Así podría iniciar su próximo informe a la nación el actual presidente de Estados Unidos. En los momentos en los que el país intenta dejar atrás una temporada de desavenencias e infortunios, una interminable cadena de obstáculos amenaza con impedirlo. Algunos construidos, perpetrados, para decirlo mejor, por la estulticia y fanatismo de no pocos de quienes creen que los derechos sociales o económicos pertenecen solamente a un cuantos.
Así lo demuestra una serie de leyes aprobadas por diversas legislaturas estatales en las que el Partido Republicano es mayoría. Unas para coartar el voto de las minorías y otras para reducir la carga fiscal en un selecto grupo de causantes.
Es evidente que la obstaculización pretende minimizar el impacto que tuvo la afluencia de votantes de color negro y latinos, que fue decisiva en el triunfo de los demócratas en las elecciones recientes. Parece que la lección no se asimiló. Contrario a entender las causas por las que las oleadas de votantes de sectores minoritarios acudieron a las urnas, propiciadas por la sistemática represión de sus derechos y su terrible condición económica, determinaron que el remedio es evitar que vuelvan a votar. Para ello han impuesto taxativas impropias de la democracia tan cara a los estadunidenses.
Sin embargo, no sería extraño que la aprobación de leyes para obstaculizar el voto tuviera efecto entre quienes hasta ahora aún se han abstenido de votar, que reaccionaran a esa arbitrariedad y trataran de cumplir a toda costa con las draconianas restricciones que esas leyes han impuesto, acrecentando aún más el número de participantes en las elecciones, tal como lo demostró Stacey Abraham en Georgia.
En lo concerniente a la reducción impositiva orquestada por los republicanos en varios estados, el propósito es acercarse al estadunidense medio, cuyo ingreso es diez veces o más por arriba de quienes ganan el salario mínimo. Arizona, Ohio, Georgia, Idaho, Montana y un largo etcétera se suman a la ya conocida intención conservadora de reducir impuestos. No es nada nuevo que beneficia a quienes más ganan, y que corresponderá a una reducción en el presupuesto destinado a los beneficios sociales.
Lo nuevo en esta ocasión no tiene base en un principio ideológico, sino en la intención política de arrebatar electores al Partido Demócrata, en particular entre quienes reciben ingresos superiores a los de las clases medias tradicionales, jóvenes profesionistas cuyos ingresos se han incrementado astronómicamente en sectores relacionados a la innovación tecnológica.
No está claro si la reducción impositiva tendrá un impacto directo para cambiar las preferencias de los electores en favor de los candidatos del Partido Republicano, pero es evidente que es parte de su plan para recobrarse de la derrota en noviembre pasado.
Está por verse el resultado de la estratagema republicana. En primer término porque, a pesar de que, de forma sorpresiva, Trump sigue siendo popular en un sector muy amplio del Partido Republicano, incluidos no pocos miembros en el Congreso, su imagen en un sector más amplio del electorado es cada vez más negativa. Entre otras cosas por su necedad de desconocer a Biden como ganador de la elección, y por su responsabilidad en la fallida asonada del 6 de enero, amén de las evidencias cada vezmás claras de su fraudulenta actividad en el mundo de los negocios.
Si a pesar de todos sus excesos, Trump alcanzara la candidatura republicana para la elección de 2024, en opinión de algunos comentaristas, el efecto Trump sería devastador para los republicanos. Estarían en peligro de perder la Presidencia, y es probable que vea frustradas sus ambiciones de recuperar la mayoría en la Cámara de Representantes y el Senado. Con este escenario de fondo, falta conocer la forma en que el Partido Demócrata se desempeñe en los próximos años.
Mucho está aún en juego en una nación en la que pandemia, crisis económica y desconfianza se han conjugado para crear un efecto de zozobra e incertidumbre, cuyo fin es cada vez más difícil prever.