicio a los ex presidentes del país; existe un cierto ánimo de participación que mostrará hasta dónde quiere llegar la población dentro de los asuntos de gobierno que pudieran afectarle.
Aunque la consulta ha sido tratada como un asunto sin mayor importancia y se le ha atacado de muchas maneras, todo indica que la gente, que por otra lado ya ha tomado una decisión, saldrá en cantidades importantes a votar con la idea de que en adelante se considere su voz en las decisiones que antes sólo eran cosa del gobierno.
Para tratar de inhibir la participación en este proceso se han dicho muchas cosas: primero, se advierte que no tiene ningún caso sufragar porque no hay respuesta a una pregunta ambigua que no va a ningún lado, y que se diseñó para eso, para confundir a quien pretenda participar.
También se argumenta que “la ley no se consulta”, se aplica y ya, porque quien la ha infringido tiene que pagar, y si alguno de los personajes rompió cualquier precepto legal se le debe llevar a juicio y nada más.
Esos son los argumentos más usados hasta ahora para buscar que la consulta fracase, aunque a decir verdad en ninguno de ellos se habla de la importancia –no de la supuesta utilidad– de la democracia participativa tan difícil de lograr.
Hacer entender a ciertos grupos que el gobierno necesita la participación de la gente para hacerse más efectivo parece imposible; sin embargo, las encuestas que se han levantado hasta el día de ayer muestran que los intentos de ellos han fracasado.
No recuerdan esas mismas voces que hoy se niegan a la participación popular que de otra manera algunos miembros de ese sector ya han participado en el gobierno sin requerir de consulta alguna.
Esos grupos se apoderaron de las decisiones que nada más pertenecían a quienes habían sido electos para dirigir al país, a quienes consideraron sus empleados a los que premiaban o desechaban, según las circunstancias.
Perder ese poder los hace tratar de malograr el ejercicio; no obstante, parece –no lo sabremos sino hasta el domingo, ya tarde– que sí, que habrá una buena votación. Ellos, los que buscan su fracaso, saben de cierto que será casi imposible que 40 por ciento del padrón vaya a las urnas, pero eso no les atañe, lo importante es que la gente no acuda a los centros de votación.
La suerte de los ex presidentes no es trascendente, juzgarlos o no es lo de menos, total, la idea es que lo que no sirve debe desecharse y ellos ya sirvieron, lo que se debe impedir es la participación popular, eso es lo que se juegan, ese es el fondo.
De pasadita
No está de más insistir en que para el combate en contra del coronavirus se requiere de la conciencia de todos. Esta guerra no la puede ganar sólo el gobierno.
Los contagios aumentan y mientras las críticas a las voces que informan sobre la situación han perdido credibilidad, las reuniones masivas con todo tipo de descuido triunfan.
La enfermedad ya no parece poner condiciones a la convivencia en esta ciudad que tiene cada vez más contagios. El miedo ya no es factor, ojalá y muy pronto el freno sea la razón. Nada más.