México vive una nueva realidad política desde las elecciones del 6 de junio, de mayor pluralidad y equilibrio en la representación nacional. Es responsabilidad de los partidos políticos revisar su papel ante la nación, de cara a las exigencias ciudadanas y las propuestas de sus militancias, hacer el diagnóstico de su propia realidad interna y construir la respuesta para servir mejor a los intereses colectivos, la agenda de propuestas de contenido y fondo, más allá de protagonismos e individualidades.
Para el PRI es fundamental acudir a la fuerza y la iniciativa de sus bases en la geografía nacional. Apelar a su extensa estructura territorial y su diversificada organización sectorial, para recoger y procesar, en una amplia consulta digital y directa, las mejores ideas para encarar con los desafíos del presente, y apuntalar su presencia política.
El nuevo PRI, con capacidad de interlocución y peso específico importante, sólo puede emerger de la más amplia participación de la militancia de base, mirando al futuro. Hay que escuchar al militante que siempre ha estado ahí, en la colonia, el barrio y el municipio, impulsando las causas del partido, una voz que no fue atendida en la larga noche del neoliberalismo cupular y tecnocrático. El declive tiene décadas de gestación. Hoy hay otra perspectiva: abrir más espacios a la participación de la militancia.
Si hay un partido con capacidad para adecuarse a las nuevas realidades, y sobre todo para incidir en el cambio a lo largo de varias etapas de la historia de México, es el partido emergido de la Revolución Mexicana: primero, como PNR, supo conciliar las diferencias de las distintas fuerzas regionales y liderazgos nacionales para institucionalizar la transición periódica del poder. Después, como PRM, supo integrar a los sectores más representativos de la emergente sociedad, con una agenda común, progresista y nacionalista.
Como PRI, supo transitar hacia la etapa civilista, para seguir auspiciando un traslado del poder político sin rupturas ni violencia, conciliando las diferencias y manteniendo la paz pública y los ritmos de renovación sexenales, en un subcontinente oscilante entre la asonada y la anarquía, como diagnosticaban, no sin dejar de señalar los claroscuros, Octavio Paz y Carlos Fuentes.
Hoy el reto para el PRI, como para los demás partidos, es construir una agenda que responda a los reclamos de una sociedad cada vez más escolarizada, mayoritariamente urbana, intensamente participativa y exigente de resultados. Nadie, ninguna fuerza, tiene asegurada la confianza y el mandato ciudadanos, de una vez y para siempre. Por eso es tan importante acudir a la voz de la militancia de base, para definir la ruta del PRI e incidir en el destino de México, en esta tercera década del siglo XXI. Los desafíos no son menores, y las respuestas no son simples: van mucho más allá de los reacomodos internos y externos del poder, y las posturas del todo o nada.
Construir, hacia la asamblea nacional del próximo año, la agenda social que se plasme en su programa de acción, desde una posición de avanzada, con sensibilidad y compromiso con los más vulnerables, en el espíritu de la socialdemocracia. No podemos ignorar el efecto doblemente lesivo que la pandemia sanitaria ha generado en los sectores más rezagados.
La crisis sanitaria no sólo ha causado más defunciones entre los pobres, sino que el universo de los mexicanos con este estatus social creció en 10.7 millones de personas, según Coneval. Antes de la crisis sanitaria 48.8 por ciento de la población (61 millones de personas) se encontraba debajo de la línea de pobreza por ingresos y 16.8 por ciento (21 millones) debajo de la línea de pobreza extrema. Hoy hay 72 millones de mexicanos con alguna modalidad de pobreza.
Construir la agenda económica, para impulsar iniciativas que den confianza a la inversión productiva y permitan crear, para empezar, el millón de empleos pendientes de recuperar para llegar a las cifras precrisis, a partir de la reanudación sostenida y consistente del crecimiento, con un enfoque sustentable, que atienda el necesario cuidado de la naturaleza.
Consensuar la agenda de salud, para impulsar iniciativas que fortalezcan las instituciones de ese rubro y de seguridad social, pues el anterior sistema se finiquitó y el actual no termina de consolidarse, y demanda de la suma de esfuerzos.
Construir la agenda educativa para pugnar por elevar la escolaridad y el rendimiento, pues la historia de los países más avanzados, en el pasado reciente los del sudeste asiático, demuestra que la mejor inversión para mejorar los indicadores de desarrollo y calidad de vida es formar a las nuevas generaciones.
También, la agenda de inclusión, que incorpore plenamente a las mujeres y a los pueblos indígenas en los programas de participación y desarrollo.
Consensuar la agenda de seguridad, para garantizar este bien público a personas y familias, con instituciones que mantengan el equilibrio y la coadyuvancia entre autoridades civiles y militares.
Un ejercicio amplio de consulta a la base militante, ahora y siempre, es la mejor fórmula para revitalizar al PRI, para reposicionarlo de cara a las futuras contiendas, y es la mejor vía para construir la agenda de cambios que necesita México.