Este primer semestre de 2021 ha ido acumulando serios desafíos. Y no de cualquier calado, sino de importancia y trascendencia innegable. Ahí se advierten las reformas que ya anunció el Presidente mismo: la energética (CFE), la electoral (INE) y la tercera para consolidar la Guardia Nacional. Forman una fila en nerviosa y difícil espera para ser negociadas con los partidos de la oposición. Cuales seguirán su transito por el Congreso es, a esta altura de año y con la renovación camaral en proceso, una incógnita que sólo andando los días podremos desentrañar con precisión. Pero no son sólo estos asuntos los que van formando un cúmulo de cambios por ocurrir los que inundan el horizonte político.
En el mismo centro de las capacidades operativas gubernamentales radican otros espinosos temas. Algunos de ellos tienen la fuerza definitoria del futuro. De su desarrollo y solución dependerán tanto la calidad como el potencial de las transformaciones prometidas (4T). Se trata de los complejos problemas de la seguridad colectiva, como ejemplo. Por la manera en que fueron abordados por el mismo Presidente, el control del crimen, la violencia y, por tanto, la tranquilidad colectiva formarán el entramado que matizará el resto del esfuerzo gubernativo. Restan escasos meses para mostrar que la estrategia seguida hasta ahora apunta al camino correcto. Y, en ese corto plazo de dos y medio años, se deberán observar los avances que asienten la confianza ciudadana en la gobernabilidad buscada y exigida.
La economía lleva, al parecer, una ruta ascendente y puede acelerarse. Lograr crecer este año a tasas mayores de 5 por ciento del producto interno bruto implicará que los recursos fluirán de manera esperada para un despegue sostenido. Pero tal pronóstico no asegura el reparto equitativo de la riqueza generada, aunque facilitará, tanto la aplicación de los programas sociales sustantivos, como su agrandamiento posterior.
Otras medidas serán necesarias para reducir la brecha de la desigualdad, en particular la reforma impositiva, de la que no se habla pero se requiere con urgencia. La inversión –pública y privada– podrá encontrar terreno fértil para canalizarse en el crecimiento y reparto deseados. El volumen de los recursos que se espera recaudar, como palanca concomitante, será sin duda uno de los cimientos del reto venidero para terminar el sexenio.
En este lapso los grandes proyectos del régimen deberán encontrar concreción, tanto en costos como en eficaz funcionamiento. Ellos pondrán parte sustantiva del relleno que se entrevió desde un inicio. El aeropuerto entrará en funciones y acallará lamentos y augurios maléficos. El Tren Maya se convertirá en el dispositivo para el empuje y despegue del sureste. Las detonaciones de tan positivo proyecto habrán de sentirse en toda la comarca de manera por demás tangible. Será factible su enlace con el Transístmico que, durante estos años restantes, alcanzará, como ya lo apunta su estado actual en los puertos y vías, la potencialidad planeada en esta primera etapa.
El reto energético que el gobierno se planteó, además de complejo, tiene que superar obstáculos que se inician con la legislación misma. Alcanzar la soberanía prometida exige la combinación de muchos imponderables: levantar la producción de las viejas refinerías con un mantenimiento adecuado, enlazar la potencial refinación de Deer Park con la exportación del crudo pesado y ayuntarla con la de Dos Bocas para la autosuficiencia esperada al pardear el sexenio. El balance eléctrico decidido entre la generación pública (54 por ciento) y privada (46 por ciento) lleva una ruta complicada que deberá nivelarse con acciones de política púbica.
El discurso presidencial en el Castillo de Chapultepec en pasados días marca un punto notable en la diplomacia mexicana. El desafío lanzado ahí introduce al régimen dentro de una activa concepción internacionalista y fija el lugar de México en la actualidad mundial. La propuesta es de largos, prometedores pero espinosos alcances. Incitar a Latinoamérica a formar una comunidad estilo Europa no puede quedar en simple retórica. Es, en efecto, una estrategia que apunta y conmina hacia el norte para convivir en armonía.
Lejos quedaron los años del nacionalismo defensivo del pasado. Se reconoce el peso de Estados Unidos y se le llama a modificar su visión imperial. La voz presidencial tendrá ríspidas respuestas de la sociedad conservadora local y, en especial, la de fuera. Reacciones que tomarán cualquier pretexto para descalificar la postura avanzada y encasillarla en la defensa del trillado régimen cubano tiránico, en lugar de defender a los cubanos como pueblo sacrificado. Las respuestas y preguntas a tan inesperado llamado presidencial no se harán esperar. El reto, además de la viril postura mexicana contra el bloqueo, obligará a iniciar acciones que empaten con el contenido humanista de la iniciativa lanzada. El tiempo, siempre corto, apremia para tan abarcadores desafíos adoptados.