Las iglesias evangélicas ganan visibilidad e influencia en América Latina. Uno de los aspectos de su emergencia pública que más ha llamado la atención es la participación político/electoral de partidos evangélicos. Sin embargo, el espacio público es más que lo electoral y es necesario prestar atención a la incidencia cotidiana de los núcleos evangélicos en la sociedad civil.
Una obra colectiva, coordinada por Renée de la Torre y Pablo Semán, Religiones y espacios públicos en América Latina (http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/ se/20210203073629/Religiones-espacios.pdf), estimula a pensar sobre las varias dimensiones de la presencia y efecto cotidiano que tienen las crecientes iglesias evangélicas y de otras confesiones tradicionales o emergentes. Comparto algunas reflexiones estimuladas por planteamientos de los editores en la introducción.
El crecimiento numérico de los protestantismos latinoamericanos, particularmente en la vertiente pentecostal y neopentecostal, ha diversificado no solamente la vida religiosa de América Latina, sino que también ha significado la incorporación de actores políticos y sociales distintos a los tradicionales. De la Torre y Semán lo expresan en los siguientes términos: “América Latina, como muchas otras regiones del planeta, vive la recomposición de las relaciones entre el ámbito de la religión y el espacio público, la de las fronteras y relaciones entre estos espacios y la de las entidades involucradas en esas relaciones (el Estado, lo público y lo religioso). Son parte de esas transformaciones la pluralización del campo religioso, la aparición y legitimación de nuevos formatos de relación con lo sagrado, la intensificación de las dinámicas de competencia y conflicto en el campo religioso, la proyección de las religiones al espacio público con demandas corporativas y políticas”.
Por mucho tiempo predominaron investigaciones que señalaban al protestantismo evangélico su origen exógeno y ajenidad a la cultura latinoamericana. Cuando investigadores trascendieron la llamada “teoría de la conspiración”, enfatizando el contexto y las razones del cambio religioso, encontraron que los conversos no eran recipientes vacíos, inermes ante cualquier mensaje. Eran sujetos activos, que interactuaban en distintas modalidades con la nueva identidad religiosa elegida. El abanico de posibilidades conductuales basadas en la identidad religiosa elegida no es unívoco, es más bien diverso y por ello se hace imprescindible observar el dinamismo de las transformaciones en el campo religioso, a la vez que intentar comprender cómo dichas transformaciones trascienden al espacio público. Por lo cual es necesario metodológicamente inquirir sobre el “ascenso de los grupos evangélicos, retroceso histórico del catolicismo, diversificación de prácticas, identidades y formatos religiosos heterodoxos, modificación del estatuto legal y práctico de las religiones, disputas de derechos individuales y colectivos defendidos o atacados por las religiones, disputas institucionales sobre el lugar de la religión y sus relaciones con lo público, violencias y pacificaciones habilitadas por distintas religiones”.
En el libro no predomina una sola óptica, sino que hay pluralidad de miradas: “La óptica plural también estuvo presente en la manera de concebir lo que llamamos ‘espacio público’. No buscamos exponentes que únicamente se remitieran al ámbito de la política formal, ni nacional, ni constitucional para delimitar su actividad en el ámbito político formal, sino que optamos por abrir la concepción a espacios públicos diversos, donde las religiones luchan permanentemente por la redefinición del reconocimiento ciudadano, la definición de la representación política, de los derechos humanos (restringidos o ampliados) y de su influencia en algunas áreas estratégicas del quehacer legal y social”.
Los reflectores en el ámbito evangélico los han atraído hacia sí quienes buscan ganar espacios de representación político/electoral. Escasa atención se ha prestado al accionar protestante/evangélico en los espacios de la sociedad civil que son, me parece, donde el activismo cotidiano muestra la vitalidad de servicio en las múltiples necesidades de los latinoamericanos. Ya sea en buscar protección para menores explotados en distintos rubros de la vida, dignificación de los pueblos indígenas y valorización de los idiomas que hablan, proyectos escolares y educativos, creación de opciones de tecnología apropiada para comunidades medias y pequeñas, rehabilitación de adictos a sustancias tóxicas, cooperativas productivas y de consumo, estancias infantiles, combate a la violencia doméstica y muchos otros proyectos.
Es en estos espacios públicos de servicio y construcción de nuevos horizontes donde las comunidades evangélicas pueden contribuir a fortalecer un nuevo piso cultural que haga más justas, democráticas y democratizantes a las sociedades del vasto continente.